Lo peor que puede pasarle a una dirigencia política es que no se la tome en serio. O que se desconfíe tanto de ella que se espere siempre su último truco. Con Podemos algo de esto empieza a pasar.
La irrupción de Ahora en Común cambió el panorama y había que adaptarse. De nuevo la virtud política residía en saber leer bien a Fortuna. Mientras escribo esto el manifiesto por una confluencia estatal impulsado desde la ciudadanía se acerca a las 25.000 firmas, mientras el pasado lunes aparecía otro en el mismo sentido firmado por más de 100 nombres relevantes de la cultura. La presión se redoblaba así sobre la dirigencia de Podemos, que decidía dejar atrás esa primera reacción inicial tan negativa para mostrar una cara amable hacia la confluencia… territorial y selectiva.
Pablo Iglesias reconoció el jueves que Podemos no puede solo y que serán “generosos” a la hora de tejer alianzas. Parecía excluir el ámbito estatal, lo que se confirmaría el viernes. Primero nos sorprendían gratamente con un referéndum a sus bases sobre la política de confluencia, pero enseguida llegaría el chasco. Sobre el manto de la participación introducían el enésimo truco que descarta, de momento, la confluencia a nivel estatal.
Al escribir sobre la oligarquía Peter Simpson, comparando los modelos clásicos y los contemporáneos, nos advertía de los trucos que en la antigua Atenas se desarrollaban para llevarse el gato al agua. Hacer pagar una multa a los ricos para asistir a la asamblea podía parecer una medida democrática, pero en realidad lo que garantizaba era que los más ricos no faltaran y pudieran así sacar adelante las propuestas de la facción oligárquica.
Aquí parecemos estar viviendo una suerte de truco continuo que sirve para legitimar las decisiones del núcleo dirigente de Podemos. Lo penúltimo, unas primarias cuyas reglas impiden una competencia real, y ahora un referéndum donde lo que parte de la sociedad civil y de sus propias bases han puesto sobre la mesa queda excluido de la pregunta. Parecen confiar en que solo el público más informado se entere de estos detalles mientras a las grandes audiencias solo les llegue lo participativos que son. Es un serio error de cálculo, y lo iremos comprobando.
Ahora en Común (Ac), a la vista del efecto que ya ha tenido su aparición, se está centrando en no distraerse demasiado, en seguir avanzando para que la confluencia sea posible desde un procedimiento realmente abierto y de protagonismo ciudadano. Veremos si lo consiguen. De momento se están dando ya reuniones organizativas en ciudades como Madrid, Málaga, Zaragoza, Las Palmas, Valencia o Berlín, y sigue despertando importantes apoyos.
Se dice que Ac ha de buscar ser imprescindible, pues entonces llegarán los acuerdos. Y hay que reconocer que la presión está teniendo efecto sobre Podemos, aunque sea mínimo. Un camino más atractivo, quizá pueda ser paralelo, es el de llegar a la confluencia desde el entendimiento. A pesar de estos trucos, de las primeras reacciones desmesuradas de rechazo y de la desesperanza de muchos al darlos por imposibles, creo que aún es tiempo de tratar de comprender las posiciones contrarias. Lo que no significa tener que compartirlas.
Es así una tarea antagónica al efecto desertificador que trata de acabar con los de al lado. Estamos en un tiempo de premuras donde nos jugamos demasiado. A pesar de todo, también de su sorprendente posición sobre Grecia, hay que mantenerse con los oídos muy atentos a los argumentos en contra, porque ahí pueden darse interesantes razones que atender y con las que dialogar.
Se dice desde Podemos que muchos de quienes vemos Ahora en Común con simpatía somos de los que consideramos que ellos siempre hacen todo mal. Una labor crítica ha sido necesaria hacerla desde la izquierda, de manera constructiva pero clara. Y sigue siéndolo, también para lo que vaya siendo la confluencia. No nos pueden negar tampoco que muchas de nuestras dudas se han ido confirmando con el tiempo.
Recordemos además que la amistad política se construye desde una crítica sincera. Se puede entender que cuando desde la derecha cargan con todo, si miras a la izquierda y lees tanta crítica te exaspere. Pero esa es la naturaleza de lo público en democracia, ser libre, plural e incontrolable, y hay que aceptarlo.
Otra preocupación que se ha vislumbrado en los textos de Fernández Liria y Alba Rico estos días tiene que ver con el temor de que gentes derrotadas en otros espacios traten de copar ahora la escena nacional para hacerse con parcelas de poder. En este sentido iría también la primera reacción de Juan Carlos Monedero hablando de oportunismo.
Siendo a día de hoy injusto para Ac, pues nada ha pasado y lo que se propone es un procedimiento, qué duda cabe de que es un riesgo. Como lo ha sido y sigue siendo en aquello que no iba a ser un partido y hoy es Podemos. Creo que es fundamental lo que se está aprendiendo, tanto allí como en experiencias del tipo de Ahora Madrid (AM), Barcelona en Común, etc. El conflicto ha estado en todas muy presente. En AM, por ejemplo, solo se ha logrado cierta pluralidad desde la creación de equilibrios de fuerzas en disputa y una autoridad reconocida por encima.
