¿Quién se siente desgraciado por no ser rey, sino un rey destronado?
Hace tan solo unos pocos días en la riojana localidad de Alfaro volvieron a cumplir con la tradición de quemar los judas. Se trata de muñecos que representan a políticos o famosos a los que se prende fuego con un pequeño texto especificando por qué se lo merecen. Este año le tocó a Puigdemont pero también a David Muñoz y a la Pedroche o a Putin y Trump, a Sánchez y a Abascal o sea que hay para todos. El único que se molestó una barbaridad fue el ex president, que sugirió en Twitter que si hubieran quemado a un monigote de la Familia Real les perseguiría la Fiscalía...
Olvidó que a la Familia Real la inmolamos periódicamente en los medios y, ya ven, hoy toca porque el anterior jefe del Estado estuvo en Londres cenando y en el fútbol y hoy ha llegado a su país para participar en una regata. No se me solivianten, que ya les he dicho que esta es su parte de inmolación, como la de los judas de Alfaro. Como además ahora todo es muy sencillo la cosa está clara: si te consideras republicano, leña al mono que es de goma hasta que sangre y con eso has cumplido.
Así que ahí tenemos a políticos y periodistas, tuiteros y asociados, explayándose a gusto con la emoción sentida pero, me van a perdonar, sin una pizca de racionalidad. Ahí es donde yo me bajo. No acepto el aserto de que la mejor forma de invalidar la monarquía como forma de constitución del Estado sea demostrar con palabras y gestos que uno de sus miembros no merece tal dignidad. Ahora que sale gratis, -hasta lo de la cacería, la mayor parte de los esforzados críticos se hubieran puesto de perfil-, esto es un festival. Ya no se trata solo de sus cuestiones fiscales, de las que hablaré más adelante, o de sus infidelidades o su gusto por el buen vivir, ahora es malo que cene con amigos en un club -¿pero con quién creen que va a cenar alguien que tiene el álbum familiar en el Museo del Prado?-, que vaya a ver un partido o que coma pescado fresco gallego, que al parecer ha servido una furgoneta en casa de su amigo Campos. ¡Es tan fácil excitar la envidia patria! Que si el avión privado, que si quién paga el viaje, que si el club británico era “exclusivo” o que si estaba en el palco con Florentino.
Lo cierto es que para criticar a la monarquía no hace falta linchar a una figura concreta. Los que en ello se empeñan están de alguna forma apuntalando el sistema. Si la monarquía es inaceptable porque una persona que la ha encarnado como jefe del Estado ha resultado lleno de tachas -¡ay, codicia, lujuria, avaricia!-, de ahí sólo podemos colegir que otro individuo que la encarne y que sea ascético, fiel, que no acepte regalos, que viva con su sueldo, que no tenga veleidades de lujos extremos, ese entonces sí sería aceptable. Como verán ese es el silogismo que se está utilizando desde muchos ámbitos, incluida la parte socialista del Gobierno, que pinchando al padre busca defender al hijo. Desde el punto de vista racional es perfectamente comprensible. Si lo terrible de Juan Carlos I fue todo lo que se relata, si mantenerlo fuera es un castigo no declarado por su inmoralidad y su corrupción, entonces dentro se queda el que no peque de tales vicios.
Mi postura, y la he mantenido otras veces, es que la defensa de la forma republicana para el Estado se mantiene perfectamente por una argumentación puramente racional y que radica en el origen de la legitimidad de los candidatos. La transmisión de la jefatura del Estado “por vía vaginal” como he dicho en ocasiones, no se sostiene. Heredar el cargo repugna al espíritu democrático y heredar cargo si eres varón ni les cuento. Tampoco se sostiene la identificación de la forma republicana con una determinada ideología, como sucede en nuestro país, puesto que en las repúblicas se alternan presidentes procedentes de unas u otras sin que eso altere o pueda alterar la esencia del régimen estatuido. Los argumentos para preferir que la forma republicana obre en España no deberían ser ni emocionales ni anti borbónicos ni exclusivamente de izquierdas; los argumentos deberían ser racionales porque con ellos basta y sobra. El único atisbo de razonamiento que se da para preferir la monarquía se basa en su indemostrable practicidad: es barata, no molesta, nos evita elegir mal al presidente... No son motivos sino expresiones de miedo a nosotros mismos aunque, visto lo visto, a lo mejor deberíamos tenérnoslo.
