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¿Vale más escaño en mano que seguir votando?

Hemiciclo del Congreso de los Diputados.

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Las elecciones generales del pasado 23 de julio nos trajeron unos resultados en varios aspectos inesperados. El PSOE mejoró en escaños respecto a las estimaciones de la mayoría de encuestas, mientras que Vox y Sumar no consiguieron los resultados que esperaban. El PP fue a la vez el ganador y el perdedor de la noche. Ganaron las elecciones, con 48 diputados más que en noviembre de 2019 y una amplísima mayoría en el Senado. Pero es que Alberto Núñez Feijóo se veía con un pie y medio en el Palacio de la Moncloa, lo que elevó excesivamente las expectativas de los populares. Esas expectativas estaban de sobra justificadas. El PP arrasó en las elecciones municipales y autonómicas de mayo, y gobierna actualmente en doce de las comunidades autónomas (incluyendo Canarias, donde son socios minoritarios de la coalición). El desgaste del PSOE y Podemos tras cinco años de gobierno, unido a los problemas para conformar la plataforma Sumar, hacía pensar que una mayoría absoluta de PP y Vox era inminente.

Al acabar el recuento, el bloque de PP y Vox sumaba 171 escaños. El del PSOE y Sumar, 172. Faltaban por incluir en algún bloque los siete diputados de Junts, un partido cuyas decisiones pueden parecer impredecibles. Pero, con esos resultados en la mano, muchos nos imaginamos un escenario en el que una abstención de los independentistas permitiría al actual gobierno de coalición continuar en el Ejecutivo. Unos días después, el recuento del voto exterior movió un escaño entre bloques: el PP ganó un diputado a costa del PSOE. Ahora el PSOE necesitaba un voto a favor de Junts, mientras que el PP se abrió a negociar una abstención con ellos. Pero, poco después, en la votación para elegir la presidencia del Congreso, Vox, por sorpresa, votó contra la candidata del PP, rompiendo un bloque que se presumía firme. El PSOE pudo reunir el voto a favor de todos los partidos del Congreso salvo CC, UPN, PP y Vox, consiguiendo elegir a una presidenta del Congreso por mayoría absoluta por primera vez desde 2011, demostrando que los bloques políticos no son tan sólidos como parece.

Con todo esto en mente, el rey encargó a Feijóo intentar formar gobierno, en una sesión de investidura que se celebra esta semana. Una fecha aparentemente tardía, pero necesaria por un simple motivo: celebrar el debate de investidura una, dos o tres semanas antes provocaría que una repetición electoral cayera en plena Navidad. La fecha del debate, acordada entre el candidato y la presidenta del Congreso, demuestra que PP y PSOE no descartan que volvamos a votar. Es un movimiento inteligente por parte de los dos grandes partidos. Las posibilidades de investidura de Feijóo y Sánchez dependen de partidos muy variados que, en el pasado, han demostrado no ser excesivamente fiables. Tanto ERC como Junts han priorizado en bastantes ocasiones su nacionalismo a su ideología de izquierda o derecha. El PNV, en 2018, pasó de votar a favor de los presupuestos de Rajoy a ayudar a echarle con la moción de censura de Sánchez en tan solo nueve días. Vox, como se ha mencionado, no votó a favor de Cuca Gamarra para presidir el Congreso. Ejemplos similares se pueden encontrar para UPN o CC, e incluso algunos de los componentes de Sumar.

Cabe así preguntarse si les podría interesar a PP, PSOE y demás partidos jugársela con una repetición electoral. Con estos resultados y la probabilidad de un nuevo gobierno de coalición PSOE-Sumar, la legislatura se prevé dura, ante la innegable necesidad de negociar cualquier ley con una variedad de grupos políticos. Un gobierno que ya sabe perfectamente lo complejo que puede llegar a ser esto, como demuestra el caso de la reforma laboral, aprobada por un error de un diputado popular ante la negativa de los socios habituales (Bildu y ERC) a apoyarla. Además, no sería sorprendente que esta legislatura acabara antes de tiempo, aunque haya investidura. Una situación que no resulta extraña en el PSOE, que ya adelantó las elecciones en 1996 y 2019 al no ser capaz de aprobar unos presupuestos con sus socios en aquellos momentos. Con unos resultados tan ajustados, el riesgo del rechazo a leyes importantes, e incluso la retirada de la confianza parlamentaria en el presidente a través de una moción de censura, tienen que tenerse en cuenta a corto o medio plazo. El PP ha reconocido que no cuenta con los votos suficientes para su investidura, asumiendo de antemano una derrota que es evidente desde hace tiempo. Ahora la pelota está en el tejado del PSOE: ¿repetir o no repetir?

¿Ayudarían otras elecciones a resolver la previsible inestabilidad en la legislatura? En base a los antecedentes, sería extraño que esto fuera así. En 2016, la repetición supuso una caída de escaños para PSOE, Podemos y Ciudadanos, y una subida del PP con un descenso notable de la participación. Pero no resolvió el bloqueo parlamentario a cualquier investidura, porque PSOE, Podemos y Ciudadanos siguieron sin ponerse de acuerdo, y PP y Ciudadanos no sumaban por sí solos. Solo hubo investidura cuando el PSOE (guerra civil interna mediante) decidió abstenerse y permitir que gobernara Rajoy. La moción de censura de Sánchez en 2018 demostró los riesgos de este tipo de aritméticas parlamentarias sin mayorías claras. Su propia investidura también se basó en una multitud de acuerdos con distintos partidos, lo que favoreció el adelanto electoral ya mencionado.

