Nosotros sí pedimos disculpas a América Latina
Hace unos días, la prensa nacionalista española explicaba que Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, “exigía a España” que se disculpase “con México” por la conquista española del país. En realidad, lo que López Obrador dice es que el gobierno mexicano, la Iglesia Católica y el Estado español le deben una disculpa a los pueblos indígenas de México, por los abusos cometidos contra ellos. Pese a todo, los nacionalistas, incluyendo a los que militan en el PSOE o en las filas de su intelectualidad orgánica, recurrieron a sus típicos tópicos: desde recordar a López Obrador sus apellidos hasta describir la América pre-colombina como una sociedad dividida a la que sólo la llegada de los conquistadores consiguió traer paz y civilización. Una mentalidad supremacista verdaderamente inquietante.
Entre las muestras de “paz y civilización” de la conquista de México encontramos atrocidades como la matanza del Templo Mayor: los conquistadores, tras autorizar una festividad religiosa mexica en Tenochtitlán, cerraron las salidas del Templo Mayor y pasaron a cuchillo a un número indeterminado de indígenas, todos desarmados. Fray Bartolomé de las Casas relata: “Y comienzan con las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados y a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida”. De lo que habla López Obrador, entre otras cosas, es de recordar y revisar críticamente esta y otras muchas atrocidades, de los tiempos de la conquista y posteriores.
En Catalunya esta propuesta ha sido bien recibida por mucha gente. No obstante, creemos que nuestros compatriotas catalanes deberían reflexionar sobre algo que, de hecho, algunos de ellos ya han advertido: si bien el Imperio Español fue fundamentalmente empresa de la Corona de Castilla, lo cierto es que los catalanes no estuvieron en absoluto alejados del Imperio y de los abusos que se cometieron a su amparo o en su nombre. Sin ir más lejos, uno de los capitanes de la conquista de México fue un catalán, Joan de Grau i Ribó. No es un caso único. Y lo que es más importante, Catalunya tiene no pocas plazas, calles y estatuas dedicadas a oligarcas catalanes que hicieron buenas fortunas con uno de los mayores crímenes de la historia de la humanidad: el comercio de esclavos africanos.
Ciertamente, estaría muy bien que el gobierno del PSOE perdiese el miedo a la ultraderecha y pasase cuentas con el pasado colonial español. Pero mientras se deciden, la sociedad catalana debería reconocer que tiene una deuda propia con América en términos de memoria histórica. Toda Europa, en realidad, debería revisar críticamente el largo historial de abusos cometidos por los imperios coloniales europeos sobre la base de un cóctel de etnocentrismo, supermacismo racial, masculinidad tóxica e intolerancia religiosa que, además de brutalizar a pueblos enteros, estuvo a punto de llevar a la propia Europa a la autodestrucción. De hecho, no es extraño que las piedras más gruesas en el camino a la federación europea las estén poniendo los nacionalismos de Estados coloniales venidos a menos. Como tampoco es extraño que el auge de la ultraderecha tenga tanto que ver con un absurdo sentimiento de “agravio” ante la erosión de los privilegios de los que hemos gozado, durante siglos, los hombres blancos europeos. La falta de memoria predispone a la barbarie.
Pasar cuentas con el pasado no tiene nada de humillante. Por el contrario, dignifica a las sociedades que son capaces de tomar conciencia de los errores y horrores del pasado. Es un signo de madurez democrática, de asunción plena del triunfo de los valores de la Ilustración radical. No tiene tanto que ver con disculparse (que nunca está de más) como con asumir que el camino por el que transitó una sociedad en un momento determinado fue erróneo. Es decir: sobre todo tiene que ver con un propósito de reparación y enmienda. Y a quien le suene a cosa extemporánea, a “algo que ya hemos superado”, que lea y escuche a Rigoberta Menchú. El desprecio y la explotación de los pueblos indígenas americanos no es nada “del pasado”, sino algo presente y, a menudo, silenciado.
La prosperidad de la Catalunya que queremos no puede basarse en la explotación de otros pueblos. Por lo mismo, el patriotismo catalán en el que creemos no puede basarse en el olvido de las miserias históricas de Catalunya. Por el contrario: su revisión crítica ayudará a hacer de Catalunya un país mejor. Solo los nacionalistas son incapaces de mantener una mirada limpia y honesta sobre el pasado de su nación. Pasar cuentas con el pasado nunca será suficiente para conseguir la Catalunya y la Europa a las que aspiramos, pero desde luego siempre será un paso en la dirección adecuada. Algunos ayuntamientos catalanes, como el de la misma Barcelona, ya han empezado a caminar en esa dirección. Es hora de que lo haga todo el país.