Trump visita esta semana Europa para, entre otras cosas, participar en la cumbre de la OTAN. Un elemento se ha colado de fondo: ¿qué papel quiere jugar la UE en el futuro de la alianza militar transatlántica? Hace años que las élites europeas coquetean con la posibilidad de dotarse de “capacidades defensivas comunitarias propias”. El abanico incluye desde una mayor coordinación entre ejércitos nacionales, hasta la creación, ya anunciada, de cuarteles generales europeos, llegando al extremo de la creación de un ejército puramente europeo. El debate de fondo es qué pinta la OTAN en todo esto: ¿esas “capacidades defensivas europeas” se harán dentro o fuera de ese paraguas? Un debate que se ha acelerado con la llegada de Trump a la Casa Blanca y las suspicacias que ha levantado en varios despachos europeos.
Por lo incipiente de la propuesta y del debate, es pronto para sacar conclusiones o para apostar por un desenlace u otro. Pero sí hay dos elementos que conviene destacar en este marco. El primero es lo sintomático de la crisis estructural del proyecto político europeo que denota el hecho de que la única propuesta en firme de las élites, más concretamente de la Comisión Juncker y su reciente Libro Blanco, sea una Europa más securitaria que ofrezca seguridad (en su acepción más policial y militar) ante unos peligros geopolíticos crecientes. Ni una sola palabra sobre la reducción de las desigualdades, el combate contra el desempleo, el urgente reequilibrio de las diferencias regionales o la recuperación de la democracia y la soberanía popular tan esquilmadas. Ninguna autocrítica sobre el secuestro de Europa a mano de empresas transnacionales y sus lobbies, sobre el TTIP o el CETA, o sobre las miles de muertes que genera la Europa Fortaleza.
Esta propuesta securitaria por parte de las élites europeas no surge de la nada, como tampoco es nueva la crisis estructural que vive Europa y, más concretamente, la UE. Por poner un ejemplo de actualidad, el “populismo de las vallas” que viven desde hace dos años nuestras fronteras se enmarca dentro de una deriva securitaria de mayor calado, pero también de la salida hacia adelante ante la ausencia de proyecto esperanzador que federe nuevos fervores europeístas. Un negocio de la seguridad que esconde de fondo otros negocios más profundos y estructurales: el de la xenofobia, las fronteras y la desigualdad.
El mercado global de servicios de seguridad privada asciende hoy a 161.000 millones de euros, más que toda la ayuda oficial mundial para combatir la pobreza y más que el PIB de muchos países. Un sector cuya facturación crece un 6% cada año y emplea ya a 20 millones de personas en todo el mundo. El tráfico de personas, derivado del cierre de rutas legales y seguras orquestado por la UE y sus Estados miembros, revierte anualmente a las mafias 8.000 millones de euros en todo el mundo, la mitad de los cuales se estima que se “facturan” en torno a las fronteras europeas.
En su cara legal, el mercado de la seguridad fronteriza genera un volumen de negocio anual de 15.000 millones, la mayoría fondos públicos destinados a la contratación de servicios y dispositivos privados externalizados de seguridad y control. Un jugoso negocio y un saldo enormemente positivo para las inversiones que las grandes empresas de la seguridad y la defensa hacen en los lobbies que se pasean por las instituciones europeas, diseñando políticas públicas y determinando partidas presupuestarias a su antojo.
El otro elemento es la propia OTAN, que está en crisis desde mucho antes de los recientes exabruptos de Trump. La caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría dejó un vacío, un qué hacer con tantos recursos militares y defensivos, dónde y contra quién justificar su uso y los crecientes presupuestos asociados una vez desaparecido el peligro ruso y descartado el desarme progresivo. En los últimos años, la lucha militar contra el terrorismo se ha combinado y ampliado al control de las fronteras y a la gestión securitaria de la movilidad humana, de los flujos migratorios.
Y es aquí donde la OTAN y la UE se encuentran en la tendencia de fondo, como buenos actores occidentales por antonomasia que son. La militarización creciente del Mediterráneo y la externalización de fronteras hasta las mismas rutas migratorias en los países de tránsito, unido al uso creciente de presupuestos, dispositivos y tecnología de defensa al control mismo de las fronteras como si de muros bélicos se tratase. Las patrullas conjuntas de Frontex y la OTAN en el Mediterráneo central y oriental son la culminación de este proceso de convergencia: las fronteras y rutas migratorias convertidas en campo de pruebas militares y las personas migrantes erigidas en enemigos potenciales.
En el próximo periodo asistiremos muy probablemente a una profundización de este proceso de reciclaje de la OTAN, de los ejércitos nacionales, de los presupuestos públicos destinados a defensa y de la industria armamentística y militar, sus lobbies y empresas. Reciclaje hacia la lucha contra el terrorismo y el control de fronteras y de quienes quieren atravesarlas. Y aquí de nuevo la cuestión migratoria vuelve a ser el punto de encuentro de ambas orillas del Atlántico norte: en Europa se ha puesto el grito en el cielo ante el anunciado muro con México de Trump, obviando intencionadamente que aquí se han levantado una decena de muros en las fronteras exteriores e interiores de la UE. Y en todos los casos la gestión securitaria y la aplicación de tecnología militar son comunes en Estados Unidos y la UE.
Cometeríamos un error si redujésemos la cumbre de la OTAN al debate de si hace falta o no un ejército europeo y qué relación debe mantener con la Alianza Atlántica. Que esa sea la gran apuesta estratégica de las élites europeas demuestra no solo el fracaso y la crisis del proyecto de la UE, sino también y sobre todo la total ausencia de alternativas. Rotas las promesas de paz, bienestar y democracia que acompañaron el proyecto fundador de la UE, en el vacío crece un populismo punitivo que requiere de fuentes de amenaza permanentes, tanto internas como externas, para establecer un estado de emergencia continuado que justifique la excepcionalidad democrática y unos presupuestos securitarios desorbitados. Cualquier propuesta que hagamos sobre el futuro de la UE y sobre las relaciones euro-estadounidenses deben partir primero de la necesaria impugnación de esa deriva securitaria. A partir de ahí discutimos y proponemos.