La ciénaga bipartidista

19 de marzo de 2024 23:03 h

0

El lunes, en rueda de prensa, el ministro de Transportes Óscar Puente declaraba que a él le gustaría que el tono y la crispación se hubieran rebajado hace mucho tiempo, pero que “el tono lo tiene que bajar quien lo subió”. Como síntoma de la situación política actual, no está mal: una competición por quién eleva más los decibelios del improperio, quién acusa de peores calamidades y tropelías al otro, quién rebaja un poquito más el nivel con la coartada de plantar cara y no poner la otra mejilla. Como estrategia discursiva, eso sí, es cuanto menos decepcionante: la justificación permanente de los excesos propios empleando los excesos ajenos como excusa.

¿Que el PSOE parodia a Ayuso diciendo que los casos que la salpican podrían ser capítulos de una serie como Friends, titulada FAMILIARES? Ancha es Castilla: vía libre al Partido Popular de Madrid para lanzar un meme asociando al PSOE a “prostitutas y cocaína”; y, como el Partido Popular ya ha caído más bajo, vía libre para que lo próximo sea, qué sé yo, que alguien del PSOE les escupa directamente en la cara, y así ad infinitum mientras el alquiler sigue en máximos invivibles, mientras perduran las consecuencias de una crisis inflacionista, mientras el país no ve llegar las reformas que exigía el resultado del 23 de julio, etcétera.

Será cansino, pero así es la ciénaga bipartidista del aplauso fácil, del zasca, el ruido y la furia. No digo que la distribución y el reparto de las culpas tenga que hacerse a partes iguales; sí me fatiga que, en esta Restauración por vía faltona, ninguna de las dos tradiciones del bipartidismo ponga pie en pared: ambas están dispuestas, con tal de hacerse hueco mediático, a justificar desde hace tiempo prácticamente cualquier cosa. Mientras tanto, fuera del politiqueo, el país real sigue estando ahí, y más desafección y hartazgo generan los parlamentos ahogados en la falta de respeto permanente. El problema no es la “polarización” implicada en defender con determinación ideas o causas justas: es que estos partidos elevan el tono para tapar que tampoco tienen gran cosa que defender. La corrupción de uno sirve para esconder la corrupción del otro mientras se amenaza a medios con cerrarlos; la preocupación bipartidista no es acabar con la corrupción, venga de donde venga, sino aprovecharla cuando sirve como ariete contra el otro.

La impugnación del bipartidismo surgida a partir de 2011 brotó en parte, precisamente, por el descrédito que ambas formaciones, el Partido Popular y el PSOE, habían acumulado: por una parte, por su igual obediencia al ajuste presupuestario y fiscal una vez en el Gobierno, pero también, por la otra, por sus propias tiranteces con la corrupción y la justicia. Es de recibo que el intento de Restauración bipartidista acabe resaltando de nuevo sus parecidos: parecidos en el tono y el oportunismo, en el empleo utilitario del señalamiento al otro, en la relativa y ocasional falta de escrúpulos; en la concepción, en ocasiones, del poder y las instituciones como patrimonio.

El carril libre queda, aunque navegarlo sea de una inmensa complejidad, es el de señalar la posibilidad de otra cosa, de una fiscalización escrupulosa de lo que significa el ejercicio de la responsabilidad pública, de la puesta en práctica real y efectiva de la transparencia y la higiene política, de la lucha contra la corrupción como bandera y no como consigna interesada. Es el que haría bien en tomar Sumar, protegiendo la democracia frente a quienes insisten, en su ejercicio, en degradarla a una cuestión meramente formal. Es difícil, desde luego, hacerlo compartiendo Gobierno con una de esas fuerzas, más aún con una fuerza como lo es el PSOE, de tendencias profundamente contradictorias, pero arraigadas a lo largo y ancho de toda España. Si los políticos sólo se preocupan de sí mismos, es normal que la gente no quiera tener nada que ver con los políticos. Pero hay que escapar de la ciénaga bipartidista y de la competencia permanente entre gigantes de barro manchados.