Habría que ser conscientes, en lo que se construya, de lo que en estas experiencias ha ocurrido entre bambalinas para poner cuantos más cortafuegos mejor a la lucha por cuotas y cargos entre grupos. Ese es el tipo de política que muchos aspiramos a superar, sin mundos idílicos pero sin renunciar a las transformaciones hondas de lo político. Si partes del convencimiento de que “la política es abyecta”, de que no hay alternativa, comienzas vencido.
Porque otra consideración desde la dirigencia de Podemos tiene que ver con el realismo de su visión política, lo que ofrece indudables ventajas para la acción pero también inconvenientes. Se dice que en un modelo parlamentario y mediático como el actual hay que contar con pequeños equipos muy cohesionados que den la batalla. Más allá de la fijación bélica, en parte no les falta cierta razón; pensémoslo pues.
El problema en este caso reside en que las deudas son excesivas en términos democráticos. Se acepta con cierto inmovilismo el statu quo, triunfando los poderes ejecutivos y los monopolios. Lo que finalmente tenemos son núcleos dirigentes con acólitos que han de ensalzar mucho al líder para no verse fuera ante la más mínima duda. Esto hace que el primer perjudicado sea el dirigente, pues el principio de realidad empieza a fallar.
La confluencia puede reducir estos riesgos. En el peor de los casos grupos de poder distintos pugnarán con buenas y malas artes por su reparto del pastel y el monopolio no será posible. Se perderá quizá agilidad y eficiencia, pero si se articula un buen mecanismo de resolución de conflictos puede subsanarse.
Otra opción más atractiva reside en salir de ese modelo poliárquico y tratar de ganar en democracia. Que el protagonismo ciudadano y de los movimientos sociales sea cotidiano, también en la elaboración del programa, con modelos de primarias, consultas, revocatorios, deliberaciones ciudadanas vinculantes, donde cada regla esté muy pensada para evitar la trampa. Ir sembrando confianzas.
Qué duda cabe de que los tiempos son breves y los retos enormes. Se busca no tanto cambiar el país como transformarlo, con unas elecciones a la vuelta de la esquina. Este ha de ser el objetivo, como bien reclama Pablo Echenique. Dado el escenario actual español, su modelo productivo y destructivo, sus libertades y derechos sociales arrasados por desempleos, desigualdades, mordazas, desahucios y demás, lo urgente es impedir cuatro años más que nos hundan del todo. Levantar lo destruido sería, más adelante, una tarea de décadas.
Es por ello que se puede entender que carguen desde el núcleo de Podemos contra los debates más estériles y lo que llaman el fetichismo de la izquierda. Hay urgencias y se trata de llegar electoralmente a quienes sienten rechazo ante determinados símbolos. Abordar la profundidad de los problemas aportando razones y no tanto desde la bandera roja. Pero de ahí a renunciar al bagaje cultural y teórico de la izquierda, a sus principios y anclajes éticos, o a utilizar izquierdista como descalificación y demás excesos que hemos leído estos días, va un trecho.
La convivencia entre quienes piensan de una y de otra forma en este tema es a pesar de todo muy posible. En Ahora en Común ya se está dando. Y quiero pensar que más allá seguramente se pondrían de acuerdo en lo esencial, en las grandes líneas de un programa de país que nos llevase a encarar seguidamente la necesaria y radical transformación europea. Pero esto último difícilmente se logrará si no articulamos una unidad popular. Y no lo haremos bien si no se respeta la democracia desde la misma cuestión organizativa. De ahí lo fundamental de estos debates, le diría a Echenique. Como tanto hemos pedido en esta época, hay que mantener la altura de miras.
Por lo que he ido observando, la división entre podemitas y confluyentes no existe en Ahora en Común. Al contrario, gran parte de sus impulsores militan en Podemos y dicen hacer esto precisamente para evitar una debacle. Todavía pienso que Podemos debe ser un actor central en la confluencia. Pensemos por ejemplo en lo que pueden generar, al fin, unas auténticas y disputadas primarias para las generales capaces de lograr incluso repercusión internacional. Nadie quiere que desaparezcan, nadie busca otro erial a su alrededor. Sus actuales dirigentes se han enfadado, han protestado, han pensado y cuando parece que empezaban a abrirse… han sacado otro conejo de la chistera. Esperemos. Hay que seguir con la mano tendida, comprenderlos y dialogar, pero sin más distracciones.
Los pocos meses que quedan pueden ser, como en las municipales, un estímulo para lo extraordinario. Solo se puede gobernar, transformar el país, plantar cara a los golpes del neoliberalismo europeo, si se ilusiona, si se desborda, si remamos todos a una. Si a pesar de tantas diferencias, nos entendemos.