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Vergüenza de género

Alberto Tena, Eduardo Ocaña, Miguel Ardanuy, Pablo Padilla

Miembros del colectivo "Desaprendiendo" —

El clima social que se ha generado en torno a las violaciones de Sanfermines va mucho más allá del caso en concreto. No es un tema solo judicial, ni tiene que ver solo con endurecer las leyes o las penas, lo que el movimiento feminista ha puesto encima de la mesa es el problema de la cultura de la violación: el problema de todos los dispositivos simbólicos que hacen posible que exista esta violencia. Beatriz Gimeno decía en un artículo reciente que se podía analizar la historia de la relación entre los sexos y de la posición social de las mujeres simplemente haciendo un seguimiento de los casos de violación conocidos y observando cómo se tratan socialmente. El objetivo político de usar un caso escandaloso para atacar de la manera más contundente posible las raíces del problema, el machismo estructural y la cultura de la violación, explicitan la existencia de una serie de intuiciones políticas claras, capaces de desbordar, dentro de un largo recorrido histórico de debates y repertorios del feminismo.

Estamos asistiendo sin duda a un momento de extensión del feminismo sin precedentes y este está tomando características históricas propias. La pregunta que nos hacemos escribiendo este artículo y que lleva mucho tiempo planeando sobre los hombres, es si por fin vamos a incorporar las herramientas teóricas y prácticas que nos propone el feminismo para no convertirnos en sujetos reaccionarios de todo este proceso. Si somos capaces de escuchar lo que la lucha feminista dice, sin estar en el centro de la emancipación política, pero al mismo tiempo sin vincularnos de manera simplemente solidaria a un proceso ajeno y que siempre tiene que ver con otros.

La protesta que se ha producido estos días contra la cultura de la violación ha sido una especie de continuación de la campaña #metoo, donde, de manera masiva, mujeres de todo el mundo desvelaron los momentos de acoso que han vivido durante toda su vida. Todas las mujeres han sufrido un acoso, y éste no solo ha sido invisibilizado colectivamente, sino que se ha vivido con normalidad por todo el mundo que las conocía. Ha habido muchas reacciones, en especial en el mundo del cine, pero llamativa ha sido la respuesta de Louis C.K. El cómico, que llevaba años negando esas acusaciones y que trataba la cuestión de la desigualdad de género en sus espectáculos, se ha visto obligado a reconocer los hechos. En una carta muy sintomática, explicita el problema de las relaciones de poder que existían entre él y las mujeres que había acosado y la manera en que se había aprovechado de ello. Sintiendo vergüenza con sigo mismo, pedía perdón y decidía retirarse a un periodo de reflexión. Y es justamente desde este sentimiento de vergüenza, que muchos hombres estamos compartiendo frente a lo que sucede, del que queremos partir. Una vergüenza de género que surge en contraposición al corporativismo de género, al implícito pacto de caballeros oculto en cada silencio ante un comentario machista, en cada paralizador: “tú también lo haces”.

La vergüenza es una especie de cólera replegada sobre sí misma. Y si realmente se avergonzara una nación entera, sería como el león que se dispone a dar el salto”. Karl Marx

La indignación hacia el caso también ha implicado una indignación hacia nosotros mismos, hacia todos esos elementos en los que nos reconocemos de la masculinidad que están presentes en la cultura de la violación y que se está denunciando de manera masiva. Lo que nos genera la vergüenza es sentir familiaridad con muchos de los chistes o comentarios que hemos visto en redes, excusando a los agresores y juzgando a la víctima y que sabemos hacen parte de los códigos entre hombres. Una vergüenza que puede ser paralizante si queremos esconderla, pero que también puede servir como reacción si somos capaces de usarla para cambiar nuestro entorno. Una incomodidad productiva como la llamaría Jokin Azpiazu. Partir de la idea de que lo que está pasando tiene que ver con nosotros, que todo esto es también nuestra responsabilidad. No se trata por tanto de escandalizarse y solidarizarse con las víctimas y con las mujeres en general, como si fueran otros el problema, si no de usar esta vergüenza hacia nuestro género como oportunidad para pensar en nosotros mismos. En una masculinidad en la que cabe la posibilidad de una violación como la de San Fermines, donde los whatsaap previos forman parte de la normalidad, donde existe la necesidad imperiosa de poner en cuestión a la agredida por reconstruir su vida, donde sucede lo impensable, que es que colectivamente estemos juzgando a la víctima.

