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Cuando Chadwick Boseman y Black Panther dejaron atrás a los nazis de Madrid

Chadwick Boseman, en la película Black Panther.

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Hace ya un tiempo, cuando Marvel anunció la gestación del proyecto de la película de Black Panther, Choco ya nos decía que teníamos que prepararnos para verla el día del estreno. Pasaron los meses, se acercaron las fechas y cuando ya los cines de Estados Unidos comenzaron a poner la cinta, las imágenes que nos llegaban del otro lado del Atlántico desprendían un halo que no estábamos acostumbrados a ver en las salas de cine: personas negras de toda condición engalanadas con sus mejores outfits, que eran trajes africanos, y maquillajes inspirados en culturas ancestrales plasmados por el cuerpo con precisión milimétrica.

En España se acercaba la fecha del estreno y el runrún sobre qué hacer aquí se iba transformando en semanas de mensajes cruzados con dos preguntas centrales: ¿Compramos entradas para el estreno? ¿Cómo nos vestimos ese día? De la logística se encargó Choco, y aquello que parecía que sería el plan de cuatro o cinco se convirtió el 16 de febrero de 2018 en un punto de inflexión para muchos en la comunidad negra española.

Inspirados por lo que nos llegaba de EEUU (sí, una vez más, pero esta vez para bien), nos plantamos en los cines de la calle Princesa varias decenas de personas siguiendo la misma estela estética. Alguien que haya leído hasta aquí y no sepa por qué cuento esto se estará preguntando: ¿a qué viene este hype?

Por muchos motivos. El primero es la reciente muerte de Chadwick Boseman a los 43 años como consecuencia de un cáncer de colon que le consumía, en silencio, desde hacía cuatro años. Era el rey T’Challa de Wakanda, el protagonista de la película Black Panther, el primer gran superhéroe negro en una superproducción cinematográfica y sobre todo la excusa para expandir la imaginación de quienes vemos nuestros sueños y anhelos limitados por los cuatro costados. Y eso para los más pequeños tiene un valor incalculable, como se ve en este vídeo de un colegio de Atlanta cuando les dicen que verán la película.

La representación tiene sus límites, sabemos que la presencia de una persona negra en un espacio de poder y visibilidad no tiene que ser precisamente un sinónimo de progreso para la comunidad, pero en este caso sí es positivo y genera un efecto multiplicador en presente y futuro. Era una de las pocas veces en las que las personas negras en la gran pantalla teníamos una representación lejos de los estereotipos que cargamos desde hace siglos. Aunque fuera ficción, lo que veíamos nada tenía que ver con actividades delictivas que nos hacen creer que forma parte de nuestro ser ni la muerte como si fuera nuestro estado natural y no una consecuencia lógica de la vida.

Las vicisitudes del universo Wakanda, territorio convertido en una de las máximas expresiones de un afrofuturismo que fantasea con lo que hubiera ocurrido en la Historia de no mediar la colonización, fueron un proceso que contribuyó a romper algunos esquemas. En varias entrevistas, Chadwick Boseman insistió en que el mensaje tenía que ir en varias capas, y una de ellas es el lenguaje. Cómo el acento no podía ser uno influido al 100% por la llamada corrección británica del inglés, sino uno completamente representativo del continente africano.

Pero volvamos a los cines de la calle Princesa. Aquella noche lo pasamos bien: vimos la película, gritamos de emoción en las escenas con más mensaje político, nos hicimos fotos y vídeos para el recuerdo y nos fuimos a casa con una sonrisa de oreja a oreja tras vivir un momento que nos ayudaría a sobrellevar el día a día.

Pero hubo un simbolismo en ese día que pasó desapercibido en el momento pero que tiempo después nos recordaron personas como Rubén H. Bermúdez y Lucía Mbomío. En los inicios de los años 90 yo era un bebé y además vivía en Huesca, pero quienes en esa época ya tenían conciencia, como los anteriormente mencionados y otros como Santiago Zannou, Esther Mayoko o Ana Bibang, nos cuentan cómo en esos días los nazis campaban a sus anchas. Eran los tiempos en los que el racismo era explícito en otros niveles y su manifestación más habitual era a base de golpes y palizas. En los días en los que asesinaron a Lucrecía Pérez por negra, la plaza de los Cubos era uno de los centros de operaciones de los racistas.

Ya fuera por cierta ignorancia y una poco honrosa desmemoria, aquella noche de febrero de 2018 acudimos a ver Black Panther sin tener presente en ningún momento lo que allí había ocurrido hace apenas 30 años. No sé si interpretarlo como una victoria o como una de las maneras en las que la energía del racismo no desaparece, sino que se transforma. Hoy, en pleno 2020, tenemos a nostálgicos de esa época, alentadores del odio racista más profundo e incluso a fieles a esa ideología sentados en el Congreso de los Diputados escupiendo bilis y haciéndonos retroceder en lo que ya existía un importante atraso.

En su justa medida es importante reconocer el avance sin perder la crítica, además de poner en valor lo que otras generaciones hicieron para limpiar ese sitio de nazis cuyo único propósito es, en última instancia, acabar con las vidas que no entran en su canon. Aquel día de febrero de 2018, y a pesar de todo, Chadwick Boseman y Black Panther hicieron de palanca para convertir la energía de la plaza de los Cubos, 30 años atrás territorio de los nazis de Madrid, en una vibración antirracista, abierta, fiel a nuestros tiempos y con mirada de futuro.

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