¿Una Francia de izquierdas? El reto de Mélenchon contra la indigestión imperial
Tras asistir a la representación teatral de ‘Lorca en Nueva York’ en el Teatro Condal de Barcelona, interpretada por Alberto San Juan, tuve la ocasión de compartir con él unos minutos de agradable conversación. Entre otras cosas, pudimos hablar sobre las elecciones francesas, de las recientes presidenciales y de las futuras elecciones legislativas que deben realizarse en pocos días.
En dicha conversación, una parte de nuestro interés se centró en la figura de Jean-Luc Mélenchon, quien en dos elecciones presidenciales consecutivas ha quedado a poca distancia de Marine Le Pen y, por lo tanto, a poca distancia de tener la opción de pasar a la segunda vuelta y de disputar la presidencia de la república a Macron. Nos preguntábamos si sería capaz de construir un proyecto o alternativa que en las próximas legislativas obtenga un resultado que permita que la Asamblea Nacional Francesa condicione, en el mejor sentido de la expresión, la política presidencial del recientemente reelecto.
Todo ello nos condujo a intentar recordar en qué momento de la historia francesa se había producido una victoria electoral de una opción política situada claramente a la izquierda de aquello que representaban las opciones socialistas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI. La única ocasión en la que este resultado se produjo fue en las elecciones del 2 enero 1956. Estos resultados otorgaron al PCF el 25% de los votos. Uno de cada cuatro franceses votó partido comunista, con un total de más de cinco millones de votos de aquella época.
En el otro extremo del arco parlamentario, obtuvo también un resultado notable -muy alejado del partido comunista, pero, aun así, notable- el partido de Pierre Poujade. Con un discurso contra los impuestos, Poujade pretendía aglutinar a su alrededor el voto descontento de una parte de la sociedad francesa y buscaba una opción política ubicada claramente a la derecha del abanico parlamentario. El partido comunista había ganado las elecciones, fue el partido más votado, pero optó por no asumir la presidencia del Gobierno francés en un intento de construir un gobierno viable y aceptado por gran parte de la sociedad francesa e incluso de los aliados occidentales.
Por lo tanto, el partido comunista entregó la presidencia del Gobierno francés al candidato del partido socialista -denominado oficialmente SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera). En dicho gobierno también estaban representados los socialistas radicales, que eran una herencia del republicanismo democrático que desde el siglo XIX se había construido alrededor de conceptos -durante la segunda mitad del siglo XX ya estaban plenamente asumidos- como el del sufragio universal. La tradición radical, llamada así en Italia, Francia y en otros países europeos (también tuvo su versión española, a veces contrapuesta a la versión italiana o francesa) había sido un espacio político con un papel muy importante en Europa y con una presencia electoral notable en Francia.
Este gobierno de izquierdas, con un primer ministro socialista y con un apoyo mayoritario parlamentario del PCF, acabó chocando con la incapacidad de la clase política francesa de entender que la independencia de Argelia era inevitable. El nuevo gobierno estaba condicionado por los hechos recientes, cuando un gobierno derechista había tenido que aceptar la independencia de Indochina en las negociaciones de Ginebra, tras el desastre militar francés en Dien Bien Phu, en 1954.
El 1956, además de la victoria del partido comunista en Francia, fue relevante por otras razones. Un hecho significativo fue la intervención militar conjunta de Israel, Francia y el Reino Unido en el canal de Suez que no contó con el apoyo de los Estados Unidos. En cambio, benefició enormemente a la estrategia diplomática de la Unión Soviética, que pudo presentarse como el mejor aliado posible ante los ojos del mundo árabe y de India, Yugoslavia y el propio Egipto, que lideraban el movimiento de los países no alineados. La intervención en el canal de Suez acabó con la retirada vergonzante de británicos y franceses del Sinaí en una derrota que fue militar y política.
Esta intervención francesa en Egipto agravaba las tensiones ya existentes en Argelia y la incapacidad del nuevo gobierno de izquierdas de encontrar una solución respetuosa a las aspiraciones nacionales argelinas. Algo que fue utilizado por los poderes fácticos para acabar forzando una guerra sanguinaria en Argelia.
Finalmente, la crisis de la cuarta república desembocó en una quinta república en la que nunca una opción política a la izquierda del espacio socialista ha tenido la oportunidad de ganar unas elecciones.
La izquierda francesa ha sufrido, pues, en sus carnes electorales, las múltiples inseguridades de una potencia que sigue siendo relevante, pero que ya no es el imperio que fue un día. La indigestión imperial da una gran ventaja a las fuerzas que se benefician de su gestión, bien sean democráticas (como el gaullismo o el macronismo) o autoritarias (como el lepenismo). Para salir de esa rueda, probablemente a la izquierda francesa no le quede otro remedio que tratar de romperla. Reivindicar una idea de Francia que no esté anclada en la nostalgia de una uniformidad que nunca fue tal, ni en el recuerdo de una ‘grandeur’ imperial de la que se beneficiaron realmente y, sobre todo, sus élites.
Veremos, pues, si Mélenchon y sus filas son capaces de lograr este hito. Quizás este sino de la historia iniciado en 1956 cambie por primera vez en estas elecciones legislativas francesas en junio de 2022.
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