Carteles, chapuzas y ombligos
Hace unas semanas vi una película malísima en Netflix sobre una ola gigante que destrozaba un crucero, con seis supervivientes tratando de salir a flote mientras sufrían todo tipo de experiencias cercanas a la muerte y la mutilación: electrocuciones, ahogamientos, objetos voladores, combustiones espontáneas, etc. Hay un momento en las películas malas de catástrofes en las que se sobrepasa el umbral del realismo y comienzas a verlo todo en clave de parodia. Cuando crees que nada puede ser más rocambolesco o enfebrecido, lo es.
Algo parecido está pasando estos días con el cartel contratado por el Ministerio de Igualdad a favor de la diversidad corporal durante el verano. El asunto se ha convertido en una especie de gag sostenido en el tiempo, con un clímax que nunca decae. Un rendido homenaje al desastre en forma y fondo. Primero supimos que la tipografía había sido utilizada sin licencia. Posteriormente, que se había usado la imagen de una modelo sin su consentimiento. Y cuando parecía imposible que el asunto empeorase más, cuando ya todo rozaba la tragicomedia, nos enteramos de que la prótesis de otra de las mujeres que aparecen en el cartel fue editada, eliminada y cambiada por una pierna. A favor de la diversidad corporal en las playas pero sin piernas protésicas, por favor y gracias.
La artista, Arte Mapache, se ha disculpado públicamente en redes sociales por su trabajo. El instituto de las Mujeres, organismo adscrito al Ministerio de Igualdad, ha compartido la disculpa en las suyas. Se pueden criticar muchísimas cosas de ese cartel. La más obvia: la chapuza editorial, estilística, legal, el diseño, el montaje, la composición. Se puede criticar también el pliego de condiciones a la hora de adjudicar este contrato público, en qué se han basado para optar por esta diseñadora gráfica con poca experiencia y no otra u otro más experimentado. También es criticable el precio de la campaña, 5000 euros, tal vez exagerado a la vista del resultado. O el desprecio a las profesiones de dirección de arte y diseño gráfico por parte de muchas instituciones. Pero hay una cosa que no parece criticable y, sin embargo, se está criticando por doquier: la existencia del problema que inspira la campaña en sí.
Hay un síndrome muy extendido en España que podríamos denominar como “yonuncaismo”. El “yonuncaismo” consiste en extrapolar tu experiencia personal en un asunto al resto del pequeño mundo. Si tú nunca has visto o nunca has sufrido X, eso significa que X no existe. “Se están inventando un problema, de toda la vida ha habido gordas a la playa. Yo nunca he visto que hubiese ningún problema”. Correcto, la lorza propia y ajena ha desfilado toda la vida por los arenales de todas las latitudes, con más o menos orgullo y soltura. Puede que tampoco hayas sido testigo de miradas, gestos, risas o comentarios hacia otra persona por su grasa, su metabolismo o su diferencia física. Pero decir que el problema no existe en base a esos supuestos es como ponerte el disfraz de señor que pregunta dónde está la contaminación porque no la ve.
A veces el ombliguismo problemático impide ver que hay personas que no pisan jamás la playa, o evitan quitarse la camiseta en una piscina, o se dejan ver en verano sólo cuando el sol cae, como un Batman de agosto en bermudas. Muchas mujeres, también hombres, pero principalmente mujeres, pasan estos meses metidos en una cáscara de la que están deseando deshacerse cuando vuelve el frío. Y para otras los trastornos alimenticios comienzan con una operación bikini que se va de las manos. Los mensajes para conseguir un “cuerpo de playa” son agresivos y comienzan cada vez más temprano, como las decoraciones navideñas. Por tanto, nuestra autoimagen en verano no es la misma que en el resto de estaciones: en muchos casos está distorsionada, atrofiada, comparada, desnivelada y sudada.
Es una pena que una campaña con una intención entendible –aceptar que un cuerpo de playa es, sencillamente, cualquier cuerpo en la playa- se haya convertido en un meme indefendible. Y que la comunicación siga siendo tan precaria en campañas gubernamentales cuyo objetivo debería ser justo el contrario: comunicar.
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