Un tema de la hostia
Menuda sorpresa escuchar a Villarejo venderle a la María Dolores de su Esperanza el penúltimo truño sobre Podemos. Menuda sorpresa verlo arañar su parte de agente doble de unos y otros tratando de liquidar favores tanto como ahora liquida cuentas...
En 2017, en el equipo legal de Podemos, ya estábamos curados de asombro ante la ínfima calidad de los materiales para ensuciar un proyecto aún sin hipotecas. Quedaba quizá siempre la sorpresa eterna de ver arrastrarse a unos periodistas y a unas instituciones por el trazo grueso del titular, convirtiendo en pernada el derecho a la información y en obsceno el derecho público.
Los audios de Villarejo que ahora se publican son tan interesados y tan inanes como lo fueron entonces. Una ficción programada para el espacio público de garrafón al servicio de esa manipulación que empieza su castillo de naipes en los digitales y la culmina en los telediarios. Por el camino aún veríamos el paisaje de siempre: esa Dirección operativa de la Policía buscando la sonrisa de los gobernantes, esos gobernantes buscando la sonrisa de los poderosos, esos periodistas contentando a esos anunciantes, esos anunciantes pagando a esos editores, esos jueces que dan aire a la noticia ─siempre así, como de refilón, sin llegar a mayores─ mientras firman el auto de procesamiento que siempre deja fuera a los que pactan la composición de los órganos de gobierno... Nada nuevo... Resquicios de ese poder que desde hace medio siglo camina paralelo a las aspiraciones democráticas de este país.
Ni en 2017, ni mucho antes, fuimos del todo ingenuos. Sabíamos y sabemos que a la arena de la democracia siempre le llega el ruido que sale de la bancada de los poderosos, ruido para tratar de ensuciar el debate político, para marcar la agenda, para acallar las reivindicaciones de la gente normal. Y que a veces hay tanto ruido que no se oye nada, ni siquiera lo que de verdad esconden unas grabaciones que, más que “filtradas”, semejan un azafate de boñigas secas.
Hoy seguimos sin ser ingenuos. Sabemos que no era Podemos lo que les daba miedo. Era la democracia. Era aquella herramienta al servicio de la participación ciudadana que decía lo que había que decir porque no tenía nada que perder, deudas que pagar, ni nombramiento alguno al que aspirar.
Hoy, ayer y mañana seguimos teniendo que decir lo mismo. Que el camino de la democracia es el camino de la dignidad de los derechos, del debate público donde las personas pueden participar, proponer, trabajar e incluso protestar al abrigo de unas instituciones que al menos nominalmente les pertenecen. Que la información es un derecho de la ciudadanía y la Justicia un servicio público. Que los partidos políticos son herramientas de participación democrática y que la corrupción sigue siendo el sumidero estructural por el que se nos escapa la representación, la inteligencia pública y nuestro dinero... Mucho, mucho dinero.
Y que ese es un camino en el que la ciudadanía debe asumir el protagonismo, porque apoderarnos de nuestra historia no es labor de héroes legendarios, víctimas sagradas, líderes sonrientes ni villanos de filtración interesada. Como entonces, como antes de entonces, como siempre y ahora, es una tarea que deben acometer los pueblos.
Y lo bueno de la democracia es que, para alcanzarla, nunca es demasiado tarde.
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