Esta semana, Cristina Cifuentes, miembro del Partido Popular y presidenta de la Comunidad de Madrid, publicaba un tuit protesta en su cuenta de Tuiter.
Resulta curioso que una mujer de un partido conservador proteste contra el machismo cuando, por otro lado, se dedica en cuerpo y alma a defender todos los mecanismos que hacen posible que el patriarcado tenga una larga y sana vida.
Una persona de derechas es por definición antifeminista. De la misma forma, también es incompatible ser capitalista y neoliberal y apoyar la lucha feminista. No niego que teóricamente, en sus cabezas, un mundo capitalista e igualitario tenga sentido, pero esto sólo demuestra que no han profundizado demasiado en qué es el capitalismo, mucho menos en qué es el feminismo.
¿Por qué es incompatible estar a favor de la igualdad de género y ser de derechas? Hay muchas formas de ser de derechas, pensarán algunos. Se puede ser de derechas y laico, de derechas y republicano... por supuesto (son minoría, pero sí), pero lo que tiene en común todo el espectro conservador, entre otras muchas cosas, es que las desigualdades sociales, en su jerarquía de valores, no está ni lo primero ni lo segundo. Lo que es prioritario para la izquierda en este caso ocupa los puestos más bajos en la lista de los conservadores. Mientras que la izquierda promueve la propiedad pública, la derecha apuesta por la propiedad privada, mientras que la izquierda cree en la comunidad, la derecha lo hace en el individualismo, mientras que la izquierda pelea por el reparto de la riqueza, la derecha se salta a piola derechos y desigualdades para poner la importancia en la acumulación de riquezas a través de la libre competitividad. La derecha he hecho que la palabra “libertad” pierda brillo y significado, porque la libre competitividad no es más que permitir que los precios del mercado se acuerden “libremente” entre el vendedor y el comprador. ¿Es legítimo el uso de la palabra “libremente” en esta definición? Obviamente no. Un ejemplo claro lo tenemos en el tercer mundo. ¿Tiene libertad un vendedor de Bangladés cuando negocia un precio con un comprador del primer mundo teniendo en cuenta que el segundo piensa sólo en conseguir el mayor margen de beneficio mientras que el primero busca obtener ingresos para cubrir sus necesidades básicas? ¿Es libre al poner un precio cuando sabe que si no satisface al comprador del primer mundo, éste lo comprará a otro vendedor de otro país aún más acuciado por la necesidad que él? Esto es lo que entiende la derecha por el libre mercado.
Esta forma de entender la economía (y la vida) es antagónica con el feminismo, cuya verdadera meta es la igualdad y no seguir perpetuando las desigualdades, que es lo que hace la derecha mientras enarbola una bandera con la palabra “libertad”. La libertad que busca la derecha es la suya propia, la individual, no la colectiva. Y es incompatible con el feminismo, básicamente, porque esa libertad la consiguen unos cuantos en detrimento de otros, los oprimidos. Pero es que el capitalismo no sólo fomenta que la brecha de clases aumente, enriqueciendo más a los ricos y empobreciendo aún más a los pobres sino que, dentro de esa misma estructura, oprime con más vehemencia a la mujer, que es siempre la más pobre entre los pobres. Porque dentro de la miseria, también hay clases. Que la feminización de la pobreza es un hecho no creo que esté en debate pero, por si acaso, recordamos que Naciones Unidas reconoció en el 2009 que «las crisis financieras y económicas» tenían «efectos particulares sobre las cuestiones de género y constituían una carga desproporcionada para las mujeres, en particular las mujeres pobres, migrantes y pertenecientes a minorías».
El capitalismo se vale del cuerpo de la mujer para que reproduzca, críe y alimente a nuevas ruedas que ir insertando en el engranaje capitalista. La mujer tiene un trabajo determinado (y elemental) en este sistema: parir nuevos trabajadores. Pero es un trabajo no asalariado y por supuesto no considerado como tal. La mujer en sociedades capitalistas, al dedicarse a la crianza y cuidados, cae en una inevitable dependencia económica del hombre, que es el que realiza el trabajo visible y reconocido por el sistema: el pagado y el reconocido. Por una parte somos indispensables para que la maquinaria siga funcionando, pero por el otro nuestra aportación no sólo no se ve retribuida sino que pasa a ser un peligro: al depender económicamente del hombre se genera una relación de poder del hombre sobre la mujer.
En definitiva, cada vez que Cristina Cifuentes o cualquier otra mujer conservadora o capitalista protesta por preguntas machistas acerca de champús y suavizantes en entrevistas que les afectan directamente a ellas (más individualismo), Simone de Beauvoir se retuerce en su tumba.
Además de conseguir insultar la inteligencia de todas las mujeres que lleguen a leerla.