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Zona Crítica

El ‘biacentismo’: tan culto como el bilingüismo

Chica riendo

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A los bilingües solo les caen flores. 

—¿Hablas dos idiomas? ¡Ooh! ¡Qué suerte! ¡Qué bien!

A los biacentistas, en cambio, nos miran con recelo. 

—¡Ops! Te ha salido acento andaluz. Pero… tú…—levantan la ceja y preguntan— ¿de dónde eres?

Entonces tienes que empezar a dar explicaciones. Tienes que justificarte. A veces, casi pedir perdón. 

—Soy de allí, pero vivo acá… y bla, bla, bla. 

Hay quien tuerce el gesto y sigue preguntando: 

—Y si eres andaluza, ¿por qué no hablas siempre andaluz? 

Pues, mira, porque ocurre algo muy normal que algunos ven como traición. Las personas aprendemos a hablar con un acento y es probable que se nos quede enganchado al cuello para los restos. Pero a veces, nos vamos a vivir a otro sitio, y al cambiar de destino, nos cambia el acento.

Algunos llevan su acento como una denominación de origen, un sello lacrado, una identidad. No cambian el tono ni a gorrazos. Pero a otros el acento nos funciona como un GPS: detecta el punto geográfico donde está y habla en consecuencia. Es lo mismo que le ocurre a los bilingües. Hablan un idioma u otro en función de lo que ven alrededor. 

Hay quien cree que cambiar de acento es un acto voluntario, pero, en realidad, la mayoría de las veces es un instinto camaleónico. Ni siquiera te das cuenta cuándo hablas con un acento y cuándo hablas con otro. Lo sueles descubrir porque alguien te advierte, sorprendido, que parece que se te ha metido otra persona dentro que habla por ti.

Los que vivimos la infancia con un acento y nos hicimos adultos con otro, efectivamente, llevamos dos hablantes dentro. En las conversaciones serias, sale el maduro. Cuando el ambiente es familiar, aparece el de la niñez, porque es el acento de lo más básico, el de las alegrías y los enfados. Es el acento de lo primario y de lo espontáneo. Es el que vive agazapado, pero en cuanto ve una rendija de confianza, salta a la conversación.

A veces la primera palabra que viene a la cabeza es la del otro idioma, y aunque los puristas se pongan nerviosos, no hay que pedir perdón

Los cambios fulminantes de un idioma a otro que ocurren en el bilingüismo están tan asumidos que hasta la ciencia le ha dado un nombre: code switching. Desde la neurociencia se ve como lo más normal del mundo que un niño bilingüe haga un cambio automático para hablar a su madre en un idioma y a su padre en otro.

Esto se debería aplicar igual a los acentos. No somos tapias. Los sonidos nos empapan, nos rodean, nos envuelven, y es normal que los tonos que entran por los oídos salgan después por la boca. Los acentos se pegan, se contagian. Te calan igual que la lluvia fina en Galicia y la humedad de la playa mediterránea. 

Algunos nos sentimos afortunados por hablar con dos acentos: el del lugar de nacimiento y el del lugar donde vivimos. A diferencia de los que nos gritarían “¡Infieles!”, a mí me parece que es de tener mundo.

Aunque hay algo más impopular aún. Si cambiar de acento está bajo sospecha, ¡no te cuento lo que ocurre si los mezclas! ¡Qué caras de perplejidad te ponen cuando dices unas frases con las eses madrileñas y acabas el párrafo con un andalucismo y olé! He visto miradas cautas de… “¡Chaquetera!”. 

Pero tampoco hay que extrañarse mucho. Estos remilgos con los acentos son un reflejo más de los purismos y los supremacismos. Del terror a la mezcla. Aunque hace unos días leí en Scientific American una entrevista a una lingüista de la Universidad de Nueva York que me reconfortó mucho. Sarah Frances Philips se quejaba de la mala cara que ponen algunos cuando oyen a una persona bilingüe hablar en español, por ejemplo, y soltar ahí suelta una palabra en inglés. 

La lingüista decía que la neurociencia ha probado que es muy habitual que un bilingüe diga “Dame ese pot, por favor” en vez de “Dame ese… mmm… esa olla, por favor”. Y era categórica: “Es importante reconocer que solo porque algo no parezca un comportamiento monolingüe, no significa que sea un comportamiento desviado”.

A veces la primera palabra que viene a la cabeza es la del otro idioma, y aunque los puristas se pongan nerviosos, no hay que pedir perdón. Es algo habitual en el cerebro de los bilingües. Entonces pensé que pasa igual con los acentos. A veces se dispara uno y a veces se dispara otro. 

El acento es un atrezzo. Es el acompañamiento musical de las palabras. Es una forma de sonar. Y a los biacentistas nos encanta sacar a pasear un acento por aquí y otro acento por allá.

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