El sentimiento de soledad no deseada es una de las paradojas más crueles que existen en nuestras ciudades. En una sociedad urbana hiperconectada digitalmente crece el sentimiento de soledad convirtiéndose en una verdadera epidemia. Varios estudios científicos asocian la soledad al incremento de riesgo de cardiopatías, deterioro de conductas alimentarias, disfunciones metabólicas o empobrecimiento de la calidad del sueño. También a impactos sobre la salud mental como tendencia a la depresión, ansiedad o incluso a la aparición de ideas suicidas.
La Unión Europea lleva años alertando del problema. Reino Unido en 2018 y Japón en 2021 instauraron Ministerios para la Soledad. En 2020, el Ayuntamiento de Barcelona presentó su Estrategia Municipal contra la Soledad 2020-2030 que establece objetivos y estrategias ante lo que se puede considerar una verdadera epidemia.
Para que nos hagamos una idea de la magnitud del problema, según la encuesta ómnibus 2020 del Ayuntamiento de Barcelona, el 7,1% de personas jóvenes entre 16 y 24 años, afirma que se sienten solas a menudo y el 19,4 % a veces. Mientras que el 4,1% de personas mayores de 65 años declara que a menudo y el 14,6% a veces. Datos que demuestran que, si bien estamos ante un problema transversal a todas las etapas vitales, es en la franja de personas jóvenes donde representa un mayor impacto, contradiciendo la idea generalizada que vincula soledad a personas mayores.
Ciertamente el problema requiere una mirada holística y de un conjunto de actuaciones desde distintos ámbitos. Sin embargo, el diseño de las ciudades juega un papel fundamental. Fruto del interés y preocupación que despierta el tema en el ámbito urbanístico, he participado recientemente en un podcast organizado por el Urban Land Institute y su Health Leaders Network para hablar precisamente de cómo podemos abordar el problema de la soledad desde el diseño de la ciudad, a partir de recientes experiencias en Barcelona.
Es importante, en primer lugar, que entendamos que el sentimiento de soledad es un problema colectivo, no individual, y que tiene su origen en el entorno y formas de vida social que nos rodean. En este sentido, si queremos abordar el problema de la soledad será imprescindible revertir de forma drástica un determinado diseño de la ciudad que ha promocionado la individualidad y la competitividad como valores estructurales y que nos conduce a condiciones de aislamiento. Y, en cambio, avanzar hacia a una cultura urbana fundamentada en la cooperación, cuidados y apoyo mutuo. Precisamente la pandemia y el confinamiento nos demostraron que son y serán las redes de apoyo colectivo las que nos hacen y harán más resilientes frente a las adversidades.
En primer lugar, es necesario trabajar para garantizar el acceso a la vivienda de todos, pero especialmente para las personas más jóvenes. Sabemos que el sentimiento de soledad en su caso a menudo es fruto de la frustración frente a la imposibilidad de emanciparse e iniciar un proyecto de vida propio. Es imprescindible incrementar el parque de vivienda pública para todas las personas, pero especialmente para personas jóvenes. Y es necesario que los edificios de vivienda colectiva incorporen espacios compartidos como vestíbulos, salas de actividades y azoteas. Ya existen proyectos que marcan el camino, como el edificio Cooperativa la Borda, proyecto de LaCol, que entre otros aspectos interesantes incorpora varios espacios comunitarios compartidos. Habría que seguir en esta línea y conseguir que promotores privados también incorporaren criterios para combatir la soledad.
Y evidentemente habrá que revertir el carácter de las calles, que, dominadas por la movilidad del vehículo privado (el espacio para el coche en Barcelona significa más del 50% de la superficie de las calles), se han convertido en verdaderas barreras físicas y psicológicas para la interacción social. Además, apostar por el transporte público colectivo también nos conduce a una mayor conciencia de ciudad compartida. Proyectos como 'Supermanzana' o 'Protejamos a las escuelas' en Barcelona, que no sólo tienen que ver con renaturalizar la ciudad, sino también con proporcionar más y mejores espacios para relaciones sociales son decisivos en este sentido y despiertan un enorme interés como buenas prácticas a seguir. O el diseño de los equipamientos públicos, como la red de bibliotecas públicas en Barcelona, ejemplo de espacios de referencia y vida colectiva.
Debemos ver la ciudad como una gran oportunidad para abordar el grave problema de la soledad no deseada. Aportando soluciones que vayan desde el diseño de la vivienda colectiva al espacio público y los equipamientos, aportando espacios compartidos, accesibles para todos y que faciliten la interacción entre personas, es decir, que fomenten una nueva cultura urbana colectiva.