Rajoy ha construido una carrera política, que arrancó en 1981 con su elección como diputado gallego, sobre un axioma de una coherencia interna abrumadora: “Nos tienen que apoyar porque la alternativa es el desastre”.
En 35 años el desastre ha cobrado diferentes formas y colores: desde el “paro, despilfarro y corrupción” de los 90 hasta las actuales “tentaciones radicales de quienes quieren destruir la convivencia” pasando por el hit de la primera década de 2000, “España se rompe”. Siempre hay, hubo y habrá frente al discurso de Rajoy una amenaza inminente para la convivencia que justifique el apoyo a sus políticas y, sobre todo, a sus dirigentes. Las políticas para evitar las diferentes plagas que ha combatido nuestro héroe y presidente a tiempo parcial también han variado con el tiempo. Las personas, menos. El poder, prácticamente nada.
Rajoy vuelve a presumir de ser predecible, de ser fiable en tanto que sabemos lo que podemos esperar de él, acusa al resto del arco parlamentario (con la honrosa excepción de quienes le apoyan) de conducir a España al desastre y pide el apoyo para presidir el gobierno.
Al margen del maniqueísmo y la división intrínseca a ese tipo de discurso de quien pretende arrogarse “España” a base de construirla contra los 15 millones de ciudadanos españoles que no le han votado, el discurso resulta poco efectivo.
Hay varias razones por las que, una propuesta construida para la España del turno y quien la ha encarnado, tienen complicado continuar al frente del Gobierno de nuestro país: es difícil sumar mayorías con todos aquellos que han sido “el desastre” en el pasado, es difícil sumar mayorías sin abordar con seriedad ninguna de las grandes cuestiones de nuestro país en este tiempo -la territorial, la social, la regeneración democrática y la igualdad de género-.
Pero, por encima de todo, es profundamente incompatible con un tiempo político que clama a gritos por una democracia que encarne las demandas de la ciudadanía, mantener un gobierno basado en el pánico a cualquier cosa que no sea una realidad francamente deteriorada en lo que respecta a las condiciones de vida de los españoles.
Rajoy ha fracasado. Ahora se abre un tiempo en que el motor de la vida política en nuestro país no sea el miedo, sino el deseo. Merece la pena, con todas las prevenciones, intentarlo.