La bandera de Sánchez y los nervios de Rajoy
Pedro Sánchez ha abierto la campaña electoral con un hiperbanderazo con el que quiere llegar a La Moncloa por la suma de los españoles a los que no les gustan los extremos, pongamos los jóvenes que se pintaron la cara de rojo y gualda y se envolvieron, sin memoria paralizante, en la bandera cuando España ganó el Mundial de fútbol.
Indolente Rajoy seguía sin advertir síntomas de peligro a pesar de la sangría de votos de las europeas, las andaluzas, las municipales y las autonómicas. Enfrascado en sus quisicosas –que si Ramos se va o se queda, si Bale debe jugar por la izquierda, que Cristiano se ofusca porque no le quieren, que Casillas no es posible con los abucheos…– Rajoy aplicaba, inconsciente, el chufla chufla, que como no te apartes tú. Seguía Mariano convencido de que la consigna de lo macro, distribuida en el argumentario pepero, repetida como un martilleo por los tertulianos fieles, acabaría calando en los cinco millones de parados, en los desahuciados, en los que tienen siete contratos en un mes, en los jóvenes que se fueron de España no por falta de trabajo, sino por su afán de movilidad exterior; en las mujeres que han vuelto a casa nada más salir al mercado de trabajo.
Después de decir, un lunes 25 de mayo, que el PP había ganado y asunto terminado, ha mirado Rajoy el mapa de rojos y azules y parece que hasta él se ha dado cuenta de que han perdido mucho poder autonómico y municipal después de haberlo tenido casi todo.
Pruebas concretas del batacazo: después de llamar Naranjito a Rivera, no han parado de llamarlo solo por teléfono, para salvar los muebles; después de llamar comunistas azufrados a los de Podemos, ahora los cortejan en Castilla-La Mancha para que les ayuden a quedarse a golpe de endosar al PSOE todos los males del bipartidismo del que se excluyen; hasta Aguirre estaba dispuesta a dar el poder a Carmena, o a Carmona, lo que fuera, antes de llegar a la conclusión de que era mejor tener un Gobierno en la sombra que un Gobierno a la sombra, pregunten por Granados.
La bandera que ha sacado Sánchez del armario tiene las mismas dimensiones que la que ha quitado el nuevo alcalde de Cádiz, José María González: un Carranza rojigualdo. Ha sido poner Sánchez el banderón y muchos en el PP se han puesto de los nervios: se fastidió la consigna. Ahora tienen más difícil decir que los de Sánchez son comunistas, palabra recuperada por los propagandistas de Moncloa y que suena como cuando la empleaba Franco.
El PP ha entrado en pánico, teme perder el poder más gordo, el del Gobierno central. Se ha lanzado a poner a jóvenes en fotos de campaña, fotos que son posados, artificios poco creíbles, fotos hechas por el PP, distribuidas por el PP y que los periódicos reproducen sin poner que es propaganda. Jóvenes del PP como Arenas, personaje síntoma que refleja el enorme cambio promovido por Mariano a tumba abierta.
Veremos si el banderazo le da votos a Sánchez en la zona templada o se los quita entre los votantes socialistas que por biografía no acaban de sentirse cómodos con la efervescencia banderil. Pero mientras ese extremo se aclara, parece que el golpe de imagen ha sido eficaz: todo el mundo habla de ello.