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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Nunca sobran derechos

Varios vecinos de Náquera (Valencia) colgaron banderas LGTBI de sus balcones después de que el ayuntamiento del PP y Vox las retirase de su fachada

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Cuesta digerir lo que está pasando. En menos de una década hemos asistido con perplejidad a la proliferación de fuerzas políticas de extrema derecha, euroescépticas, negacionistas del cambio climático y de talante populista en diversos países: Polonia, Hungría, Finlandia, Grecia, Alemania, Austria, Letonia o Italia entre otros. Y ahora España. Una tendencia con difícil encaje para construir un país, una Europa, donde se proteja a las personas y el planeta.

Que el gobierno húngaro haya impuesto una multa de más 32.000 euros una librería por exponer el libro Heartstopper no es baladí. La entrada de esta cuarta ola ultraconservadora amenaza con derogar de un plumazo muchos de los avances y derechos conquistados durante décadas. Se trata de una guerra de acoso y derribo, que amenaza con desgastar normas sociales fundamentales para la coexistencia y cohesión como sociedad. Se arremete contra principios y valores que creíamos consolidados incluidos en la Carta Europea de Derechos Fundamentales o en la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos. Textos y contextos que creímos la guía del sentido común. Los derechos más fundamentales como marco de convivencia social. 

No es casual. Es un guiso cocido a fuego lento desde los ’80 en un modelo neoliberal insostenible y extractivista en recursos, sazonado por la globalización y la deslocalización. Luego vinieron los aceleradores: la crisis financiera del 2008, la COVID, la guerra de Ucrania y precios e inflación disparadas. Incertidumbre, descontento y angustia, con una extrema derecha que aprovecha para buscar chivos expiatorios y se propone como salvadora. Una extrema derecha que sabe aprovechar la erosión de los partidos tradicionales y rentabilizar el recuerdo de otro tiempo, que no fue ni tan próspero ni maravilloso, pero que sirve de trampantojo.

Sin embargo, un recorrido por la España post 28 de mayo deja espacio a la preocupación: prohibiciones de banderas LGTBIQ+ durante el mes del Orgullo, la antesala de la vuelta a los armarios; ideas xenófobas que promueven la delación de inmigrantes sin papeles o acabar con “el efecto llamada”, impidiendo “de por vida” la regularización de los migrantes irregulares. Mientras, más de 800 organizaciones trabajamos por la regularización de medio millón de personas migrantes en España, para que tengan la oportunidad de construir una vida digna y con derechos. Se hace ideología con los carriles bici o se reabre la demanda del pin parental. Son solo algunos ejemplos de una tendencia preocupante que amenaza los derechos de millones de personas.

Negar el cambio climático a estas alturas es una irresponsabilidad. La ciencia es clara y no nos sobra tiempo. Sí nos sobran evidencias para saber que nos enfrentamos a un reto existencial. Incendios, inundaciones, ciclones tropicales, sequías, subidas del nivel del mar, procesos de desertificación y, literal, más de 90.000 estudios y análisis científicos confirmando el diagnóstico y las soluciones. Lo que necesita España es descarbonizar sus energías cuanto antes, respetando la biodiversidad y los ecosistemas, generando empleo y asegurando una transición justa.

Negar asilo y refugio a las personas que huyen de la guerra o buscan un futuro mejor es inmoral. Blindar las fronteras o deportar a los migrantes ilegales a su país de origen no es la solución. Sólo conseguirá que nazcan nuevas rutas aún más peligrosas y causará más muertes innecesarias. Desde 2014, 25.000 personas han muerto en el Mediterráneo, esa gran fosa común. Es hora de que España adopte una política migratoria que garantice el respeto de los derechos fundamentales en las fronteras exteriores de la UE, que asegure el cumplimiento de la legislación internacional marítima y que establezca vías legales y seguras para migrar y acceder a la protección internacional. Una asignatura pendiente que arrastramos desde hace décadas.  

Negar la violencia de género es otra irresponsabilidad. Banalizar y minimizar la violencia machista es imprudente. Derogar cualquiera de las leyes actuales que protege a las mujeres debe ser una línea roja. Sólo en 2022, en España se contabilizaron más de 180.000 denuncias. Y sabemos que esas denuncias son la punta del iceberg. Siete de cada diez mujeres no llegan nunca a denunciar. 

Estos días todas las miradas están puestas en España. Lo que suceda en nuestro país tras el 23 de junio puede tener un efecto reverberación en el resto de Europa.

Hace 20 años, en su libro Kafka en la playa, Murakami escribió “cerrar los ojos no hará que cambies. Nada desaparecerá simplemente por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aún peor la próxima vez que les abras”.

Pues eso, los ojos bien abiertos. Toca no dar por hecho lo conseguido, estar alerta y construir un muro de contención con políticas, diálogo y dejando los odios fuera del marco. 

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