Hemos empezado esta semana con la desagradable noticia de las elecciones en Brasil. Un señor ultraderechista, misógino, racista, homófobo y militarista hasta la médula se ha hecho con la presidencia de dicho país. Pero esta noticia no debería sorprender a nadie, pues con dar un breve vistazo al panorama mundial podemos ver la deriva que estamos tomando.
Trump como el paradigma de lo inimaginable sigue siendo el presidente de Estados Unidos y Colombia primero con un NO a la paz y que luego elige al títere de Uribe. Pero Europa no está mucho mejor, un Brexit que no sabemos como acabará o la extrema derecha asaltando parlamentos en países que parecen haber olvidado su historia. Pero, ¿y España? Aquí no nos quedamos atráS, cuatro nostálgicos nos decían hasta que Abascal los reunió en Vistalegre. Son mucho más que cuatro, ocupando cada vez un espacio que ahora también quieren los populares de Casado.
¡Ay la historia!, esa que al desconocerla, parecemos condenados a repetir. Pero si algo está claro, es el desalentador panorama que nos han colado y que ahora tenemos en frente. Ahora toca dar crédito a lo que vemos. Una realidad que de no enfrentarla, ahora se enfrenta a nosotras. Hay que pensar y nombrar con todas sus letras esta amenaza contra la democracia y los valores ilustrados. Hay que pararle los cascos a esta tropa de gobernantes que se están haciendo con el poder. Caricaturas de ellos mismos con discursos ya, descaradamente antidemocráticos.
Aquellos valores de la ilustración, la libertad, la igualdad y la fraternidad (ojo, que el concepto de sororidad llegó mucho más tarde y no hubiese sido posible sin las reivindicaciones de la Señora De Gouges) se desdibujan. Una defensa en toda regla de la mayoría de edad, como ese elemento clave para convertirnos en sujetos activos en la democracia, como el pueblo, constituido por mujeres y hombres, que ejerce la soberanía. Pero claro, esto trae consigo un elemento fundamental: la toma de responsabilidad sobre nuestras decisiones y esto en materia electoral tiene una relevancia incuestionable.
Posiblemente, y sin ánimo de pontificar, en ello radique gran parte del problema. Podemos estar ante una ciudadanía que aún no acaba de creerse ni ese nombre ni el enorme poder que tiene. Una ciudadanía que aplastada entre intentar llegar a fin de mes o incluso a poner un plato de comida en su mesa y el absurdo consumismo, no tiene la opción de realizar un trabajo reflexivo a la hora de ejercer un derecho tan importante como el derecho al voto.
Los discursos populistas, alarmistas o apocalípticos, llenos de miedo y falsas realidades creadas a punta de fake news, o supuestamente basados en el discurso religioso/emocional de las predicas evangelizadoras también se han vuelto a convertir en grandes deformadores de la realidad. Discursos vacíos de contenido político que manipulan los imaginarios colectivos y la percepción de las personas a la hora de elegir a sus gobernantes. ¿Y que decir de la compra de votos por “hambre”, aquellos donde todavía sabemos que se canjea el voto de alguien por un plato de comida o un puesto de trabajo. Sí, aún existen esos casos. También en España.
El discurso xenófobo de todos estos personajes habla de fenómeno migratorio como si fuese el acabose, pero difícilmente reconoce sus causas. No habla del expolio de los recursos naturales, ni del beneficio que obtienen sus partidarios de la manipulación de la economía, o de cómo se benefician de los conflictos armados, que suelen ir de la mano. Un discurso que genera conflictos en el hemisferio Sur y en Oriente Medio, y que cierra los ojos, pero no los bolsillos, cuando se les confronta con sus muertos, con sus víctimas.
Todo esto representa una clara amenaza para el cumplimiento de los Derechos Humanos en todo el mundo. Y no os voy a hacer un repaso de las declaraciones que todos estos personajes se jactan de hacer públicamente al respecto, pues no acabaríamos hoy, pero esta claro que nos encontramos ante claros discursos que van desde vulnerar el derecho ciudadano a una vida libre de violencias, una xenofobia exacerbada, una misoginia de las más violentas y arcaicas, una homofobia vergonzosa y toda una serie de discursos que, si hubiésemos continuado la normal evolución democrático social, serían simplemente inaceptables.
Esta amenaza tiene una causa y un nombre más allá de los descalificativos políticos que los sitúan como extremistas o fachas y que a ellos parece honrarles. Se trata del mismo neoliberalismo que convenció a la social democracia que el gasto público y los impuestos era el problema. El mismo neoliberalismo que nunca nos rescató del déficit público y al que hemos tenido que rescatar ya de dos crisis financieras haciéndonos cada vez más pobres. Sí, es el mismo neoliberalismo que nadie cree en lo económico pues ha fallado estrepitosamente y que ahora nos habla de libertades. Que defiende la explotación de los cuerpos de las mujeres y niñas, o la explotación desmadrada de los recursos naturales, de la desvirtualizacion de las empresas y de la uberización laboral con salario cero.
Sí, cuando hablamos de ultraderecha, de fachas, de Trumps, Bolsonaros, Duques, Abascales, Riveras o Casados hablamos de este mismo neoliberalismo, enemigo de la igualdad; el que además de fulminar el estado social está produciendo un daño irreversible no solo a nivel económico-social sino ambiental y cultural. Un neoliberalismo que con sus nuevos discurso amenaza ahora con crear un daño irreversible, el daño político que impide nuestra mayoría de edad democrática.