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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Diana

Barbijaputa

Diana tiene 35 años y lleva 10 trabajando en la recepción de un hotel. Entre su sueldo y el de Mario, se apañan para vivir ellos y sus dos hijas pequeñas.

A Diana le gusta su trabajo, aunque hace tiempo que le faltan energías. Ella se repite que desde que tuvo a las niñas, pero algo le dice que quizás desde antes. Lo que sí es cierto es que tiene muchas cosas que hacer en el curro y, sobre todo, mucho que hacer fuera de él.

Mario la ayuda. En los seis años que llevan viviendo juntos la verdad es que no puede quejarse. Mario incluso pone alguna que otra lavadora, esforzándose cada vez, porque no la verdad es que nunca se ha llevado bien con el funcionamiento. También hace cosas de la casa, aunque cuando eso pasa, ella suele rehacerlo todo de nuevo.

Él siempre se lo dice, que es una maniática, que si las cosas no están hechas a su forma, parece que no vale. Diana no se lo puede negar. Además es muy mandona, pero es superior a su fuerzas: no le gusta que la ropa de sus hijas esté áspera porque no se puso suavizante en un lavado, ni tampoco soporta que los platos queden con restos de comida. Y como ella sabe que es muy maniática, le da las gracias a Mario cuando la ayuda pero lo hace todo de nuevo a escondidas. Así ella se queda tranquila y él no se sienta mal.

En comparación con las parejas de sus amigas, Diana ha tenido suerte con Mario. Bueno... excepto el marido de su mejor amiga, que es de esos que, en realidad, no quedan: ellos comparten tareas al 50% y encima él no espera las gracias. Diana lo vio un día fregando por dentro la taza del inodoro y se sintió hasta mal, porque justo ellas se iban a tomar café. “Hoy me toca a mí”, dijo él al ver su cara de culpa. Para colmo les deseó que lo pasaran bien.

Su amiga ha tenido una suerte, la verdad. Porque él es un tipo al que jamás ha oído levantar la voz. Eso, en sí mismo, no significa gran cosa, porque Mario tampoco le grita nunca delante de la gente. Pero éste, en cambio, tiene toda la pinta de no hacerlo tampoco en privado.

También es verdad que su amiga no tiene hijos, y ser padre te cambia mucho. Mario, desde que tuvieron a las niñas, está más cansado y eso hace que esté de peor humor. Es normal. No duerme todas las horas. Rara es la noche que alguna de las crías la llama desde la habitación porque han tenido una pesadillas o porque quieren agua, y aunque es ella quien se levanta, Diana sabe perfectamente que eso a Mario lo desvela.

A veces Diana también nota la tensión y la falta de sueño que le provocan el trabajo, las tareas y las niñas, y no sabe por qué, suele pagarlo con Mario. A menudo es un poco injusta con él. Por ejemplo, a veces se hace la víctima y le pide que no deje tirada la ropa en el suelo y la meta en la cesta, y le suelta la retahíla de siempre: “no ves que estoy cansada, que no puedo más, ¿tanto te cuesta meterla tú para que no tenga que venir yo a hacerlo?” Luego lo piensa y se arrepiente, ya son ganas de crear tensiones.

Y lo hace sabiendo que Mario lleva fatal que le digan nada. Diana sabe que él no se achanta ni poniendo tono de cansancio, que más que una riña más parece una súplica. Pero a veces no puede evitarlo y cae en ese error: pedirle ayuda cuando él en realidad ya la ayuda a veces.

Por H o por B, su casa siempre rompe a gritos. Diana se mortifica pensando qué es lo que vecinos oirán. Si escucharán a Mario amenazarla con que un día se va. Si lo oirán por el día diciéndole “eso, llora, llora, que parece que tengo tres hijas”, o si lo oirán por la noche exclamar “¡Ah! que esta noche tampoco tienes ganas”. ¿Creerán los vecinos a Mario cuando le dice que es una frígida?

Diana a veces fantasea con tener una casa grande, de planta baja. Una casa sin vecinos a los lados, con una puerta por la que salir con la cabeza alta cada día, sabiendo que nadie ha oído nada de ella. Una casa con un pasillo muy largo... tan largo, que ninguno de los gritos lleguen nunca a oídos de sus hijas.

Diana sueña a veces con haber tenido la suerte de su amiga. Sueña que Mario es de otra forma. Sueña que él baña a las niñas, y que juega con ellas a lo que ellas quieren jugar, y no a ver baloncesto en la tele, porque la verdad es que se aburren y las pobres acaban haciendo otra cosa. Diana sueña también con que va a trabajar tranquila cuando las deja al cuidado de Mario, y que cuando el teléfono suena no da un respingo.

Diana querría haber tenido en la vida la suerte de su amiga, pero hombres como su pareja casi no existen. Ya no hay recapitulación para Diana, ya tiene una casa, una pareja y ya tiene a las niñas, a las que no podría separar de su padre. Además, qué tontería, no podría mantenerlas ella sola.

Diana tiene 35 años pero se siente con las mismas opciones y las mismas energías que una persona de 80, así que acepta que ya sólo le queda seguir huyendo hacia delante. Su vida es ésta, es lo que le ha tocado... Sin embargo, no puede dejar de fantasear con esa otra vida en la que ha tenido más suerte.

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