Y mientras se monta el show y el espectáculo contra un viejo que tiene morriña de su país y que dejará a todos tranquilos más pronto que tarde por ley de vida, nos olvidamos de lo importante y lo racional en su caso concreto. Del rey abajo, ninguno. En un Estado de Derecho todos deben ser sometidos a la ley y sólo a la ley. La queja fundamental es que Juan Carlos de Borbón no ha sido tratado por igual en este aspecto y que sus tropelías no han sido castigadas judicialmente. Los mismos que dicen esto asumen que se ha ido de rositas. ¿Cuántos recuerdan que no ha comparecido jamás ante un juez? ¿Cuántos tienen claro que la inviolabilidad y la prescripción de determinados hechos no han sido jamás ni estudiados ni valorados ni juzgados ni votados ni sentenciados por tribunal alguno? Es fácil lanzar a las gentes contra el muñeco y difícil asumir que todo el mundo tragó con unas diligencias de la Fiscalía por simulacro judicial. La Fiscalía es una parte procesal que puede hacer una mínima investigación previa y considerar si hay motivo para acusar o no, pero la Fiscalía no es quién para determinar si algo está prescrito o no o si estaba cubierto por la inviolabilidad. No sólo es eso, es que la Fiscalía -que no instruye en España, aunque con tal birlibirloque pareciera que sí- no puede intervenir un teléfono, pedir un ordenador, incautarse unos correos electrónicos. Esa es la investigación cerrada del Emérito. Eso significa que podrían presentarse querellas en el Tribunal Supremo porque no hay ninguna cosa juzgada. De eso nadie dice nada, de si come percebes, sí.
¡Venga, hombre! El destierro es una pena accesoria que no puede superar los tres años según nuestras leyes, pero para que haya pena debe haber condena. Así que llevan razón los que afirman que puede venir cuantas veces quiera. Del rey abajo, ninguno. Si un ciudadano español no tiene cuentas con la Justicia puede ir y venir cuando le dé la real gana, que eso está en la Constitución. Lo que sucede es que no se han depurado responsabilidades, ni siquiera se ha intentado, sino que se ha hecho un paripé y como en ese paripé entraba la Fiscalía General del Estado, tengo que colegir que el Gobierno actual no es ajeno a esa solución. A lo mejor esa era la idea, salvarlo realmente y condenarlo imaginariamente.
Y lo de Sanxenxo forma parte, creo yo, de la condena imaginaria. No sé cómo han convencido a la gente de que el escándalo es que el viejo monarca quiera navegar un rato en Galicia; tal vez para que olviden que el escándalo siempre ha sido que no haya tenido que declarar jamás delante de un juez que le investigara con todos los medios a su alcance, incluidos los que precisan de la intervención de derechos fundamentales.
Por ese motivo a mí no me levanta del asiento que venga y que vaya. Es más, creo que debería quedarse para pasar página de esta extraña solución que se le ha dado a su escandalosa actuación. Lo salvamos pero se va, eso a mí no me cuadra en un Estado de Derecho. Si eso es lo que ha sucedido, nos merecemos todo lo que pase.
Y recuerden que a ser republicano no ayuda nada jugar a los bolos con ancianos monarcas que pagaron con la corona el precio político de sus actos. A ser republicano ayuda estar del lado de la razón. La mera pregunta sobre por qué esa adolescente asumirá la jefatura del Estado, esa y no otra, resume toda la cuestión. ¡Ah, conste que tampoco entiendo por qué se heredan las concesiones para farmacias!