Ucrania y los límites de negociar
Antes de que empezara la ocupación de Ucrania, cuando Rusia tenía gran cantidad de tropas en su frontera, desde centros de varios países empezaron a surgir unas primeras propuestas para que, a través de una negociación, se evitara lo que luego realmente sucedió. Eran propuestas que recogían aspectos que estaban en el centro del conflicto, cuando todavía no tenía naturaleza bélica, y que, por tanto, consideraban demandas antiguas y repetidas, olvidos que acaban teniendo repercusiones, e incumplimientos de cosas ya acordadas, como el Acuerdo de Minsk de 2015. No cumplir con los compromisos ya adquiridos puede ser el origen de nuevos episodios altamente conflictivos.
Ahora estamos en otro momento, y tanto los equipos negociadores de Ucrania y Rusia, más quienes aportan ideas para quien las quieran escuchar, han de tener muy presente las coordenadas del momento, que imponen limitaciones a determinadas peticiones y obligan a pensar en alternativas que puedan adaptarse a la situación del presente, pero sin que queden prisioneras del todo, pues el arte de negociar implica siempre estar abiertos a novedades no pensadas con anterioridad.
En este sentido, creo importante tener en cuenta dos cosas que aparentemente pueden chocar entre sí: el auge de la cultura de la negociación, y, por otro lado, los límites implícitos en cualquier negociación sobre un conflicto armado. Sobre el primero, hay un hecho estadístico que invita a la esperanza, o al menos a intentar lo que en un principio puede parecer imposible. Me refiero a que, a medida que trascurren los años, cada vez se negocia más y antes. He estado haciendo unas estadísticas sobre 71 conflictos armados que han sucedido desde 1960, de los que más de dos tercios ya han finalizado. Entre 1960 y 1990, hubo 24 conflictos armados en el mundo, y con una característica muy particular: como media, tuvieron que pasar 16 años antes de que iniciara un proceso o un intento de negociación, sea cual fuera el resultado final. Por desgracias, mucha espera y, por tanto, muchas víctimas de por medio. En cambio, en el período 1990-2010, la media de espera para comenzar a negociar bajó a solo 3,2 años, cinco veces menos que en el período anterior. La cultura de la negociación se iba imponiendo en el mundo, y al menos de intentaba salir del conflicto lo antes posible.
Ya más recientemente, entre 2010 y la actualidad, los 17 conflictos armados analizados se empezaron a negociar, como media, al cabo de 1,2 años, esto es, a los pocos meses de empezar o al cabo de un año. Estos datos son más relevantes de lo que pueda parecer, pues indica que hay instituciones y diplomacias mucho más activas que antes, y una opinión pública más exigente ante el estallido de una guerra.
La segunda parte de la reflexión no es tan optimista, pues hay que explicar que entrar en un proceso de negociación no implica tener el éxito asegurado. Siempre ha sido, y será, un asunto de gran complejidad, que requiere unas habilidades y apoyos que no siempre se encuentran. Supone ir construyendo un verdadero esqueleto compuesto por muchas partes articuladas entre sí, no antagónicas. Al tiempo que se es realista y se tiene muy en cuenta el equilibrio de fuerzas, el diseño de las propuestas han de dar respuestas a las principales demandas de las partes o a sus objeciones, y estas respuestas normalmente acaban siendo iniciativas intermedias o nunca pensadas de antemano, lo que implica un notable esfuerzo de imaginación, pues el resultado final puede ser un acuerdo diferente al previsto. Durante estas últimas semanas, vamos viendo estos primeros tanteos en la mesa de negociación sobre Ucrania, con algunas propuestas que no tienen precedentes. Una de ellas, por ejemplo, la de que el acuerdo final tenga unos países garantes que den seguridad a Ucrania para el próximo futuro, incluido el aspecto militar, y con propuestas que implican a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Es solo uno de los ejemplos, pero que tiene una enorme dificultad para concretarse de manera realista.
La paradoja de este asunto, mirando las estadísticas iniciales, es que, a pesar de haber empezado a negociar de forma temprana, cada día que pasa hay más elementos que obstaculizan lo propuesto o pensado el día anterior. Por tanto, siempre habrá de compaginar la premura con el realismo, pues no hay nada peor que firmar un acuerdo sabiendo que no se va a cumplir. Un acuerdo de paz ha de ser algo sagrado, y solo lo será si las dos partes están plenamente convencidas de su validez y exista el apoyo internacional para hacer cumplir lo acordado.
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