Nos acercamos a los primeros cien días de gobierno Macron, y ya no todo es color de rosa. En los sondeos comienzan a atisbarse las primeras desafecciones y algunas de sus medidas ya han granjeado críticas y suscitado reacciones de incomprensión. Los indicios de desgaste de su figura son hasta ahora leves, y posiblemente disfrute todavía una larga luna de miel con buena parte del electorado francés y muchos observadores externos. Todos ellos habían saludado con ilusión y esperanza la emergencia de un político que, además de mostrarse capaz de frenar el ascenso del populismo de extrema derecha, parecía reivindicar nuevos valores y estrategias, con los que lograba representar las ambiciones ilustradas y progresistas de capas amplias de la población francesa y europea.
Por muy novedosa y refrescante que resulte la aparición de Macron en el contexto actual, ni su retórica ni sus ideas son originales. Macron irrumpe en el escenario abanderando ideas que ocupan la agenda política hace dos décadas, cocinadas a fuego lento en departamentos universitarios, think tanks y comisiones de expertos de organismos nacionales y supranacionales en un breve interludio dorado que experimentaron las opciones de centro-izquierda en la última década del pasado milenio. Este interludio trajo a Bill Clinton, Gerhard Schröder y Tony Blair al gobierno de sus respectivos países. Macron recoge veinte años después el testigo de una corriente ideológica —el socioliberalismo o Tercera Vía— que en su día no arraigo en Francia y que, pese a algunos éxitos, no acabo de rendir siempre los frutos electorales esperados, pero que logro eludir buena parte de la responsabilidad en el declive socialdemócrata.
Macron invoca los mismos valores, la misma retórica y las mismas recetas. En el discurso de Macron se adivinan las palabras y leitmotifs de Tony Blair, otro político cuya llegada al poder despertó inusitadas esperanzas de reafirmación progresista. Macron apela con la misma determinación al valor de la responsabilidad y el mérito; la necesidad de conjugar eficiencia y justicia social; y de construir un Estado que invierta, dinamice y acompañe, pero se abstenga de succionar, ralentizar o desactivar las energías de la iniciativa social. El discurso de Blair, y ahora el de Macron, catapultan a primer plano la importancia de la formación de capital humano, y en particular, de la educación.
Como señalaba Blair a menudo sus tres prioridades eran “educación, educación y educación”. Esta apelación sostenía en realidad una apuesta más amplia por la inversión social, que incluía un conjunto de programas destinados a mejorar competencias y cualidades de los individuos en el mercado de trabajo, y con ello, su empleabilidad y capacidad de enfrentarse con garantías a periodos convulsos y situaciones de adversidad. En el marco de las políticas públicas que desarrolló se contemplaba el reforzamiento del sistema educativo, pero también muchas iniciativas que iban más allá, desde la escuela infantil a los programas de activación y formación continua.
Un principio rector de este empeño era la necesidad de ofrecer oportunidades a aquellos que, debido a las circunstancias materiales en que viven, afrontan obstáculos que impiden la “activación” completa de sus potencialidades. En los años finales de la década de los noventa se acuña una nueva retórica que pretende amparar un cambio de rumbo de la estrategia socialdemócrata, a partir de la cual la lucha contra la desigualdad se va a concebir fundamentalmente como lucha para favorecer la “inclusión”. Promoviendo la inclusión es posible moderar algunas injusticias sociales, pero lo que se busca fundamentalmente es capitalizar óptimamente todas aquellas facultades y talentos naturales que permanecen desaprovechados cuando los individuos sufren pobreza y exclusión social.
Analizando los años de Tony Blair y su sucesor Gordon Brown en el gobierno, la socióloga norteamericana Jane Waldfogel tituló un aclamado libro suyo Britain’s War on Poverty (La Guerra de Gran Bretaña contra la pobreza). Haciendo balance, los logros de Blair y Brown en muchos aspectos de la gobernanza del sector público o su política internacional son muy discutibles, pero los avances en la mejora de indicadores de desigualdad y eficacia del Estado en la lucha contra la pobreza son notables.
