No sé si a ustedes les pasma como a mí la apatía nacional. Que la gente no salga con antorchas a la calle para quemar la casa de los malos. Que no se formen tribunales populares que ajusticien a los culpables en la plaza pública. Que la gente vaya a lo suyo como si no pasara nada.
¿Por qué ocurre esto? Leyendo este verano (especialmente el artículo de Cahill, M., 2001,“ The implications of consumerism for the transition to a sustainable society”, Social Policy and Administration, 35(5), pp. 627-639) encontré dos buenas razones. Una que el diseño de los tiempos personales gravita en torno al trabajo. El trabajo nos ocupa todo el tiempo y no nos queda ninguno para dedicar a la comunidad, a la cosa pública. Otra es el consumo. Trabajamos este tiempo para, entre otras cosas, poder pagar las cosas que necesitamos y las que, sin necesitar, deseamos.
Pero peor todavía, el consumo ocupa cada vez mayor espacio de nuestra mente y ha desplazado otras preocupaciones. No es casualidad que a medida que se consolida la sociedad de consumo caen los indicadores de participación política y compromiso civil. El consumo nos ha hecho creer que la felicidad está en el tener (y para ver más sobre esto, les recomiendo leer el post de Amparo Merino publicado en este mismo blog el pasado 28 de agosto). Nos ha metido en vena un individualismo que nos lleva a poner por delante los placeres personales antes que los colectivos. Como hámsters, en una jaula dorada, dando vueltas y más vueltas a la rueda, y comiendo maíz. Y ahí encerrados es difícil buscar soluciones para poner el bien común en el centro de la agenda.
Así que la apatía nacional es un síntoma más del problema que tenemos. Que en el fondo, fondo, no es la recesión, ni el paro, ni el copago sanitario, ni la falta de inversión pública, ni... El problema es ese pacto con el diablo que es el modelo neoliberal, que ha permeado nuestras estructuras, nuestros agentes y nuestros principios rectores. Todo lo demás son síntomas.
Entonces, ¿qué esperanza nos queda? Si estamos encerrados cada cual en su jaula, desde donde podemos hablar pero no nos podemos mover, ¿cómo conseguiremos el cambio? ¿Es que estamos verdaderamente ante el fin de la historia?
Mi esperanza la pongo no en los que hacen ataques frontales, sino en los que se salen del sistema. Estos me parecen los verdaderos focos de resistencia. Los que han decidido porque les da la gana vivir con menos. Comprar lo justo. Pensarse mucho y muy bien si tienen que comprar primero y de qué marca o empresa deben hacerlo. Los que están desarrollando modelos comunitarios de intercambio, como las monedas sociales. Los que intercambian, arreglan, reusan.
Mi esperanza está en plataformas como de trueque como Ofrezco a cambio, donde la gente ofrece gratis cosas que ya no usa para trocar con otros, o las regalan, como hacen los miembros de la comunidad Freecycle. O Creciclando, que permite a los papás intercambiar ropa y juguetes de niños con otros papás. O Airbnb, para viajar durmiendo en las “habitaciones de invitados” de otra gente. O Communitats, un banco de tiempo- comunidad de intercambio de conocimientos para el aprendizaje colaborativo. O en mi pueblo, los desarrolladores y usuarios de la moneda complementaria la Mora, que ya cuenta con 400 usuarios y donde se realizan 120 intercambios al mes. Y tantas y tantas otras que pueden consultar en https://www.community-exchange.org o en www.consumocolaborativo.es.
Suena atractivo, pero les aseguro que empezar a practicar esta nueva economía no es nada fácil. Hay que vencer resistencias propias y ajenas, romper inercias, dedicar tiempo a buscar y procesar información, enfrentarse a la burla amable – y a veces no tan amable –de los demás. Hay que dar un salto a un sistema donde a veces no se tienen todas las garantías o falta confianza en los que proveen los servicios. Y tener paciencia porque las cosas no se tienen ya, como en la economía tradicional. Hay que dedicar tiempo a pensar soluciones a problemas, a liderar. Y cuando se participa en los procesos de gestión, hay que hacer concesiones. Hay que ceder.
Cuesta trabajo, pero de estos puede venir el cambio. Porque el cambio que necesitamos no se consigue con esta política o con aquella. Es un cambio de paradigma. Ya sabemos que estos cambios no son fáciles, que a lo mejor ni usted ni yo lo disfrutamos. Así que mire y participe en los focos de resistencia, porque son una ventana a la nueva economía. Y hágalo rápido, que son muchas las jaulas que tenemos que abrir.