República: un nuevo relato para España
La capacidad de los hombres para crear un relato que nos empuje es la que marca nuestro éxito como especie. Lo explica el historiador Noah Harari en su famoso libro Sapiens. Si esto es así, los españoles estamos abocados como nación a un negro futuro. Llevamos más de un siglo sin ser capaces de generar una mínima ilusión con la idea de nuestro país. Quitas del menú a la Selección de fútbol, a Nadal y poco más y todo lo que que te queda cuando intentas hablar de España es un sabor viejuno con aromas del pesimismo en el que nos hundimos tras el desastre del 98 y la agitación de la Constitución del 78 como mito intocable, casi como ese brazo incorrupto de Santa Teresa que esgrimía Franco, el golpista que acabó con la República y fue el responsable directo de lo que Paul Preston llamó “El holocausto español”.
Ese mismo dictador fue el que crió a sus pechos a un chaval llamado Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón al que nombró como sucesor para dejarlo todo atado y bien atado. Como recordaba hace unos días Ian Gibson en este diario, jamás Juan Carlos condenó el franquismo ni recordó a sus víctimas, unas 150.000 según el cálculo de Preston en el libro citado.
No hace falta la enumeración del bochorno juancarlista –los casi dos mil millones de dólares que le calcula como fortuna The New York Times, su vinculación con el tráfico de armas de Adnan Kashoggi, su apoyo a dictaduras brutales como la saudí, su larguísima trayectoria como comisionista y traficante de influencias, de la que ahora emerge apenas la punta del iceberg, esas fundaciones delictivas para eludir impuestos y esconder el botín de sus fechorías de las que figura como segundo beneficiario Felipe VI, pobrecito, de las que no sabía nada pero nada nada.
No diremos que nos asombra ver a Pedro Sánchez y a parte del PSOE en una defensa cerrada de la monarquía, con la que está cayendo. “Somos leales a la Constitución; a toda, de principio a fin. Y la defenderemos a las duras y a las maduras”; incluida, claro esta monarquía parlamentaria que apesta a escándalo y a una sarta de delitos que harán muy complicado eludir un paseíllo ante los tribunales, si no españoles, suizos. “Aquí no se juzga a instituciones, se juzga a personas”, remacha Sánchez.
No nos asombra, pero nos aburre. Porque la realpolitik sanchista tiene el vuelo de una gallina. Muestra una vez más su incapacidad de liderazgo y su simple estrategia de cálculos cortoplacistas.
Y lo grave es que se pierde una oportunidad de oro para impulsar otro relato sobre nuestro país: una España republicana, un nuevo pacto nacional, como ese tan cacareado pacto de la Constitución del 78, que se alcanzó con la sombra amenazadora de los cuarteles apuntando sin disimulo a nuestra incipiente democracia. Un pacto nacional y republicano, capaz de devolvernos la ilusión y el orgullo de ser españoles.
La república no es simplemente el justo castigo al uso corrupto que una vez más los Borbones han hecho de las instituciones. Es una forma de Estado en la que sin duda cabrían con más comodidad muchos conciudadanos que ahora mismo amenazan con hacer saltar las costuras de ese pacto que va camino del medio siglo.
Es obvio que ese cambio de monarquía por república no será un remedio mágico capaz de solucionar milagrosamente nuestros problemas, que no son pocos ni sencillos, empezando por una Cataluña que requerirá una solución viable por mucho que intentemos mirar a otro lado o sacar la cachiporra al estilo Rajoy como única receta.
Pero sí será, más pronto que tarde, un paso adelante para una democracia más profunda y liberada de rémoras vergonzantes como es la dinastía borbónico-franquista.
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