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Revolución ecosocial: una modesta proposición

Protesta de ecologistas en Londres. EFE/EPA/WILL OLIVER/ Archivo

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Hace alrededor de doscientos años, Jonathan Swift escribía su “modesta proposición”, según la cual recomendaba resolver el problema de los campesinos pobres, que no alcanzaban a alimentar a sus hijos, haciendo que los entregaran a los ricos para que se los comieran. De esta manera, el asunto quedaba resuelto, y lo hacía de la manera más directa posible: entregando las vidas de la gente humilde a las clases dominantes. En su tiempo, Swift recibió fuertes críticas por parte de algunos que no entendieron que se trataba de una crítica satírica y lo leyeron en su literalidad, escandalizándose de la barbaridad. Pues bien, hoy la Unión Europea, el gobierno del PSOE-UP y algunos otros parecen haber cometido el mismo error, pero en lugar de criticar la barbaridad que significaría, la asumen sin rasgarse las vestiduras.

La crisis ecosocial supone un problema mayúsculo que empieza por la emergencia climática pero está lejos de quedarse ahí: crisis de biodiversidad, pandemias, disponibilidad energética, contaminación de los acuíferos. La solución de capitalismo parece reverdecerse a costa de las clases populares. Digámoslo claro: si el escenario ecológico no se transforma radicalmente, lo que nos espera no es una modificación parcial de los sistemas actuales, sino una reducción forzada de la esfera económica que no dejará posibilidades de planificar ni de mitigar, sino que abrirá la puerta de la exclusión masiva de enormes sectores de la población. En esto, las élites económicas y políticas lo tienen claro, y lo que se está diseñando actualmente como salida de la crisis no es más que eso, con una literalidad que recuerda extraña y violentamente la sátira de Swift: entregar la vida de las generaciones pobres, pero solo de sus clases subalternas, para sostener el status quo de los sectores privilegiados.

Así opera la Unión Europea cuando diseña su salida de la crisis de la COVID-19, en clave verde, bajo un paraguas de macro-inversiones que benefician masivamente a los grandes capitales, entre ellos Iberdrola, Repsol o Endesa, que compiten entre sí a ver quién se lleva el mayor pedazo del pastel. Mientras, el gobierno traza una modificación del sistema eléctrico que a corto plazo no producirá nada para la gente humilde y planea cargar la reducción de emisiones sobre esos mismos sectores, a través de medidas como el peaje generalizado por autopistas que se han pagado con los impuestos que aporta el trabajo.

Nada de esto, evidentemente, cambiará nada. La particular brutalidad de esta crisis es que no se trata de una situación coyuntural, ni tampoco de un proceso cíclico, sino de una limitación global que afecta a nuestra forma de vida como civilización. Los sectores dominantes pueden tratar de orientar la solución hacia falsas alternativas, pero la situación no permitirá que esto funcione. La incapacidad de sostener un crecimiento regular de las tasas de ganancia, que lleva décadas, se agrava progresivamente, y el impacto de la crisis ecológica seguirá creciendo pese a fantasías como el coche eléctrico de distribución masiva –que no es viable a nivel de materiales ni está funcionando comercialmente–. Es necesario ir más allá de estas medidas y plantear una ruptura de fondo, que implica cuestionar la lógica del crecimiento y, con ella, la del beneficio. Y a nadie se le escapa que esto no es viable dentro del sistema neoliberal.

Sí es posible si dejamos de lado la necesidad de incrementar constantemente la esfera económica. Es más, esta es la condición básica de cualquier proyecto ecosocial que no se construya sobre quimeras. La impostura verde no puede ser tapadera de nuevas reformulaciones del capitalismo que ahonden en una huida hacia delante que, en tiempos de emergencia climática, adquiere tintes suicidas. Por eso, por paradójico que sea, la transformación ecológica hoy pasa por la expropiación de la automoción y la industria en general para realizar una reconversión de urgencia y poner en marcha los nuevos mecanismo de producción limpia, con el objetivo de sostener la vida de las mayorías.

Aquí, el sector clave es el del trabajo, porque solo una transición de las mayorías puede garantizar que sus objetivos son compatibles con los de toda la población. Las clases privilegiadas, los sectores que controlan el capital, tienen intereses que nunca se desvincularán del actual estado de cosas, porque es lo que garantiza sus privilegios. Del otro lado, las mayorías populares son las únicas cuyos intereses son universalizables, y contienen en potencia una alternativa ecologista para el conjunto de la sociedad. Vivienda, transporte, reparto de cuidados, alimentación de proximidad, consumos energéticos básicos: eso es lo que puede plantearse como alternativa de contención ecológica y reparto. Es, también, el único proyecto que puede disputar la hegemonía neoliberal a favor de una alternativa ecosocial, de masas, que plantee un horizonte de futuro compartido.

Pero un futuro ecosocial tiene que ir más lejos de las ideas y de lo que unos u otros escribamos en un artículo. Si bien es cierto que debemos de exigir esa transformación ecosocial al gobierno, y más aun cuando supuestamente el gobierno es “progresista”, también los que apostamos por este importantísimo cambio, tenemos que mirarnos el ombligo y debemos de analizar el por qué, sabiendo que tenemos la razón, y sabiendo que nuestras propuestas son para el beneficio de toda la sociedad, no llegamos al número de gente que deberíamos llegar. Sabiendo también que ningún gobierno que llegará a poner en marcha una transición real mientras siga en manos de los poderes económicos.

Las excusas no valen, sabemos desde hace años que los medios de comunicación nunca nos van a dar un espacio, o si nos lo dan será bajo su “criba”, sin trasladar en absoluto el mensaje que deseamos aportar; sabemos la mayor parte de la clase política no piensa en estos asuntos; pero como ya hemos dicho, todas esas excusas no valen, con todas estas trabas ya contábamos. Hemos de ser capaces de trasladar ese mensaje al conjunto de la sociedad, y sobre todo, hemos de ser capaces de que ese mensaje cale en una sociedad que lleva año y medio encerrada en su casa, y la cual, en todo este tipo, solo ha recibido información sobre la incidencia de la COVID-19, del número de fallecidos por él, la ultima ayusada de turno, o de la ultima barbaridad que ha soltado por la boca algún “ilustre” diputado de Vox, mientras las televisiones lo repiten por activa y por pasiva durante toda la semana, pidiendo que opinen sobre ello los opinadores profesionales enganchados al espectáculo.

Hemos de ser realistas, en muchas de las cosas en las que llevábamos trabajando años, como lo es esta, tenemos que empezar prácticamente de cero, así que no nos va a quedar más remedio (y con mucho gusto), que volver a patearnos los pueblos, ciudades, plazas, centros de trabajo y centros cívicos explicando y concienciando a la gente, de que la lucha contra el capitalismo y por una revolución ecosocial es ahora más necesaria que nunca.

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