Un artículo para leer con calor

Isaac Rosa

27 de junio de 2023 22:54 h

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Espera, no empieces a leer todavía, que este artículo hay que leerlo con calor. “Pero si estamos a casi cuarenta grados”, dirás, pero no vale con eso, no me mandes otra foto de un termómetro callejero. Tienes que leerlo pasando calor de verdad: espera a la hora más tórrida del día, apaga una hora antes el aire acondicionado, y cuando empieces a sentirte mal, puedes leer. Quizás tampoco es suficiente así, deberías también cambiar las paredes de tu casa por otras de peor calidad, ventanas que no aíslen, incluso eliminar árboles de tu calle y añadir algo más de asfalto y cemento. Y ni siquiera así pues, si no es tu caso, deberías leer después de trabajar en la calle o en el campo, o en almacenes o naves mal climatizadas, y llevar así muchos veranos. Tal vez te acerques un poco a la sensación térmica para lo que voy a contarte.

Si te acuerdas, hicimos el mismo experimento meses atrás, en invierno: te propuse leer un artículo con frío, para así entender mejor la enorme desigualdad social que hay en el frío, lo mal repartido que está. Pues lo mismo con el calor: no hace los mismos grados en todos los barrios, en unas casas u otras, en unos cuerpos y otros. Como el frío, también el calor se convierte en indicador de pobreza, y los mismos cuarenta grados (o los veinticinco nocturnos) no crean la misma “sensación térmica” en un piso pequeño y barato que en una casa con jardín, en un barrio obrero con su propia “isla de calor” que en una zona favorecida económicamente y al final también favorecida urbanísticamente. No pasa el mismo calor el trabajador que sale de su casa climatizada en un coche con aire acondicionado para entrar en la oficina fresquita, que el repartidor de paquetes por las calles, la cocinera con un ventiladorcito junto a la freidora, y no digamos el albañil o el jornalero.

Si todavía no has sudado bastante, piensa que todo es empeorable: el mismo currante de barrio obrero que ya pasa calor trabajando y durmiendo, puede ver que además le cortan la luz en las peores horas. Como mis vecinos de los “Barrios Hartos” de Sevilla, que igual que en invierno también ahora pasan largas horas sin poder enchufar un ventilador o enfriar agua en la nevera, ante la pasividad de las administraciones y la inacción de la compañía eléctrica de turno, que vuelve a recurrir al comodín de los cultivos de marihuana. Lo mismo que el verano pasado, sin que nada haya cambiado.

No lo llames verano, ni cambio climático: es desigualdad. Y como en otras de sus manifestaciones, la desigualdad térmica puede medirse no solo en grados sino también en muertos: ninguna sorpresa si nos cuentan que la mayor parte de los silenciosos miles de fallecidos que deja cada verano se concentran en las franjas más desfavorecidas. “Nos esperan olas de calor cada vez más terroríficas y recurrentes”, avisó este lunes la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. Y cabe añadir que esos fenómenos no golpearán por igual a toda la población. Si el futuro va de olas de calor cada vez más intensas y frecuentes, necesitamos planes que protejan más a quienes peor lo van a pasar, y ofrecerles algo más que refugios climáticos.

Y por cierto, un último apunte antes de la lipotimia: si el calor extremo va por barrios y por renta, ya veremos cómo afecta el 23J. Porque si ese día nos encontramos en plena ola de calor, no vas a votar con las mismas ganas si estás preparado para el calor que si no puedes salir de la ducha. Por no hablar de los colegios, que también están peor climatizados en los barrios obreros, y habrá que pasar por ellos.

Ea, ya puedes recuperar tu confort térmico, fin.