Y el coche sustituyó a la estelada
“¿Quién defiende la independencia de Catalunya en este debate?, se quejaba el martes en un tuit el expresidente de la Generalitat Quim Torra durante las intervenciones de los candidatos de Barcelona en TV-3. Los coches, la vivienda y la seguridad han sustituido a las banderas en esta campaña, algo que no sucedió hace cuatro años. Hay más procés en Madrid que en Catalunya. No es ni una crítica ni un lamento. Solo una pura descripción.
Algunos dirigentes de Junts como Laura Borràs han intentado introducir el factor independentista en sus mítines para desgastar a ERC mientras Oriol Junqueras apela al electorado secesionista de los municipios metropolitanos para evitar que se “pierdan” votos, en alusión a la limitada presencia de lo posconvergentes en unos consistorios en los que el PSC sigue siendo hegemónico desde hace décadas.
La campaña de Xavier Trias en Barcelona es el mejor ejemplo de cómo la estelada ha desaparecido no solo de los mítines sino también de los discursos. Puestos a borrar incluso ha eliminado las siglas de Junts, y cuando se le pregunta si es el candidato de esta formación responde que no con el argumento de que no solo representa a esta formación sino también a otras.
Su discurso y el del aspirante socialista, Jaume Collboni, son más que parecidos en las propuestas económicas. No porque lo diga ningún adversario sino porque lo explica el propio Trias, quien en esta campaña, para bien y para mal a efectos de sus intereses electorales, es el alcaldable que más sinceramente responde a las preguntas.
Trias y Collboni defienden el uso del coche con un mensaje que recuerda a los discursos retardistas o la ampliación del aeropuerto de El Prat sin plantear ninguna duda pese a que la propia Comisión Europea ha alertado de que implicaría un coste medioambiental inasumible. En resumen, que lo que el coche une no lo separe una bandera.
El mejor situado, tanto si llega primero como si no, para ser el próximo alcalde de Barcelona es Collboni y en sus filas no se esconde ya una cierta euforia. La marca PSC está fuerte. Pedro Sánchez, a diferencia de lo que puede pasar en otros territorios, puntúa a favor en Catalunya y Barcelona. Tras el 28M, Collboni puede tener aliados tanto a izquierda como a derecha. Esa es una diferencia clave respecto a Ada Colau.
Los comuns no solo no reniegan de la alianza de izquierdas sino que es su única apuesta (tampoco es que tengan donde escoger). Los socialistas lo saben y eso abarata el coste de cualquier nueva coalición de gobierno con ellos. Pero, además, el PSC puede pactar sin ningún problema con Junts. Ya gobiernan muy cómodamente en la Diputación de Barcelona y cada vez que les conviene se unen en el Parlament para debilitar al Govern de ERC. Algunos verán en sus movimientos un ejercicio de pragmatismo, otros lo considerarán pura hipocresía y habrá quien concluya que es por estrategias como estas que el PSC ha demostrado que es el que mejor sabe sobrevivir.
Los socialistas catalanes pueden presentarse como un partido de izquierdas mientras con una mano se quedan con una parte no menor del voto de Ciudadanos (especialmente en las autonómicas) y con la otra pactan con el Junts de Puigdemont o llegado el caso con el de Trias. Si algo tiene claro el PSC, el de Salvador Illa, el de Miquel Iceta o el de los alcaldes del cinturón rojo metropolitano, es que una vez tienes el poder lo importante es mantenerlo.
En 2019, Colau repitió como alcaldesa cuando ya había felicitado a Ernest Maragall por haber ganado y contaba con que su sustituto sería el republicano porque en la sede del PSC, calculadora en mano, orquestaron la operación Manuel Valls. Fue el día en que los comuns alcanzaron la mayoría de edad política, esa en la que los principios siempre pueden cambiarse por otros.
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