“Había que terminar con Felipe González, ésa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Eso es verdad. La capacidad de comunicación, la fuerza política, la habilidad extraordinaria que tuvo siempre González hizo darse cuenta a muchas personas que era preciso que concluyera su etapa. Como los ataques a González, muy fuertes en el 92-93, no terminaron con él, vimos que era necesario elevar el listón de la crítica. No había otra manera de quebrantar a González. Aun así, perdió las elecciones por menos de 300.000 votos a pesar de haber lanzado contra él una de las mayores ofensivas que se hayan desencadenado contra un político”.
Quien habla con tanta desfachatez del final de la era de Felipe González no es otro que Luis María Anson, exdirector de ABC y La Razón, y uno de los ideólogos de la estrategia de la crispación que, desde entonces, establece las directrices políticas de la derecha española.
Hoy, a las puertas de una nueva campaña electoral, esa misma estrategia, diseñada entonces y aplicada de forma inmisericorde por la derecha política y mediática contra Pedro Sánchez, ha logrado que la confrontación política en España se encuentre en niveles de exacerbación que nunca hemos vivido hasta el momento.
Asistimos casi impasibles, a base de normalizarlo, a una absoluta falta de escrúpulos y pudor, y a la más infame de las irresponsabilidades para ver, escuchar y leer, cómo la mentira y el ataque personal se establecen como piedras angulares y argumentos irrefutables del debate político de la derecha extrema y de la extrema derecha, que ya vienen a ser lo mismo. Quién hubiera dicho que la moderación de Feijóo pasaba por abrazar la radicalidad de Vox.
La derecha política y mediática, haciendo bueno el principio goebbeliano de la simplificación y del enemigo único, por el cual se focaliza en un único concepto al adversario adjudicándole la culpabilidad de los males del universo, ha demonizado hasta límites abominables la figura de Pedro Sánchez haciendo del odio a la persona el eje principal de su programa electoral. Así nació el sanchismo.
Pongamos un ejemplo. Pedro Sánchez fue elegido dos veces Secretario General del PSOE. La primera, en julio de 2014 y la segunda, en mayo de 2017. En ambas ocasiones con más del 50% de los votos, y en ambas ocasiones a través del voto libre de la militancia socialista, y ganó cinco elecciones seguidas en 2019; dos de ellas generales.
Ningún otro líder político en España ha tenido nunca una mayor legitimidad para dirigir un partido o presidir un gobierno. Sin embargo, a pesar de esta legitimidad ganada a pulso, Pedro Sánchez es, con diferencia, el líder político más cuestionado, presionado, coaccionado, chantajeado e insultado, de toda la era democrática.
Basta un repaso rápido a la hemeroteca para recuperar los insultos que le dedicaba Pablo Casado ayer -traidor, felón, ilegítimo mentiroso compulsivo, ridículo, adalid de la ruptura en España... O los insultos con los que Feijoó se ha venido despachando contra Sánchez desde que es líder del PP: déspota, caudillista, ególatra, adanista… “El presidente okupa del gobierno Frankenstein” ha sido el hilo conductor de la oposición de tierra quemada que ha realizado el PP esta legislatura.
Toda esta estrategia de acoso y derribo ha sido, y es, aderezada a diario por artículos, editoriales y horas de “opinión” en las terminales mediáticas de la derecha, con la única finalidad de minar la credibilidad y el liderazgo de Sánchez, y contribuir, como un martillo pilón, a crear una opinión pública y una conciencia colectiva contraria a su persona.
La ausencia total de líneas rojas y prejuicios éticos y morales, el triunfo del todo vale, y el adiós del periodismo responsable con medios que ofrecen información sectaria, manipulada y partidista, cuando no directamente falsa, son los pilares de esta nueva oleada de la estrategia de la crispación que describe Anson: “La capacidad de comunicación, la fuerza política, la habilidad extraordinaria que tuvo siempre González hizo darse cuenta a muchas personas que era preciso que concluyera su etapa”. Cambien González por Sánchez y ya tienen la explicación.
Han logrado convertir el odio a la persona, a base de manipulación, en un arma letal de opinión pública recurriendo a marcos argumentativos absolutamente viscerales e irracionales, en los que la falta de escrúpulos queda justificada con tal de lograr el poder.
Pero lo verdaderamente lamentable es que en su todo vale no existen horizontes ni límites. Su oposición a cara de perro es a costa de lo que sea y de quien sea: la estabilidad del Estado, la convivencia entre españoles, la paz social o incluso el desprestigio del país. No les duelen prendas en trasladar sus miserias a una opinión pública cada día más dividida, si con ello ahondan en la destrucción del rival.
El Partido Popular vive una permanente crisis de identidad que le lleva a vivir a diario en la contradicción: venden moderación mientras pactan radicalismo, adoptan posturas extremistas, mientras se consideran constitucionalistas moderados, buscan el centro para recuperar mayorías de gobierno, pero pactan con Vox…
Y en esa constante bipolaridad, emerge el gran objetivo: acabar con el sanchismo. Y, para ello, la labor incesante, corrosiva, y devastadora de la estrategia del odio no puede parar.