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Más vacaciones, menos turistificación

Bajos comerciales transformados en apartamentos turísticos en un edificio de Benicalap (Valencia)

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Denominar turismo a la organización social del ocio en el tiempo y el espacio abre el melón de quién gana y quién pierde según sea su modo de producción y consumo. Por un lado, nos lleva a plantear la aspiración a trabajar menos, para dedicar nuestro tiempo de ocio a enriquecer nuestros afectos y conocimientos, descansando y aprovechando nuestros bienes comunes de manera gratuita y en beneficio de la colectividad. Pero, por otro lado, también nos conduce a referirnos al consumo turístico como un cebo que hace anhelar quimeras decepcionantes (como llegar a atracciones abarrotadas), gastar el dinero que no tenemos (hasta endeudarse para pagar las vacaciones) o deteriorar los recursos del entorno que son bienes comunes, públicos o en cualquier caso no nos pertenecen (como el clima, el agua o la vivienda como alojamiento para visitar nuestro destino preferido).

Ante esta dicotomía y en pocas palabras, el decrecimiento turístico propone más vacaciones y menos consumismo para la acumulación de capital. Quienes firmamos este texto formamos parte de diversos colectivos académicos y de movimientos sociales en los que analizamos qué retos hay que abordar y de qué manera se plantea superarlos. Desde una perspectiva geográfica, estos retos se pueden dividir acorde a su análisis desde dos escalas, la global y la local.

El principal reto del turismo a escala global es su dependencia de las energías fósiles, especialmente para el transporte aéreo y su derivada contaminante que agrava el cambio climático. Pero la ambivalencia ya mencionada encubre el derroche turístico de la clase social enriquecida, que fundamenta y profundiza la desigualdad social. Hasta tal punto se nos engaña que llamamos turista tanto a quien viaja con mucha frecuencia en un avión privado, como a quien se enlata en vuelos de bajo coste, o quien aprovecha su tiempo de ocio los domingos en espacios de proximidad. Porque la palabra turismo tiene un efecto “purpurina” que maquilla la apropiación de la plusvalía mediante la explotación laboral o el rentismo financiero de la construcción megalómana de resorts, megaproyectos de puertos o aeropuertos y así toda una ingente parafernalia de engendros transgénicos que sirven, más que otra cosa, para la reproducción del capital.

A escala local, el reto más acuciante en la actualidad deriva de la turistificación de la ciudad. Por destacar uno de los principales retos a esta escala, la expansión de la frontera del negocio turístico mercantiliza la vivienda encareciéndola hasta dejarla fuera del alcance de la población residente. El capitalismo de plataforma, llamémosle de forma más sencilla Airbnbificación, es su causa más palmaria. Esta inflación de los bienes de primera necesidad se extiende con la reconfiguración del tejido comercial, el espacio público de plazas, playas o paseos, el transporte o los equipamientos públicos y hasta los amarres que otrora fueron de uso popular y asequible. La turistificación se agrava más aún por la excesiva dependencia de los ingresos turísticos que no cuentan con un reparto equitativo, bien al contrario, están asociados a peores condiciones laborales, salariales o de formación en comparación a la media de otros sectores de actividad. Por ende, la superación de los límites biofísicos de los destinos turísticos masificados se manifiesta en la emergencia climática por olas de calor, sequías o el deterioro de los ecosistemas y la extinción de especies, aspectos que van en detrimento también de la propia experiencia turística, convirtiéndose en víctima de su propio desarrollo.

¿Cómo se plantea decrecer turísticamente para afrontar estos retos globales y locales del turismo? Colectivos sociales de entornos urbanos intensamente turistificados (sin ir más lejos, en Barcelona, Ibiza, Madrid, Sevilla o Tenerife) plantean la necesidad urgente de desturistificar los bienes de primera necesidad, empezando por la vivienda, prohibiendo su uso para alquiler turístico. Igual que se aplica la progresividad fiscal al derroche de agua, proponen también penalizar la frecuencia de vuelos o prohibirlos para las distancias asequibles en ferrocarril. La propuesta política del decrecimiento se fundamenta en la contracción y la convergencia planificadas del caudal de energía y materiales consumidos per cápita. Como alternativa, y atendiendo a la máxima de que el mercado no es la panacea, se lanzan propuestas de desmercantilización del ocio; por ejemplo, mediante el turismo social orientado a conseguir efectos redistributivos de justicia social y ambiental. En suma, el decrecimiento aboga por favorecer el turismo orientado a la reproducción de la vida, en detrimento del que está al servicio de la reproducción del capital.

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