El valor de lo próximo

Secretario General para el Reto Demográfico —
15 de junio de 2023 06:01 h

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Somos fundamentalmente tiempo, y el tiempo nos atropella y acelera nuestra vida en la medida en que la inmediatez ha empequeñecido el planeta y agigantando el impacto de nuestra forma de habitar en él. Hace un siglo, llegar a mi pueblo desde Barcelona, una ciudad relativamente cercana situada a 360 km, requería de unas 36 horas de viaje. Hoy, con ese tiempo y añadiendo una jornada más, podemos dar la vuelta al mundo. 

La velocidad y la inmediatez caracterizan nuestra sociedad e impregnan el dinamismo de las economías urbanas, diseñadas para satisfacer modelos de crecimiento económico que, con frecuencia, subyugan el modelo territorial en favor de los grandes polos urbanos, los cuales absorben la población, desarrollan economía a gran escala y en un escaso espacio físico concentran todas las sinergias socioeconómicas. Podríamos pensar que esto no es necesariamente negativo, pero la realidad nos muestra que el modelo de hiper concentración urbana globalizada que hoy predomina en el planeta nos acerca a una aceleración de los impactos ambientales y sociales de consecuencias impredecibles en términos de salud ambiental y social. 

Pretender la desescalada de la globalización en busca de patrones de desarrollo urbano y económico de dimensiones más humanas y sostenibles nos obliga a ver el tiempo como un patrón de escala con el que construir ciudades y territorios asentados en lógicas de funcionalidad cuyo principio no sea, únicamente, el mercado y sus servidumbres sino donde el sentido de la medida vuelva a ser una dimensión vinculada a la condición humana y su relación con el hábitat que ocupa. Es decir, necesitamos volver a reapropiarnos del territorio y entender la dimensión de la proximidad para profundizar en dos temporalidades superpuestas, la nuestra, como individuos que anhelan una vida mejor, y la que nos corresponde como especie que quiere garantizar su futuro y el de su hábitat. No en vano, cuando transcurran los siete meses del año en curso, habremos consumido los recursos que el planeta (Overshoot day) nos puede ofrecer para todo el año. Es decir, necesitamos un planeta y medio para subsistir, lo cual evidencia que a medio plazo nuestra subsistencia estará seriamente comprometida. Y este asunto afecta fundamentalmente a las urbes que consumen el 80% de los recursos. 

Por tanto, no nos queda más remedio que desandar un camino en el que hemos desdeñado la complejidad de nuestras geografías para comprometernos con un modelo de desarrollo y de habitabilidad más razonable e inteligente. Debemos volver a aprender a “ser y estar en el territorio”, generando afectos y apego con el entorno, sabiendo que mientras corremos alocadamente sin rumbo, olvidamos que hay dimensiones que somos incapaces de ver y disfrutar porque solo atendemos a la difuminada imagen del paisaje que muestra la velocidad. Por ello, hemos de ser conscientes que esta necesaria transformación, nos obliga a profundizar en nuevas propuestas para la habitabilidad de un país castigado por décadas de despoblación, que ahora, requiere de una nueva visión para conjugar la necesaria funcionalidad de los territorios con una dimensión humana. 

En esta legislatura el gobierno ya ha desarrollado una primera estrategia para descentralizar entes estatales hacia capitales de provincia como Soria, Córdoba, Teruel, Cuenca, entre otras, además de una amplia serie de medidas para combatir las disfuncionalidades territoriales. El siguiente paso ha de ser el territorio multicéntrico que integra los pueblos y las ciudades en una red de espacios con habitabilidad amable en los que el empleo, los servicios, la formación y el ocio se distribuyen con la lógica de una nueva armonización, donde la proximidad sea un nuevo hito en la conformación de la ordenación territorial.

Carlos Moreno, autor de la Revolución de la Proximidad, resume este principio en “una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.  Este aprendizaje requiere de una acción a múltiples niveles y la administración ha de ser quien inicie este retorno a un país de mayor y mejor equidad. Un país donde la cohesión social no sea solo una aproximación discursiva, sino que sea una praxis que impone reglas y que mitiga la aglomeración y la acumulación en favor de un reparto; de un nuevo paradigma en el que el crecimiento en red permite establecer nuevos equilibrios que nos ayuden en el inaplazable objetivo de vivir mejor y garantizar la vida de nuestro planeta.