Recientemente en un programa televisivo de actualidad política me preguntaban si prefería a Rajoy de presidente o terceras elecciones. Rechacé la dicotomía que se planteaba como única e irremediable porque, sin duda, hay alternativas y porque además nunca he aceptado los caminos que nos abocan a elegir entre lo malo y lo peor.
Hay un buen motivo para no repetir elecciones: las personas elegidas como representantes de la ciudadanía tienen la obligación de gestionar el voto, es decir, la voluntad de aquello que se ha expresado en las urnas. Convocar nuevas elecciones es tanto como trasladar el siguiente mensaje: os habéis equivocado. Volvedlo a intentar. Creo que es inaceptable desde el punto de vista democrático, puesto que el voto no se yerra, sino que nace de la voluntad o convencimiento de cada cual, por mucho que alguien pueda no compartir la elección de otra persona.
Si consideramos que ya hemos ido a elecciones por segunda vez y que el panorama ha variado poco, creo que debemos concluir que unas terceras elecciones para lo único que servirían es para hastiar todavía más a la gente. Pero, si además lo analizamos desde el punto de vista de la pulsión de cambio la consecuencia es todavía más negativa. La decepción crece ante la imposibilidad de que la ola cambio, que comenzó en las elecciones europeas de 2014, se haya frenado definitivamente sin que haya un gobierno de España que traduzca el cambio político.
El movimiento de transformación ya se ha dado en muchas ciudades y comunidades autónomas en las que hemos sustituido las políticas que rescataban bancos por las políticas que rescatan personas. Quizá esta y no otra, sea la razón por la cual Rajoy y el Partido Popular quieren ir a nuevas elecciones: frustrar definitivamente las esperanzas de cambio en este país y vender nuestros derechos y servicios públicos al mejor postor.
La otra parte de la dicotomía, un gobierno de Rajoy, también es evitable y hay que evitarla. Podría enumerar muchas razones. Me centraré en tres.
La primera, un gobierno de Rajoy daña los derechos de las personas. Lo hemos sufrido durante los últimos años. Las decisiones políticas aplicadas por el Gobierno del PP han generado más desigualdad, más recortes de derechos y más desesperanza que nunca. Mientras, unos pocos acumulan cada vez más riquezas, tantas que necesitarían más de una vida para disfrutar.
Una cosa habría que agradecer a Rajoy: esta vez nos ha puesto sobre aviso. La carta a Juncker, Presidente de la Comisión Europea, anunciando nuevos recortes cuando se formara el nuevo gobierno, ya apunta maneras. “Querido Jean Claude”... estos se van a enterar.
La segunda razón para rechazar un gobierno presidido por Rajoy es su incapacidad, o mejor dicho, su falta de voluntad para generar un marco de cohesión, convivencia y proyecto común de Estado. Esto se ha demostrado en el último debate de investidura en el que literalmente dijo: “No hemos cambiado el sistema de financiación porque había otras prioridades”. Efectivamente, no es una prioridad que los ciudadanos y ciudadanas tengan los mismos derechos independientemente de su lugar de residencia. Que nos lo digan a las valencianas, a las personas que viven en Baleares, o en Murcia o en Catalunya. Por cierto, alguien se pregunta qué pasaría en Catalunya si el sistema de financiación no penalizara a toda la cuenca mediterránea. Seguro que cambiarían muchas cosas, pero aquí hay alguien que quiere que nada cambie.
Por cierto, alguien se pregunta quién está sosteniendo las políticas sociales en este país, quién está impidiendo que esto reviente a pesar de los índices de exclusión social: las comunidades autónomas. Esas que a pesar de estar mal financiadas se ocupan de educación, sanidad, servicios sociales, ayuda a la dependencia, mientras el gobierno de Rajoy se gasta en armas 8.000 millones de euros más de lo presupuestado.
Y la tercera razón y definitiva: un partido corrupto hasta la médula es un peligro para un país. El Partido Popular es un peligro para este país. No enumeraré aquí los casos de corrupción. Salen todos los días en las portadas de los diarios. Dejar que gobierne un partido que utiliza la corrupción para perpetuarse en el poder, es subirse a un tren hacia un estado fallido. No cojamos ese tren.
Hay alternativas. Claro que sí. Y más posibilidades. Todas ellas pasan por el diálogo, por entender que nadie tenemos la verdad absoluta, que tendremos que transigir, que hay que centrarse en lo que nos une y aparcar aquello que nos separa. Y sobre todo: que hay que anteponer los intereses y la felicidad de las personas a las conveniencias del partido.
Créanme que se puede. Algunos lo hacemos todos los días.