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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Abstención frente a Libertad

Encarnación no se llamaba Encarnación, se llamaba Libertad. Sus progenitores le habían puesto ese bello nombre cuando decidió nacer en febrero de 1938, en medio de la campaña de bombardeos más violentos que sufrió la localidad de Sitges durante toda la guerra. Tomás, el padre de Libertad, tuvo que huir a Francia un año después y acabaría pereciendo en el campo de concentración nazi de Mauthausen, al que fue deportado con otros 7.000 españoles por obra y gracia de Franco. Su madre, Ana, sufrió todo tipo de penurias, humillaciones y represalias por haber sido compañera de un hombre cuyo único delito había sido defender la legalidad constitucional frente a una sublevación militar respaldada por la Alemania nazi y la Italia fascista. La pequeña Libertad, por su parte, tuvo que someterse a un bautizo forzoso y aceptar una denominación “como Dios manda”. No fue la única, hubo miles de niñas españolas llamadas Libertad, Harmonía o Alma que acabaron asumiendo el nombre de cualquier virgen o supuesta santa.

En la magnitud infinita del genocidio ideológico cometido por el franquismo, del que no reiteraré los datos que ya aporté en mi último artículo, robarte el nombre era casi una anécdota. Aquella era la España de las torturas, las violaciones, los lavados de cerebro, las cárceles de exterminio, los paredones y el garrote vil. Era la anécdota, pero también el símbolo. Había que abstenerse de pronunciar esa palabra. Libertad era un nombre proscrito, un término maldito y subversivo para aquel régimen que solo había dado los primeros pasos de una carrera criminal que se prolongaría durante cuatro décadas.

Esa dictadura sangrienta es la que han abrazado y legitimado oficialmente este jueves los dos grandes partidos de la derecha española. Su abstención, defendida desde la tribuna como si de un “no” se tratara, a la exhumación de los restos mortales del tirano les sitúa en los márgenes del sistema democrático. El PP y Ciudadanos han elegido colocarse en el mismo lugar que ocupaban Herri Batasuna y sus marcas electorales posteriores cuando se negaban a condenar los asesinatos de ETA. Aunque en este país ya estemos acostumbrados a casi todo, lo ocurrido en el pleno del Congreso de los Diputados ha sido histórico... tristemente histórico. Casado y Rivera han devuelto a la derecha de este país a los tiempos en que Manuel Fraga era elegido presidente de Alianza Popular entre vivas a Franco y gritos de “¡Arriba España!”

Es cierto que el PP tuvo menos complejos que Ciudadanos a la hora de colocarse la camisa azul de Falange. Eligió como portavoz en el debate a un político que se vanagloria de asistir a retiros espirituales en el propio Valle de los Caídos. Jorge Fernández Díaz no defraudó las expectativas que, sin duda, había puesto en él Pablo Casado para amarrar unos cuantos votos por la derecha más extrema. El exministro del Interior utilizó la tribuna del Congreso para hacer apología del fascismo y ejercer el habitual revisionismo histórico. Fernández Díaz exhibió y recomendó la lectura de un libro que describe como un cuento de hadas la vida de los prisioneros políticos que construyeron el Valle de los Caídos. Fueron voluntarios, redimían penas, apenas hubo víctimas mortales...

Es cierto que la mayor parte (no todos) de los republicanos que trabajaron en Cuelgamuros se apuntaron voluntariamente para erigir la gran pirámide de Franco. La alternativa para ellos era permanecer en cárceles inmundas, en las que los presos se morían de hambre o como consecuencia de los malos tratos que les infligían los funcionarios... También en Mauthausen, Buchenwald o Auschwitz los judíos, soviéticos, polacos, españoles, homosexuales o gitanos iban voluntarios a realizar los durísimos trabajos que les asignaban los nazis. Todos ellos tenían la libertad de no hacerlo y acabar en la cámara de gas, apaleados o ahorcados. ¡Podían elegir! ¡Todos ellos eran voluntarios, señor Fernández Díaz, como los prisioneros que levantaron los muros entre los que usted sigue rezando de cuando en cuando! Al exministro del Interior solo le faltó rematar su intervención defendiendo la idoneidad de un lema que se aplicaba por igual en Madrid y en Berlín: “El trabajo os hará libres”.

No menos triste, aunque sí más retorcido, fue el papel que jugó el portavoz de Ciudadanos. El partido naranja sigue insultando cada día la inteligencia de los españoles con su malabarismo ideológico. Si la formación política que lidera Rivera empezó siendo parte de una coalición ultraderechista, para después girar hacia el centro, pasar después a la socialdemocracia y terminar... no sabemos muy bien dónde. Ahora los ciudadanos parecen decididos a cerrar el círculo y volver a la casilla de salida. Los argumentos aportados por Villegas parecían extraídos del manual del buen franquista que trata de aparentar que no lo es: “hay cosas más importantes”, “no es una prioridad”, “así no se hacen las cosas”, “no queremos que esté enterrado ahí, pero no apoyamos que le saquen de ahí”, “no es un asunto urgente”... ¿No es un asunto urgente, señor Villegas? El puñetero dictador lleva 43 años enterrado como un faraón en un templo que pagamos todos los españoles con nuestros impuestos. El mismo tiempo que miles de familias llevan buscando a sus seres queridos que fueron asesinados y enterrados como perros en las cunetas por defender nuestra libertad. ¿De verdad que no es hora ya de que la democracia se desvincule de la dictadura? ¿Quiere que esperemos 43 años más?

Este 13 de septiembre de 2018 debería haber sido un día de luces y, sin embargo, nos ha dejado un sabor agridulce. Fue el día en que nuestra democracia aprobó, por fin, la exhumación del tirano. Fue el día en el que la derecha española perdió la oportunidad de romper sus lazos con el franquismo. Fue el día en el que el PP y Ciudadanos renunciaron a ser como sus homólogos europeos: partidos conservadores, como la CDU de Angela Merkel, pero que se definen a sí mismos como antifascistas. Fue el día en el que la derecha española volvió a abstenerse ante la libertad.