Sabemos que la masculinidad tiene que ver con construir lo femenino como algo externo a nosotros, que no está en los grupos de whatsapp, ese objeto del que se habla pero no está y que en el fondo es el que sostiene nuestra identidad. No somos mujeres (no mujer, no niño, no homo). A nosotros no nos violan, no nos matan. #AnosotrosNo. Todos estamos y reconocemos los espacios donde estas cosas aparecen, todos sabemos que ésta es una parte importante de la manera en la que interaccionamos socialmente, en la que usamos una serie de códigos compartidos que sirven para relacionarnos, sentirnos bien, comprendidos y reconocidos ante los demás. Sabemos además que esta manera de construir la masculinidad nos otorga privilegios de todo tipo: cobramos más, tenemos mejores empleos, trabajamos y enfermamos menos. Es ante todo esto que Jokin Azpiazu se preguntaba en su libro ¿qué debemos hacer con esto que es la masculinidad? ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla?. La pregunta sigue siendo central y apenas ha echado a andar como práctica política. Lo que debemos hacer es cuidarnos ante la tentación de apartarnos de las prácticas y pensamiento feminista y LGTB a la hora de responder a esta pregunta.

Partir por lo tanto pensar siempre desde lo que el feminismo, como práctica política, está poniendo encima de la mesa para abordar el problema de la masculinidad. Pero sin buscar respuestas que solo sirvan para un pequeño grupo de activistas y eso que llaman las nuevas masculinidades. Para esto es necesario ante todo vernos desde fuera, interiorizar lo que nos está diciendo el feminismo: la cultura de la violación tiene que ver con con nosotros e implica también una negación consciente y sistemática sobre su propia existencia, un cierto ensimismamiento en el que, como señala June Fernández, los hombres medimos todo a partir de una normalidad que es solo la nuestra. Y luego asumir con todas sus consecuencias que nosotros hacemos parte de esa masculinidad imperante, que la masculinidad hegemónica es la que nosotros vivimos en nuestras carnes, no la de unos trogloditas, fascistas y violentos que solo vemos en la tele. Avergonzarnos por lo que hay de eso en nosotros y en nuestra cotidianeidad.

Necesitamos aprender a mirar de otra manera, sentirnos responsables de lo que pasa fuera, salir del ensimismamiento masculino como si lo que sucediera en el mundo todos los días, todo el tiempo, no tuviera nada que ver con nosotros. Sentir vergüenza de nuestro género, pero una vergüenza activadora, consciente, que permita asumir la tarea de construir maneras de relacionarnos en las que la violación, el asesinato y el sometimiento del otro no tengan cabida. Y estamos convencidos de que estas maneras ya existen, que también hacen parte de nuestra cotidianeidad, de la manera de relacionarnos con los demás que no necesita reforzar continuamente una virilidad en el fondo estúpida y agresiva, pero que las hemos dejado en los márgenes. Querer cuidar, no solo a tus hijos si no a quien está enfermo, a tus mayores, tu entorno y el lugar donde vives, el compañerismo y la amistad con los otros con los que no hay una guerra en la que me debo imponer, ceder el espacio sin sentirme perdido, quitarme del centro de atención porque aunque pueda perder, eso está bien. Dejarnos atravesar por la feminidad como uno de los elementos más de la multiplicidad de maneras en las que podemos comportarnos y relacionarnos con nosotros mismos y los demás tal y como nos ha enseñado el movimiento LGTB y Queer. Otras masculinidades, en plural, que puedan ser diversas, permeables y responsables, en la que no quepa la violación no solo por el rechazo moral, sino porque no hemos construido objetos sexuales que nada tienen que ver con nosotros.

La capacidad que ha tenido el movimiento feminista de poner en primera línea del debate político el problema cultural, de cómo interpretamos y construimos socialmente lo que nos pasa, es una nueva oportunidad para avanzar en esta necesidad de repensar cómo construimos los roles de género en nuestro día a día y la responsabilidad de los hombres en esto. Probablemente ahora mismo el feminismo es uno de los movimientos políticos más internacionalizados y más a la vanguardia social, donde la teoría y la praxis política más se retroalimentan. Toca seguir escuchando, sin respuestas definitivas, sin cierres, pero sabiendo que esa vergüenza que sentimos es el imperativo de hacernos cargo del horror que pasa a nuestro alrededor sin pensar que siempre son los otros. Si el movimiento feminista es o puede ser vanguardia de este siglo de la incertidumbre global es porque en realidad trastoca por completo la manera que tenemos de pensar e intervenir en la realidad en todos sus aspectos. Repensar los roles de género ha tenido y puede tener profundos efectos transformadores de nuestra sociedad en su conjunto.