Los pavos reales
No hace mucho, Iñaki Gabilondo hablaba, en su espacio de la Cadena SER, sobre los “pavos reales” que negocian o se niegan a negociar acerca de la posibilidad de investir al Presidente en funciones, a formar gobiernos de cooperación o de coalición, a abstenerse o no, a sentarse simplemente a platicar, a renunciar a los cordones sanitarios y a las líneas rojas o a mantenerlos, pero nadie plantea aquello de despojarse de las vistosas plumas que adornan sus egos y que, realmente, no les dejan levantar el vuelo. Qué diferencia con el águila real, que vuela a gran altura, planea y va directa a por su presa. El pavo real se pasea, despliega sus vistosas plumas cuando lo miran y vuela a ras de suelo lanzando agudos e histéricos graznidos.
Creo que todo pavo lleva dentro un águila real. Fue un sueño muy junguiano que tuve en una época en la que era víctima de mis propias pavadas. Mi pavo interior, vulgar, ni siquiera real, se puso delante de mí y, poco a poco, se transformó en una majestuosa y feroz águila, con su plumaje henchido, que me miraba dispuesta a destrozarme. Reaccioné apretándole el cuello para defenderme: inútil. Era mucho más poderosa que mi ridículo pavo. Entonces comprendí que ese águila era mi otro yo. No tuve más remedio que congraciarme con ella, solté mi mano, le miré a los ojos y la amé, reconociéndome en aquella poderosa y noble rapaz. Cambió su violenta expresión y me hizo comprender que yo era ella y ella era yo. Ese sueño me ayudó mucho a superar mis miedos, mis pavadas de entonces. Supongo que se trataba de una crisis de crecimiento y su sueño significativo.
A veces olvidamos que la democracia no sólo se remite a un sistema político, sino también a un sistema de valores; no sólo a un juego de poder, pero igualmente a unas actitudes éticas irrenunciables. Responsabilidad, generosidad, empatía, discernimiento… Porque la ética no sólo implica conductas, también sentimientos y razón. Ha de mantener una coherencia interna para que sea verdadera y encaminada al bien común.
Aristóteles incluso sometía el gobierno de la Polis al Ethos, porque es la justicia el valor supremo al que la política debe aspirar. Sin embargo, en la Modernidad, ética y política han sido excluyentes, según la doctrina de Maquiavelo, camino errático que nos ha llevado a transitar una historia marcada por las guerras, los exilios, las traiciones, las hambrunas o sangrantes desigualdades. Tuvo que proclamarse y sancionarse un gran código ético, como la Declaración de Derechos Humanos, para rectificar tanta barbarie. Sin embargo, seguimos separando Política y Ética. Claro que no lo queremos reconocer y para engañarnos nos hemos refugiado en las ideologías, identificando la ética, “mi” ética, con cualquiera de ellas. Tanto la izquierda como la derecha identifican la ética y el bien común con sus respectivas ideologías. Y de ahí vienen muchos empecinamientos. El liberalismo de hoy prescinde incluso de una ética propia en aras de un bien supremo: el dinero y todo lo que éste puede proporcionarnos.
La derecha identifica a sus votantes con la “buena gente”, mientras que los votantes de izquierdas son en su mayoría unos ateos o unos depravados. La izquierda identifica a los suyos con “el hombre nuevo” que llevará a la humanidad hasta la utopía igualitaria y a los ricos al fuego eterno. Dos visiones que mantienen la democracia en una adolescencia ética y política un tanto primitivas. Si a esto se le suma la actitud egoica de sus líderes, en el mismo nivel de inmadurez, el sistema político se dirime entre batallas personales y personalistas que mantienen a sus dirigentes en el nivel de “pavos reales”, exhibiendo sus plumas, que no sirven para nada salvo para un más fácil apareamiento.
Por supuesto que “el factor humano” es definitivo en política, pero, en este caso, ese factor parece común a una generación que da la impresión de haber crecido como niños consentidos a quienes ningún deseo o capricho les ha sido negado. Cualquier antojo traía de cabeza al resto de la familia a tenor de las actitudes que vemos en esos pavos, cuyos éxitos debían ser exaltados hasta el ridículo. En mi generación cada quien era una o uno más de la prole, normalmente numerosa. Sin embargo, hasta los pavos más identificados con sus bellas plumas llevan dentro su propia águila real capaz de remontarse hasta las cumbres más elevadas. Y de eso se trata.
Para que nuestra situación política pudiera desbloquearse en aras del bien común tendría que pasar por una comprensión de la primacía de la ética sobre la política, y esa primacía se inicia en lo personal. Ethos significa carácter, y nuestros jóvenes políticos tienen ante sí la oportunidad de madurar convirtiéndose en hombres y mujeres de Estado, es decir, en políticas y políticos capaces de levantar el vuelo por encima de sus intereses personales y hacia otros horizontes superadores de viejas ideologías. Ahora todos se reclaman de la “nueva política” o de las “políticas del cambio”. Patético. La ciudadanía asiste atónita a un espectáculo burlesco del tipo vodevil sin que los protagonistas sean capaces de actitudes prometeicas más allá de los votos y los vetos, de los sillones y los focos. La democracia real necesita gentes que estén a la altura, políticos que se encuentren entre las y los mejores. Por dignidad, por respeto, por el país. Por ética política y ejemplaridad.
Dicho esto, no obstante, no tendría que recordar que el país ha cambiado, que el juego de fuerzas en liza es otro y que el tiempo de las mayorías absolutas ya pasó, así como que ha llegado el momento político de los pactos. Por eso, más que nunca necesitamos de la generosidad y de la inteligencia política de los partidos y sus dirigentes. Eso sí, hay muchos modos de pactar y no es precisamente el más ético el de impedir por todos los medios un gobierno posible si no es el mío o el de mi conveniencia.
No seré yo quien diga qué tienen que hacer unos y otros, pero cualquier cosa menos permanecer quietos, varados, inflexibles, enquistados en posiciones fijas. Como decía Nietzsche en Zaratustra: “Quien quiera aprender alguna vez a volar, antes deberá aprender a estar de pie y a caminar y a correr y a escalar y a bailar: -¡el volar no se aprende al vuelo!”.