El 25 de septiembre celebramos el quinto aniversario de la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible por parte de la asamblea general de las Naciones Unidas. El proceso que llevó a la aprobación de estas ambiciosas metas ha sido seguramente una de las más importantes negociaciones entre sociedad civil, diplomáticos y políticos que hemos vivido en la Historia contemporánea. Ha habido quien se ha referido a los ODS como la actualización y concreción de la declaración de los Derechos Humanos para el periodo 2015-2030. Poco a poco, la ciudadanía y los gobernantes se van concienciando de la importancia de crear un nuevo contrato social basado en esta agenda planteada por Naciones Unidas. No en vano, en esta legislatura el gobierno de España ha incorporado una Vicepresidencia para la Agenda 2030.
Todavía tenemos por delante 10 años para alcanzar las 17 metas u objetivos de carácter económico, social y medioambiental que marcan los ODS. Sin embargo, la pandemia de la COVID19 ha hecho que se pierdan muchos de los progresos conseguidos en el periodo 2015-2020. Volvemos al punto de partida y urgen propuestas holísticas, estructurales y realistas que no pretendan arreglar los complejos problemas a los que nos enfrentamos poniendo parches o con bonitos (y vacíos) discursos que nunca llegan a terreno. Las viejas categorías de la política han quedado obsoletas y el eje izquierda-derecha ya no sirve para enfrentar problemas globales como la desigualdad o el cambio climático.
En este sentido, la propuesta que se hace desde la España Vaciada para volver a desarrollar los territorios despoblados podría ser un medio muy valioso para lograr el fin que proponen los ODS. Si nos fijamos con atención, podemos observar que los 17 ODS guardan relación con cuestiones que son difícilmente solucionables en las áreas urbanas congestionadas donde vive la mayoría de la población. Sin embargo, cuando miramos hacia regiones sin una densidad poblacional tan elevada, comprobamos que el equilibrio territorial conduce con mayor facilidad a un equilibrio económico, social y medioambiental. De este modo, un medio rural poblado y en el que se garanticen la localización de industria y servicios, contribuiría en gran medida al objetivo que Naciones Unidas plantea.
El medio rural es el actual responsable de la depuración del CO2 que se produce en las ciudades. Sin pobladores en las zonas rurales, los incendios en los bosques serán cada vez más frecuentes y el mecanismo natural para la absorción del CO2 se quebrará, aumentando los problemas causados por el cambio climático y retrocediendo en el objetivo planteado por el ODS 13.
Por otro lado, el medio rural garantiza un enclave idóneo para el desarrollo de las energías renovables (ODS 7). Por ejemplo, las centrales de energías renovables basadas en la actividad agrovoltaica combinan la generación de energía limpia con el cultivo sostenible de las superficies agropecuarias. Con abundantes terrenos agrícolas, el medio rural puede conseguir un equilibrio que, respetando los sistemas productivos y el entorno local, garantice la generación de energía, de productos agrícolas, y de puestos de trabajo.
Además, el entorno socioeconómico de los pueblos y las pequeñas ciudades garantiza una menor desigualdad entre personas que es lo que persigue el ODS 10. En un entorno global donde las 26 personas más ricas tienen lo mismo que los 3500 millones de personas más pobres, las estructuras poblacionales de menor tamaño garantizan un reparto de la renta más igualitario y que la acumulación de riqueza por parte de la élite no alcance cuotas tan exageradas.
Pero no solo la desigualdad de ingreso y renta puede ser solucionada por el reequilibrio territorial. También la erradicación de la pobreza (ODS 1) es más fácil en contextos que cuentan con ventajas como precios de alquiler o compra de vivienda más baratos o una tasa mayor de empleo digno o no precario (ODS 8). Además el componente relacional de las pequeñas urbes hace que el sentimiento de vecindad y la identidad colectiva estén más arraigados y por tanto pueda florecer una mayor solidaridad hacia quien pasa dificultades. Algo que no suele ocurrir en las anónimas comunidades de vecinos de las grandes urbes.
Por último, quizás el ODS más a destacar por su relación con el reequilibrio territorial es el número 11, que tiene por objetivo “Ciudades y comunidades sostenibles”. La sostenibilidad es más difícil en las grandes megalópolis que necesitan importar desde el mundo rural grandes cantidades de energía, la práctica totalidad de productos alimenticios y recursos naturales como el agua e incluso el oxígeno. Este tipo de urbes no son precisamente un buen ejemplo de ciudades sostenibles. Un consumo responsable (ODS 12) solo puede ser el que se sirva en su mayoría de productos provenientes del entorno y esto solo puede ser logrado en pequeñas ciudades o pueblos.
Los ODS han sido planteados como una manera de “Pensar globalmente, actuar localmente”. Nos damos cuenta que el problema de la despoblación y el desequilibrio territorial no es un problema que afecte solo a provincias como Teruel, Cuenca o Soria (aunque en estas provincias tiene una dimensión gravísima). Ni siquiera un problema nacional a nivel español. La pobreza, la desigualdad y el deterioro medioambiental causados en parte por la estructura de grandes megalópolis superpobladas y regiones despobladas es un problema mundial.
Los problemas que pueden sufrir las zonas despobladas a nivel global, están interrelacionados con los problemas a los que se enfrentan las zonas superpobladas en todo el mundo. En un contexto globalizado como el nuestro, donde todo está conectado, las megalópolis que conllevan desigualdad y deterioro medioambiental son la otra cara de la moneda de las zonas despobladas que sufren la falta de servicios básicos y de industria. Para arreglar lo primero es necesario solucionar lo segundo. Alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible reequilibrando el territorio es una cuestión de justicia social que nos ayudaría a tener sociedades donde la gente sea más feliz, donde merezca más la pena vivir.