Los malos resultados de la izquierda no socialista en las elecciones europeas –llueve sobre mojado– han destapado la caja de los truenos. Con análisis internos y externos que fijan la mirada en las responsabilidades de los dirigentes. Normal, dirigir implica rendir cuentas. En este sentido la dimisión de Yolanda Díaz comporta un ejercicio de pedagogía política, que desafortunadamente no ha tenido correspondencia en otros ámbitos.
No se trata de negar los errores cometidos durante estos meses; la propia Yolanda los ha reconocido y asumido como propios en el momento de dimitir. Pero, sin menospreciar estos factores que han marcado negativamente la relación entre Sumar y Podemos, también en el interno de la amalgama que es Sumar, sería un error de diagnóstico limitarlo todo a las torpezas o las miserias del factor humano. Que haberlas, haylas.
Me temo que las causas son más profundas y, si no se identifican, será muy difícil sacar enseñanzas provechosas de este tropiezo. Asistimos a la evidencia, una vez más, de las dificultades e incapacidad de articular un proyecto compartido con un nivel aceptable de coherencia interna y unas formas organizativas que permitan construir acuerdos, superando las diferencias y las contradicciones que generan unos tiempos de gran complejidad y amplio desconcierto.
La aparición de Sumar despertó mucha ilusión porque nació de un triple sentimiento. En primer lugar, la frustración por la auto destrucción de Podemos como sujeto político que había sabido canalizar la indignación, pero que no supo organizar un proyecto. La necesidad de reconstruir, por enésima vez desde los años 80, un espacio político que permita impulsar y canalizar políticas de transformación social. También la esperanza de amplios sectores sociales que, formando parte de organizaciones y movimientos que son portadores de valores universales, como el sindicalismo, el feminismo y el ecologismo, no militan en ninguna organización política y se sienten huérfanos de referente.
El reto no era fácil, se trataba de articular un proyecto político que no nacía de cero, sino de intentos que, después de la ilusión inicial, acabaron en fracaso y dejaron muchas heridas. La última, provocada por la actitud adanista y de superioridad moral con la que la nueva política trató a las organizaciones preexistentes.
Además, se trataba de hacerlo en el marco de una sociedad marcada por la falsa creencia de que se puede responder a los retos globales a partir de espacios cada vez más pequeños, compactados y homogéneos. Este espejismo es el que está alumbrando respuestas corporativas en lo sindical, caníbales en lo social, tribales y nacionalistas en lo político
Se trata de una lógica global que se hace evidente en la cada vez mayor fragmentación de los espacios electorales en todos los países. En el caso de España la cosa se complica con un modelo de estado políticamente descentralizado, pero sin un proyecto ni una cultura federales de cooperación. Las lógicas autonómicas, si no disponen de estructuras políticas que las articulen, tienen tendencia a la autarquía. Si eso sucede en los partidos estructurados –léase García Page–, la cosa se desmadra aun más cuando no existe una estructura común.
Parece obvio que, en este marco, la construcción de Sumar constituyó un reto mayúsculo que solo tenía posibilidades de abrirse paso si el sujeto político que pretende vertebrar intereses, causas e identidades en la sociedad lo hace desde su vertebración interna. En clave federal, porque las formulas confederales ya están ocupadas por fuerzas políticas de la izquierda nacionalista, como se comprobó en las elecciones de Galicia, Euskadi y Catalunya.
Nos lo dejó escrito Antonio Gramsci: “Las ideas no viven sin organización”. Aunque, si el dirigente comunista estuviera entre nosotros, quizás añadiría que las ideas tampoco sobreviven a muchas organizaciones que se consideran todas ellas y al mismo tiempo el núcleo irradiador, la nave nodriza o el reservorio de la vanguardia del proletariado.
Lo de insistir en la necesidad de organizaciones políticas sólidas no es nostalgia del mundo analógico. Disponemos de muchas evidencias de que, también en la era de la digitalización, la organización política es insustituible. Por supuesto, las formas de relación y comunicación digitales pueden ayudar, pero sin organización ni los liderazgos más potentes pueden sobrevivir. Al contrario, se consumen y agotan, como la indignación, a ritmos vertiginosos.
En un mundo con trabajos y vidas fragmentadas se requiere aun más de espacios en los que debatir –lo que requiere tiempo y disposición–, construir acuerdos, superar conflictos y elaborar propuestas que permitan integrar intereses que en muchas ocasiones se presentan confrontados. En momentos en que todas las estructuras de mediación social, también los partidos, están en crisis, acertar en las formas organizativas no es fácil. Pero la “no organización” no es una opción, porque propicia la centrifugación de esfuerzos y capacidades.
La construcción de Sumar requería de habilidades de alquimista. Aplicando las técnicas de deconstrucción de Ferrán Adrià. Los mismos ingredientes, pero combinados de manera distinta. No se puede construir nada nuevo sin contar con lo que ya existe, pero no puede construirse nada sólido si todas las piezas continúan queriendo mantener su statu quo de soberanía plena, dejando a la matrioska más externa –en este caso Sumar, pero antes fue Izquierda Unida, o Unidas Podemos– la función de recabar la legitimación democrática de la ciudadanía.
Durante estos meses me ha parecido detectar mucha actitud tribal y comportamientos autárquicos por parte de algunos de los partidos que se habían comprometido con el proyecto de Sumar. Incluso alardeando de su implantación en un territorio concreto, que en estas elecciones no se ha visto por ninguna parte. O reivindicando para ellos la capacidad de vertebrar la presencia en toda España, algo que no aguanta el contraste con la realidad. Sumar nació, o al menos eso entendió un servidor, precisamente para articular todo lo existente y para vincular a mucha más gente de la que se encuentra organizada dentro de las estrechas murallas de las organizaciones políticas.
Me temo que, en las dificultades de articulación de Sumar, además de los errores de dirección ha incidido la actitud de los partidos que forman parte. Ninguno por sí solo está en condiciones de afrontar el reto, pero ninguno quiere salir de su espacio de comodidad y control.
Todo apunta a que la fórmula ensayada para construir Sumar puede ser pantalla pasada. De nuevo toca reintentarlo una vez más. Pero, para no tropezar en la misma piedra, las organizaciones políticas deben responderse y respondernos si están dispuestas a construir algo nuevo, que no sea lo de siempre.
Necesitamos un espacio plurinacional que se articule federalmente y en el que se pacten las soberanías compartidas, lo que significa renunciar a los espacios de soberanía absoluta que algunas organizaciones han querido mantener en Sumar.
Quienes tienen la responsabilidad de reconducir la situación deberán actuar con calma. El cuerpo está muy magullado y mejor no acelerarse en las decisiones. También con la templanza que nos sugiere Alberto Garzón. Aunque el mejor consejo llega de la mano de Einstein: “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.
La formula matrioska que se inició en los años 80 con la creación de Izquierda Unida bajo la égida del PCE ya no da más de sí. En ocasiones las siglas deben sacrificarse para que sobrevivan las ideas. Si no se está dispuesto a ello, el resultado será el de siempre.
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