Un chisme ha dejado en segundo lugar la posible responsabilidad criminal en la mayor tragedia del siglo en Valencia. Entre el chisme y el crimen la opinión pública ha elegido el chisme. Porque no nos engañemos, que un corrupto engominado prototípico diga que el presidente le pidió una foto para agradecerle lo que hace es un chismorreo malo que solo puede creerse quien tiene ganas de que dejemos de mirar a Valencia.
La capacidad para marcar agenda es uno de los elementos políticos más importantes, una habilidad con la que se ganan elecciones y se tumban gobiernos. Ese valor político, ayudado por la suficiencia mediática de los aliados, es lo que marca la diferencia entre permanecer en el poder o abandonarlo. Lamentablemente para el gobierno de progreso esa aptitud de la derecha es la que acabará por derrotarlo al ser incapaz de marcar agenda con los temas que le interesan y estar pendiente de manera irremisible por los asuntos que más le perjudican.
En condiciones normales la declaración de Víctor de Aldama hubiera pasado por ser una más de las noticias del día sin capacidad para copar el debate en la opinión pública. Una declaración en la que confirmara lo que ya se sabía sobre la trama de corrupción de Koldo García y José Luis Ábalos hubiera sido una noticia relevante, pero no hubiera superado en tiempo e importancia a la aprobación en el Congreso del paquete fiscal, la elección de Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión Europea o la negligente gestión de Carlos Mazón al frente de la DANA. Saber manejar el espacio informativo es una capacidad muy relevante y para ello bastaba con que Víctor de Aldama nombrara a Pedro Sánchez con una declaración sin relevancia jurídica, penal ni política, pero con la capacidad de ocultar cualquier otra noticia de las que estaban arrasando las posibilidades de Alberto Núñez Feijóo para ser presidente con un puente aéreo Valencia-Bruselas. Las cortinas de humo a veces vienen dadas por la providencia o un corrupto con ganas de salir de la cárcel.
Víctor de Aldama es un fanfarrón con ínfulas que sabe aprovecharse de su cercanía al poder para lucrarse. De la historia de Aldama llama la atención cómo utilizó las quiebras corruptas del Estado para infiltrarse criminalmente desde el Ministerio de Transportes a la Guardia Civil, llegando a utilizar a un comandante de la benemérita para que le llevara a sus subordinados a hacerle barridos de micrófonos en su casa. Tenemos un día que darnos un debate sobre la infiltración criminal en los cuerpos y fuerzas del Estado. La credibilidad de Víctor de Aldama no pasa por ser más que la de un hombre que diría cualquier cosa para salir de la cárcel, más aún cuando había declarado su abogado que tenía miedo por su seguridad en prisión. Pero dicho eso no podemos quedarnos en la fe por la palabra de nadie, sino en los hechos, y la declaración de Víctor de Aldama tiene hechos probados y conjeturas imposibles que solo tenían como objetivo llamar la atención de los medios.
La dirección de la declaración de Víctor de Aldama tenía dos intenciones claras: lograr el favor de la fiscalía aportando pruebas sobre los casos que le ocupan -la causa de los hidrocarburos y la de las comisiones en el Ministerio de Transportes- para poder salir de la cárcel al colaborar con la justicia y tener todo el foco mediático implicando con declaraciones vagas a varios miembros del PSOE y el gobierno para hacer pasar la trama de tres golfos por una Gürtel socialista. El desarrollo de los hechos marcará el devenir de la causa y si el presunto delincuente tiene pruebas para aportar sobre lo declarado, aunque muchas de sus palabras sean insinuaciones lo suficientemente inocuas para no tener recorrido penal pero con capacidad para copar titulares. Hasta que se produzca la confirmación de los hechos más allá del chisme el gran beneficiado ha sido Carlos Mazón, que ha visto cómo los medios miran para otro lado. Carlos Mazón podría invitar a Víctor de Aldama a una de esas comidas largas en El Ventorro en agradecimiento por los servicios prestados. El chisme siempre beneficia al crimen.