Anda el partido del Gobierno un tanto aturdido tras el batacazo electoral en Catalunya. Mientras se aclaran y depuran responsabilidades, “o no” (que diría Rajoy), cuentan que Fernández Díaz ha arengado a los suyos encomendándose a San Ignacio de Loyola. Rafael Hernando, a lo suyo, está en cosas más mundanas. Ya nos advirtió del peligro de los bots rusos y ahora insiste en exigir medidas de control en las redes sociales “contra el anonimato”. Hay quien le ha respondido que en esa red ya hay bastante control y que debería preocuparse más por otras redes y otras cuentas.
De las relacionadas con la corrupción no nos falta la ración de cada día, pero hoy hablaré de raciones directamente relacionadas con las cosas del comer. Y es que, mientras Fernández se encomienda al santo, Rajoy ha echado mano de la ministra que afirma gobernar con la ayuda de la virgen. Fátima Báñez le ha preparado a Mariano un cambio de imagen para intentar que parezca más majo, más dialogante y manejándose en la centralidad del tablero. Si algunos le reprochan al presidente la falta de negociación en Catalunya, Rajoy Brey ha reunido a los sindicatos y a la patronal y ha comparado la situación nada menos que con los Pactos de La Moncloa de 1977. Aquellos que fueron decisivos cuando España salía de la dictadura.
No quiero pasar por alto este momento. No en vano, el presidente del Gobierno ha proclamado que es “histórico”. Rajoy arrancaba hablando de la crisis económica en pasado, se refería a “esa crisis que padecimos”, como si en este país no abundaran aún los parados y los precarios, y daba el gran titular: “El Gobierno sube el salario mínimo a 850 euros”. Es muy pintón, aunque luego venga con letra pequeña. A esa cifra se llegará en 2020, previsible año electoral, y con dos condiciones: que la economía crezca por encima del 2,5% anual y que se creen al menos 450.000 empleos cada año.
Pero qué bueno es el presidente en el Telediario, que nos sube los sueldos en Navidad, como si fuera el aguinaldo. Aunque, a día de hoy, el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y la OCDE pronostiquen que esos condicionantes no se cumplirían. Como mucho, solo el año que viene. Y no tiene por qué aplicarse a los convenios. Luego, ya veremos. Que el salario mínimo suba el 5% en 2019 y el 10% en 2020 está por ver. Ojalá. Lo que sí les garantizo es que los salarios del Gobierno ni están, ni han estado, a expensas de tales condicionantes.
Quedaremos lejos, en todo caso, del salario mínimo recomendado por la Carta Social Europea. La Confederación de Sindicatos europeos recordaba que España debería llegarse a los 1.146 euros para salir del umbral de sueldos mínimos basura. Claro que, para eso, la subida debiera ser superior al 60%. Tampoco estaremos -ni lo sueñen- en los 1.500 euros que tiene la vecina Francia. Entretanto, convendría estar siempre atentos a la letra pequeña de los pactos que nos anuncian a bombo y platillo, con los condicionantes que acarrean. Del mismo modo que debemos desconfiar de la excesiva complacencia de quienes proclaman los empleos que se crean, olvidando los que se destruyen. Máxime si suele ocurrir que los nuevos contratos son de peor calidad que los que había.
Que algo es algo si sube el salario mínimo, de acuerdo, pero afrontar seriamente la realidad de un país con casi un 28% de la población en riesgo de pobreza o exclusión social exige otras cosas. Aborden en serio el modelo actual de temporalidad, que crea trabajadores de usar y tirar. Más del 90% de los nuevos contratos son temporales. La temporalidad en la contratación ha aumentado un 60% desde el inicio de la crisis. El contrato indefinido y a tiempo completo parece una especie en extinción. El encadenamiento de empleos es el día a día para muchos españoles incapaces de asentar un proyecto de vida.
En definitiva, mientras el partido del Gobierno intenta no perder el pulso tras la debacle catalana, esperemos que la foto de Rajoy recordando “los pactos de la Moncloa” no quede en un tocomocho. Que bastante timo han sufrido ya todos los que están pagando la crisis con la devaluación del mercado de trabajo. Se bajan los sueldos, se meten más horas que la firmadas, se trabaja en negro, te obligan a hacerte falso autónomo, se encadenan becas y contratos de prácticas… Nada de eso dice el acuerdo “de la crisis que padecimos” y no tuvieron letra pequeña las reformas laborales sufridas, que abaratan el despido, crean más trabajadores indefensos sin convenio colectivo y aumentan, en definitiva, el precariado. ¿O acaso no es la precariedad una red en la que siguen atrapando a millones de españoles? Aquí quiero ver a Rafael Hernando con sus medidas de control.