Quería dar las gracias por esa oleada de cariño, solidaridad y compromiso con la defensa del derecho a la vida que he recibido de miles de personas. Me reconforta saber que estáis ahí y vuestro amor me sostendrá ante el tribunal si me flaquean las fuerzas. No puedo creer cómo he llegado a esta situación en la que se me tacha de criminal por hacer llamadas a servicios de Salvamento Marítimo.
Me miro en casa al lado de mi perro, mi gata, con la mesa camilla puesta y después de recoger a mi hija de teatro. Me paro en la foto de mi hijo cuando era pequeño y en las cenizas de mi madre que presiden el pequeño altarcito improvisado en casa.
He hecho una llamada a Salvamento Marítimo para saber algo de la patera desaparecida desde hacía dos días, y desgraciadamente me explican que hay un fallecido. Entonces se me caen las lágrimas por otra muerte más. Le digo a uno de los controladores de Almería que tal vez esta sea una de las últimas llamadas que les hago.
Recuerdo en el año 2007 mi primera alerta a esta torre de control de una patera desaparecida. Conozco todas las voces de los trabajadores, tras las que se esconden un gran empeño y profesionalidad para salvaguardar el derecho a la vida en el mar.
Paseo mi mente por los recuerdos de los naufragios. Me vienen a ella los gemelos de Sisco, la pequeña Jenny, el niño Samuel, todos ahogados y algunos tragados por el mar. Y en 2014 aquella navidad donde murieron las mamás abrazadas a sus hijos. Así las encontré cuando fui a visitar la morgue de Tánger dentro de aquellas bolsas negras, aún con las ropas empapadas en agua.
Pienso en mi madre enfadada cuando, mientras comíamos, las llamadas de familiares alertando de pateras se sucedían sin parar. Me decía “vaya, hija mía, vaya trabajillo que te has buscado. Que ni ganas nada ni te dejan comer, ni dormir”. Esa era mi madre con el humor negro almeriense, pero orgullosa siempre de lo que hacía su hija. Ella decía que heredé esta forma de ser de mi abuelo, su padre.
Mi niña me devuelve a la realidad, me saca de mis pensamientos diciéndome “no llores, cuando lloras me hace sentir insegura, pienso que lo peor puede pasar”. Así me doy cuenta de que me caen lágrimas a borbotones por la cara.
Vuelve a sonar el teléfono. Es el hermano de una de las mujeres que viajan en la patera donde ha habido un fallecido. Quiere saber si es un hombre o una mujer la persona muerta. Le digo que un hombre y respira tranquilo pensando en su hermana, pero acto seguido me dice “mucha fuerza por lo que estás viviendo. Has salvado tantas vidas que Dios te ama, todos te queremos, eres como una parte nuestra, de la familia, eres África. Esta noche nuestras oraciones serán para ti”.
Intento hacerme consciente de todas las muestras de cariño y solidaridad recibidas durante todo el día. En uno de los mensajes leo “En las redes la solidaridad contigo es impresionante. Te mando un beso enorme y espero que mañana las cosas salgan bien. Estamos muy atentas”.
Desde el miércoles pasado cuando me notificaron a declarar ante el tribunal, muchas personas se han dejado la piel para estar a mi lado. Han trabajado día y noche para ver la parte jurídica, difundir la solidaridad en las redes, y sostenerme para que no me cayese durante el camino.
Mi hijo es una de ellas, una persona valiente y humana que me da la fuerza para seguir luchando. Así, remonto la moral diciéndome a mí misma que una madre debe ser ejemplo hasta el final para su descendencia.
Salvar vidas no es un delito y pienso que eso debería entenderlo cualquier persona en el mundo, sea cual sea su ideología. Por eso no logro comprender cómo han llegado tan lejos con esto.
El final del camino, de este camino, puede ser el ingreso en prisión. Las que me conocen saben de mi carácter positivo, y por lo tanto no puedo dejar de seguir confiando en la justicia.
Pienso que llegaré ante el juez, me mirará, le explicaré y entenderá todo. Y finalmente todas seguiremos llamando a Salvamento cuando sea necesario para salvar vidas.