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Cadáveres sobre el mantel

Los palestinos recuperan a un niño herido de debajo de los escombros de su casa familiar destruida tras un ataque aéreo israelí en el sur de la ciudad de Deir Al Balah, en el sur de la Franja de Gaza, el 7 de marzo de 2024. EFE/EPA/MOHAMMED SABLE

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Niños mocosos y sucios merodean entre los escombros, juegan a la guerra con escopetas de palo o sorben gotitas de agua que se filtran por las juntas del grifo de camiones tanque. Bebés ensangrentados que comparten camilla hospitalaria, presos de un llanto desesperado. Hombres trasladando fardos de restos humanos amontonados, a veces, en dramática carrera hacia el sepulcro. Mujeres veladas y enlutadas, desesperadas, aullando como lobas ante los restos masacrados de los frutos de sus entrañas. Adolescentes y cuerpos de todas las edades en teas humanas, revolviéndose inútilmente por el fuego de las bombas que los calcinará. 

Así es la guerra que abre los telediarios, a la hora del almuerzo y la cena en el comedor de nuestras casas. Antes fue Ucrania, Yemen o Siria, después el salvaje ataque terrorista en Tel Aviv. Hoy es Palestina. Son los territorios ocupados de Gaza donde el genocida se ensaña con avaricia sin que nada ni nadie –ni siquiera su propio pueblo– pueda conseguir que suelte la presa. 

El uso del hambre y la sed como armas de guerra, la prohibición de entrada de ayuda humanitaria, el asesinato sistemático de cooperantes y periodistas, el desprecio por las normas y la legislación internacional son las coordenadas de las matanzas que vemos a diario en nuestros televisores mientras compartimos mesa y mantel. Afortunadamente, la prohibición de entrada de periodistas en el territorio masacrado no impide que el mundo vea lo que está ocurriendo, aunque se nos hurte buena parte de la información real. Alrededor del plato de sopa, es inevitable que los comensales nos sintamos concernidos y conmovidos, que las respuestas emocionales sobre tales atrocidades ocupen el corazón mismo de las conversaciones. Existe un recurso fácil pero que nos llena de culpabilidad: podemos apagar el aparato o hacer zapping.

Pero Gaza vuelve cada día al comedor. Ahora con las hostilidades en Cisjordania, después con los castigos en el Líbano, más tarde, hacia Irán con el subsiguiente pavor a una guerra nuclear. Día a día, la mancha se extiende como el aceite por la región de Oriente Próximo como una peste bélica que, a modo de macabra cortina luctuosa, está tapando el auténtico genocidio que se perpetra en Gaza. Una limpieza total de seres, bienes y enclaves para borrar del mapa al pueblo palestino. Dice el personal humanitario con acceso a la zona que el dolor de la sociedad civil atacada es infinito y no tiene precedentes. “Nunca había visto tanto sufrimiento en ningún lugar del mundo”, ha confesado Ana Tomás, de Médicos sin Fronteras, que ha estado en la zona cero este verano.

Ya pueden clamar los israelíes contra su gobierno pidiendo por la vida de los rehenes en manos de Hamas, que Netanyahu y sus fanáticos socios los ignoran. Da igual lo que diga la ONU, la UE o el Tribunal Penal Internacional. Oídos sordos del gobierno de Tel Aviv a cualquier razonamiento. Que el Derecho de Defensa (que esgrime Netanyahu para vengar los ataques terroristas de Hamas) sólo puede aplicarse entre estados y Gaza no lo es, que Israel ha superado todos los límites de este principio establecido por el ordenamiento jurídico internacional, que las masacres de civiles y hospitales violan gravemente el derecho humanitario internacional…. Son voces que claman en el desierto y se disuelven como azucarillos en el café. El fanatismo del gobierno de Israel cuenta con el apoyo de EEUU y el silencio cómplice de la UE para seguir adelante en su delirante deriva. Lleva 30 años (desde los Acuerdos de Oslo) buscando una justificación como esta para poder usurpar las tierras de la franja a los palestinos. No va a soltar la presa ahora.

A medida que avanza el almuerzo o la cena, nuestras discusiones y pasiones sobre el mantel a causa de la catástrofe gazatí van disolviéndose y rebajándose. Con la sucesión de los días –la guerra ha cumplido ya 1 año–, vamos normalizando el sufrimiento que siguen vomitando los informativos de la televisión y nuestra sensibilidad también se atenúa ante las imágenes de los críos hambrientos, muertos o heridos, frente a las víctimas de la guerra de exterminio.

 “¿Qué puedo hacer para no ser una cómplice silenciosa?”, clamaba desesperada una mujer del público asistente a una jornada de reflexión organizada en Vigo sobre Gaza, arrancando con sus palabras un sonoro aplauso de la audiencia que, obviamente, compartía idéntica inquietud. Sólo la movilización de las sociedades democráticas puede obligar a sus élites a salir de su zona de confort y dar un puñetazo en la mesa del concierto mundial a favor de la paz, como se ha hecho en otras ocasiones. Bienvenidas sean todas las iniciativas que impidan el silencio con sus gritos cívicos. 

La portavoz de Médicos sin Fronteras, además, ofreció en esa cita una respuesta a la mujer interpelante y propuso la rebelión individual y colectiva contra las entidades que financian la venta de armas a Israel. Citó el reciente informe “Banca Armada” del centro DELAS de Estudios por la Paz, que señala a 12 firmas españolas. “De estas entidades financieras, Santander y BBVA son los principales bancos que han financiado a los fabricantes de las armas que utiliza el ejército de Israel para cometer el genocidio en Gaza, con más de 2.442 y 1.500 millones de dólares, respectivamente”, dice el estudio.

Alzar la voz, renunciar al silencio y sacudirnos la indiferencia, por el método que sea, son las poderosas herramientas que tenemos las privilegiadas gentes del común que vivimos en confortables democracias. A esta invitación colaboraron los distintos ponentes de la mencionada jornada de debate donde un Josep Borrell, único portavoz de la vergonzante división interna de la UE, clamó por un acuerdo político como única solución para la paz, mientras que Óscar Camps, alcalde de Vigo, prometía: “En esta ciudad no nos vamos a callar”.

Y el grito incansable de la ciudadanía no es poca cosa. Porque, de cuando en cuando, la noticia de Gaza baja puestos en la escaleta de los telediarios cuando otras ofensivas y acontecimientos de esa guerra regional concitan la atención mediática. Nuevos enemigos de Israel ocupan su lugar en las cabeceras de los informativos. Mientras tanto, en el salón de casa, ya hemos cambiado de conversación y estamos a punto de terminar el almuerzo. La fuente con el cadáver del pollo asado es retirada de la mesa para ocupar su lugar con los despojos en la cocina. “Ya que vas, trae el postre. Hay arroz con leche y fruta en la nevera”, se oye decir.

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