Ese adelanto también provocaría una situación de bloqueo político, al no haber (de nuevo) mayorías claras tras las elecciones de abril. Con el colapso del PP, una mayoría de derechas resultaba impensable, pero el PSOE no pudo (o no supo) capitalizarlo. Ciudadanos se ancló en el “no” a Sánchez, convencidos de que podrían superar a un PP en caída libre, y el acuerdo con Unidas Podemos fue imposible. Volvimos a las urnas en noviembre, y, como en 2016, PSOE y UP bajaron en escaños, al igual que Ciudadanos. El PP creció pese a mantener unos malos resultados, y Vox despegó a nivel nacional superando los 50 asientos. Y la participación bajó más de cinco puntos. La derecha seguía sin sumar, y PSOE y UP tenían aún más difícil alcanzar una mayoría suficiente para la investidura. Pese a ello, consiguieron formar el primer gobierno de coalición de nuestro actual sistema parlamentario, iniciando una legislatura de muchos vaivenes.

El caso actual es particularmente complejo, porque el PSOE necesita, a priori, el apoyo de Junts para conseguir llegar a la Moncloa. Cualquier otra opción, una vez el PP ha reconocido que su gobierno es imposible, pasa por la ruptura de uno de los bloques que han compuesto el escenario político español a lo largo de la última legislatura. O el PP, Coalición Canaria y UPN se abstienen o votan a favor de Sánchez, o el voto favorable de Junts es condición sine qua non para que haya gobierno. El precio a pagar por ese voto es lo que genera más dudas. Ese precio lo dio a entender Carles Puigdemont en las últimas semanas, y es, seguramente, menos exigente de lo que cabía esperar. Aun así, provocó que el PP se retractara de sus palabras sobre Junts, “un partido cuya tradición y legalidad no están en duda”, y organizara una manifestación en Madrid contra un candidato que ni siquiera se presenta aún a la investidura. Además, varios de los llamados “socialistas históricos”, incluidos Alfonso Guerra y Felipe González, se han pronunciado con vehemencia, e incluso malas formas, contra la posibilidad de amnistiar los sucesos del 1 de octubre de 2017.

Repetir elecciones, como se vio en 2016, no asegura que el escenario postelectoral vaya a permitir la formación de un gobierno. Ni tampoco asegura que se deje de depender de Junts, ERC, Bildu, Vox… para llegar a la Moncloa. También parece impensable una situación en la que el PSOE decida a última hora permitir gobernar a Feijóo, ni que el PP permita gobernar a Sánchez. El PSOE ha perdido escaños en las dos elecciones que se han repetido previamente, y lo sucedido con Ciudadanos en 2019 muestra los riesgos de una repetición para cualquier partido. Varios de los componentes de Sumar se arriesgan, además, a perder representación en el Congreso, sobre todo en provincias como Sevilla, Córdoba o Alicante, donde obtuvieron el último de los escaños. 

Los partidos nacionalistas y regionalistas tampoco tienen demasiado que ganar con una repetición. Más aún cuando en el próximo año y medio habrá elecciones autonómicas en varias regiones clave para la investidura (Galicia, Euskadi y Cataluña). El BNG es, en principio, el que tendría menos problemas con una repetición, pero su único escaño es fundamental para la investidura. El PNV tiene a Bildu al alza, y no sería sorprendente un sorpasso si decidieran apoyar al PP en el ámbito nacional. El PSC es actualmente primera fuerza en Cataluña, y ERC y Junts mantienen su duelo por liderar el independentismo. Un mal movimiento de cualquiera de los dos que pueda favorecer un gobierno con Vox o apoyado por Vox puede ser muy negativo para ellos en este sentido.

El PP y, sobre todo, el PSOE tienen bastante que ganar con una repetición electoral, pero también mucho que perder. Quizá puedan conseguir suficientes escaños como para gobernar holgadamente en solitario, pero ni la experiencia histórica ni las encuestas más actuales parecen sugerir que eso sucedería. El PSOE tiene relativamente cerca un nuevo gobierno de coalición con Sumar, siempre y cuando sean capaces de alcanzar los acuerdos necesarios con los distintos grupos nacionalistas y regionalistas, aunque su gobierno corre el riesgo de ser inestable. El PP, habiendo desistido de perseguir la investidura, cuenta con mayoría absoluta en el Senado, permitiendo un control muy intenso al gobierno que resulte elegido. Seguramente sean los que menos tienen que perder si hay nuevas elecciones, pero ahora mismo no depende de ellos. El resto de partidos se encuentran en una situación similar. Junts, por ejemplo, tiene a su alcance una influencia en la política nacional de la que carece desde hace años, porque prácticamente cualquier ley, incluidos los presupuestos, van a necesitar su voto a favor. Al igual que el de Bildu, el de ERC, el de BNG, el de PNV… Ahora tienen que decidir si le interesa, a cualquiera de ellos, renunciar a lo que tienen a cambio de la posibilidad de mejorar sus resultados. 

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