Aznar, votante de UCD de toda la vida
Entre las muy abundantes proclamaciones de devoción por la figura del expresidente Adolfo Suárez a las que hemos asistido estos días, hubo una que destacó sobremanera: la del expresidente José María Aznar. Como tantos otros, Aznar reivindicó para sí y para su partido el legado de Adolfo Suárez y de la Transición política.
Pero, además, Aznar dejó claro que él estuvo allí, en la fidelidad a Suárez, desde el principio, ya que, según afirmó en la puerta del hospital en el que se acababa de producir el fallecimiento de Suárez, Aznar había votado a UCD. Es decir: no es sólo que el PP de Aznar fuese el más fiel heredero de Adolfo Suárez y lo que él y su partido representaron durante la Transición; ¡es que incluso Aznar estaba allí, en el ajo, desde un primer momento, apoyando a UCD!
El voto es secreto, personal e intransferible, y a estas alturas resulta imposible certificar que en efecto Aznar fuese votante de UCD. Lejos de mi intención dudar de la palabra de un expresidente como Aznar. Sobre todo, con los magníficos antecedentes de que disponemos. Como por ejemplo, esas declaraciones de Aznar en 2003, asegurando que había armas de destrucción masiva en Irak, y que poco menos que él las había tenido en sus manos; o esas llamadas a los directores de los principales periódicos españoles durante la mañana del 11M, en las que Aznar les aseguró que ETA estaba detrás de los atentados; y tantos otros ejemplos que cimentan su credibilidad pública.
Pero, a decir verdad, es un poco raro que Aznar, militante de Falange Española en 1969 (a los 16 años), y militante de Alianza Popular (la génesis del PP) en 1979, fuese, al mismo tiempo o en algún momento entre una militancia y la otra, votante de UCD. Quizás votó a UCD para el Senado, o en unas elecciones municipales. En cualquier caso, llama la atención que un hombre de convicciones tan firmes como Aznar fuese capaz de exhibir tanta flexibilidad a la hora del voto. Y que, mientras su mano derecha metía la papeleta de UCD en el sobre, con la izquierda escribía artículos como este, en el que se explayaba a gusto contra la Constitución Española de 1978 y el sistema autonómico:
“La política española hasta el momento presente, se ha visto regida por compromisos de los dos partidos mayoritarios, a través del llamado consenso. Tal situación ha provocado un efecto fulminante cual es el de la desconfianza de una enorme masa de españoles en el buen funcionamiento del sistema democrático (…) Durante este bienio, en efecto, no ha habido un Parlamento que merezca tal consideración (…) Tampoco ha existido en estos dos años una oposición, salvando alguna excepción honrosísima y valiente, tal y como se la contempla en los demás países democráticos”.
A ver si adivinan cuál era la oposición “honrosísima y valiente” que tanto le gustaba entonces a Aznar. Desde luego, la UCD no podía ser, pues estaba en el Gobierno. Sinceramente, no parece muy probable que Aznar, militante de AP, fuese a votar por la UCD en 1979. Tal vez lo hizo en 1977, aunque en ese caso su “salto al centro” desde la extrema derecha duró muy poco tiempo.
Es curioso que Aznar, y la derecha española representada en el PP, tengan tan buena imagen de Suárez, y reivindiquen con tanto afán su legado. Esa misma derecha se opuso frontalmente a Suárez a lo largo de los años de la Transición. No sólo AP: también estaban el Ejército y la prensa en primera línea de fuego, e incluso los “barones” del propio partido de Suárez, UCD, que tanto contribuyeron a hundirle, y a hundirse ellos mismos. Odiaban a Suárez porque no representaba a esa derecha que ellos esperaban; porque era demasiado centrista para su gusto, animando debates o adoptando decisiones respecto de las que abominaban.
Sin ir más lejos, eso es lo que ocurrió en la firma de los Pactos de la Moncloa en 1977, entre partidos políticos y sindicatos, que causaron el rechazo visceral de la patronal CEOE, así como la negativa de Alianza Popular a aprobar las disposiciones políticas del pacto. Como nos recuerda Gregorio Morán (Adolfo Suárez: ambición y destino. Debate: 2009): “Todo lo que hacía referencia a la libertad de expresión, la despenalización del adulterio y el amancebamiento, incluso elementos tan poco citados hoy en los recordatorios y las historietas de la transición como la despenalización de los anticonceptivos, fueron rechazados por la Alianza Popular de Fraga, con el beneplácito de la CEOE y la suscripción subterránea de los democristianos del Partido del Presidente [UCD] (pág. 176)”.
Las cosas no fueron muy distintas con la propia Constitución de 1978. Desde que llegó al poder en 1996, la Constitución ha sido progresivamente sacralizada por el PP, al igual que el propio Suárez. Es un texto que nunca se puede discutir, que está ahí para ser interpretado sólo por los sumos sacerdotes (el Tribunal Constitucional), y punto. Pero, a pesar de tanto entusiasmo y devoción, entonces (1978) la Constitución recibió sólo nueve votos a favor, cinco en contra, y dos abstenciones, por parte de Alianza Popular. Era un partido dividido, porque muchos en AP consideraban la Constitución demasiado izquierdista (entre ellos, el propio Aznar). Y tardaron mucho, muchísimo, en asumirla como propia (y no totalmente; desde luego, el Título VIII no han acabado de interiorizarlo aún). Ahora bien, cuando la aceptaron, lo hicieron con el fervor del converso, dispuestos a ser “más constitucionalistas que nadie”, de la misma manera que ahora se presentan como los herederos de Adolfo Suárez, cuando el expresidente ya no puede protestar y muchos ni se acuerdan de aquella época, o sencillamente no la vivieron.
Sin embargo, mientras Suárez permaneció en el poder las críticas fueron constantes, y se dirigían a la ausencia de firmeza, de valores y de compromiso de Suárez con los principios de la derecha española. Es decir, certificaban que Suárez no era uno de los suyos; se iba demasiado hacia el centro, buscando votos. Al menos, ahora sabemos que consiguió el voto de Aznar, que no es poco. Aunque no le bastó para impedir, a la postre, su caída en desgracia culminada en la dimisión, provocada por muchos de los que hoy tanto reivindican un legado del que entonces abominaban.