Ahora Macron, con matices y singularidades, recupera buena parte de estos mensajes, y en particular la atención a la justicia social y la desigualdad. En este sentido, se ha señalado reiteradamente que la invocación de Macron a la palabra “igualdad” ha sido recurrente en sus discursos. Según un estudio de la Université de Côte d’Azur, habría superado con creces a otros candidatos de la campaña a las presidenciales en la apelación a este concepto. Entre sus propuestas estrella figuran varios de los planteamientos clásicos del socioliberalismo de la Tercera Vía y un compromiso de lucha contra el fracaso educativo en zonas urbanas desfavorecidas (dando continuidad a prioridades políticas del gobierno de Hollande).
El suyo se ha caracterizado como un “liberalismo igualitario”. Supuestamente se inspiraría en grandes pensadores sobre la desigualdad como John Rawls o Amartya Sen. Posiblemente se trate de una caracterización exagerada, en que se pasa por alto la prioridad otorgada por estos pensadores a principios abstractos de justicia social frente a planteamientos más prosaicos de Macron para favorecer la igualdad de oportunidades en una carrera vital que se pretende competitiva, eliminando las trabas que se interponen en el camino de los más desfavorecidos, pero sin cuestionar nunca la distribución asimétrica de recompensas por méritos y la magnitud de las posibles desigualdades de resultados que produce esta competición meritocrática.
Sea como sea, aunque hayan sido perfiladas de forma idiosincrática para marcar distancias con otros discursos políticos progresistas, la pobreza y la desigualdad aparecen en el frontispicio de los programas socioliberales de Blair o Macron.
En España, Ciudadanos dice inspirarse en estos programas. La presunta proximidad de Ciudadanos al socioliberalismo ha sido reiteradamente escenificada durante las semanas de campaña francesa, hasta el punto de provocar alguna situación embarazosa, como cuando el diputado europeo Javier Nart se refería a un presunto encuentro personal de Macron y Rivera, que éste mismo negaba unos minutos después en el mismo programa de televisión. Sorprende, sin embargo, la escasa atención que Ciudadanos ha prestado siempre a la pobreza y la desigualdad, y el poco empeño que está poniendo en ocuparse de estas cuestiones en sus negociaciones políticas con el gobierno del Partido Popular.
El interés de Ciudadanos en corregir el acrecentamiento de las brechas sociales durante la crisis es prácticamente nulo, y su atención a la vulnerabilidad económica se limita a la llamada pobreza laboral, que es una supuesta “pobreza” de lo que llaman “clase media trabajadora”, cuyos sueldos no considera dignos. De ella se ocupa la rebaja fiscal que Ciudadanos ha conseguido incluir en el proyecto de presupuesto de 2018. A pesar del empeño en señalar que los beneficiarios van a ser las rentas más bajas, la propuesta se dirige a un segmento de trabajadores cuyos ingresos les sitúan cerca de las decilas centrales de la distribución de rentas. Para quienes se sitúen por debajo de este umbral, Ciudadanos solo tiene previsto un cheque de formación, que supuestamente va a contribuir a activar al millón y medio de personas que se encuentran en situación de desempleo durante dos años o más, muchos de los cuales viven en hogares sin ingresos. Ni la lucha contra la pobreza infantil (a la que Blair otorgo una prioridad absoluta), ni la atención a los desempleados sin cobertura a través de un seguro de desempleo universal (promesa estrella de Macron) conmueven a Ciudadanos.
¿Es el socioliberalismo el oasis que andan buscando los socialdemócratas de corazón en su travesía por el desierto? Difícil dar una respuesta concluyente. El balance de la trayectoria de los partidos socialdemócratas que se arrimaron al socioliberalismo es mixto. Posiblemente haya tantos socioliberalismos como partidos que apostaron por esta estrategia, y por tanto muchas valoraciones posibles. Lo que parece aconsejable en época de sed y carestía es tener cuidado con los espejismos que se insinúan engañosamente en el aire tórrido del desierto.