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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Compi yoguis forever de la muerte

En su famoso chat con López Madrid –valientemente desvelado por eldiario.es– sostiene el rey Felipe VI que “y tanto” que España es un país difícil. Se equivoca. Solo en país muy fácil alguien con semejante percepción de su reino podría llegar a Rey y alguien como Letizia podría haber acabado coronada como Reina. Y definitivamente únicamente en un país extremadamente facilón alguien como Rafael Catalá podía soñar siquiera con ser nombrado ministro de Justicia, o de lo que fuera.

No sólo no somos un país difícil. La verdad es que resultamos un país de baratillo. Basta con comprobar el silencio perruno con que la mayoría de medios de comunicación y partidos han corrido a proteger a una Casa Real que ni lo merece, ni se lo ha ganado, ni resulta especialmente útil.

Pocos años después de Botsuana y la abdicación, la corona vuelve a convertirse en el símbolo de cuanto nos ha traído hasta aquí: dos herederos que están donde están por su pertenencia a una familia se jalean y animan entre sí por la inconveniencia de una justicia y una opinión pública que demanda responsabilidad en quienes ocupan cargos y puestos públicos.

España es así. Una élite corrupta e irresponsable convencida de que España es su finca y pueden tomar cuanto quieran y cuando quieran porque el mérito lo da la cuna y a la falta de escrúpulos se le llama capacidad. Los españoles solo son súbditos ante quienes no tienen por qué dar explicaciones y la justicia se reduce a algo que se aplica exclusivamente a los plebeyos y con implacable dureza.

Dice la Casa Real que no ofrece explicaciones sobre la vida privada de los monarcas. Cuando el mismo rey que jamás ha dicho una palabra en favor de los preferentistas estafados escribe palabras de ánimo para su coleguita imputado por pulirse 35.000 euros en tarjetas black no estamos ante un asunto privado. Estamos ante un rey que no hace su trabajo, ignora cuál es su responsabilidad y debería pagar por ello.

Cuando la reina llama “mierda” a un medio de comunicación y escribe que su amistad está por encima de cualquier otra “merde”, no estamos únicamente ante alguien que destroza el castellano en privado. Estamos ante una reina que se cree por encima del resto y no entiende qué implica disfrutar de semejante poder y privilegio, ni las responsabilidades públicas y privadas que ello conlleva y exige.

Cuando la Casa Real mantiene su amistad con un individuo cuyo único mérito conocido en la vida se resume en ser pariente de Villar Mir, el constructor favorito del PP y del Rey Juan Carlos I, a pesar de hallarse imputado por las tarjetas Black y en la financiación ilegal del PP no estamos ante un asunto privado. Estamos ante amistades y relaciones que cualquier otro cargo público no podría permitirse y mucho menos evitar explicar.

Sostienen los monárquicos en defensa de la institución que la monarquía cumple una función como un símbolo de unidad, un ejemplo de conducta y un elemento de estabilidad. En España hace tiempo que más bien representa un símbolo de decadencia, un ejemplo de sordidez y un elemento de profunda inestabilidad.