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El coronavirus que agrava una sociedad infantilizada

1 de diciembre de 2020 22:41 h

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Casi 9.200 muertos por COVID-19 en noviembre, 300 diarios de media. Es el segundo mes con más víctimas desde abril, el pico de la pandemia en España que registró casi 15.000 fallecimientos. Son más del doble que en octubre, que se cerró con 4.050. En cuanto a contagios, cumplimos a finales de octubre con Francia un millón de casos confirmados, ellos ya superan con creces los dos millones, pero España ha añadido más de medio millón en noviembre: sobrepasan el 1.600.000. Según datos de la Johns Hopkins University.  Pero como se nota ya “un aplanamiento de la curva” además de otros “aplanamientos”, algunas zonas y países reducen las restricciones. Y un número notable de individuos se echan a la calle a comprar y ver lucecitas de colores. En algunas ciudades formando la bandera rojigualda de España. Tenemos un problema, muy serio.

Las vacunas llegan ya, pero el coronavirus sigue entre nosotros enfermando, matando y destruyendo la economía. Y la forma racional de afrontarlo es con restricciones que eviten los contagios. Es verdaderamente irritante ver la exaltación de las compras y de las Navidades en los medios, de los bares y restaurantes; a esas personas que atestan las calles de algunas ciudades y las declaraciones de políticos tan irresponsables o más, dada su condición de gestores de comunidades humanas.

De nuevo Madrid se lleva el Oscar a la insensatez trufada de intereses muy particulares. Empeñados sus dirigentes en ser la Comunidad-Estado que confronte entre iguales –sin serlo-  con el Gobierno de España, no dejan de buscar hueco para su promoción y sus objetivos. Ayuso ha acaparado las noticias inaugurando un hospital sin médicos ni pacientes, que nos ha costado 100 millones de euros, duplicando el presupuesto inicial, cuando pudo con mucho menos dinero dotar de medios a los hospitales existentes. Salvar vidas más que la economía de las grandes constructoras. Los medios afines han comprado la propaganda, tal como les llega de la sede de la Comunidad. Para TVE en su telediario las críticas son “de la izquierda” en lugar de ir, ver lo que pasa y contarlo, que hasta por las imágenes se ve, e incluso por el show que han montado los dirigentes del PP presidiendo el acto. Resulta que el Hospital de Ayuso –que así quedará para la historia- no tiene ni quirófanos y aspira a ser el que albergue a las potenciales víctimas de supuestos accidentes de aviación. Alucinante.

¿Cómo ciudadanos normales pueden avalar esto y gran parte de la prensa darlo por bueno, y apoyar la imprudencia dolosa de dirigentes que no se rigen por el bien común, sino el de sectores concretos? Una explicación adicional a las afinidades ideológicas o comerciales puede estar en los sketches que montan: dan vidilla a los medios. La audiencia aumenta el share y los lleva a TT. Porque desde luego tiene más éxito lo escandaloso y banal que los asuntos con contenido.

Ya saben, Ayuso ve estúpidos por todas partes menos cuando se mira al espejo, que ya es tara. Almeida, el alcalde, se multiplica. Como su colega, dice que estaba todo controlado, que muchos iban a ver también la iluminación navideña o compara las aglomeraciones en Madrid con las “manifestaciones de la izquierda” por la Sanidad Pública, en incalificable actitud. Aguado, el vicepresidente de la Comunidad, declara, según informa La Sexta: “Yo prefiero que la gente esté en la calle a que esté en casa que es donde se contagia”. Los expertos dicen exactamente lo contrario. ¿Cómo llega una sociedad a tener esos dirigentes y otros similares? Ése es el meollo de la cuestión. Quizás por el inmenso parecido que tienen unos y otros.

En el “nuevo periodismo” las informaciones se nutren de ciudadanos que pasan por la calle y opinan, sobre todo en las televisiones. Sin el menor rigor demoscópico. Pero nos sirven para oír: “Es que estamos cansados de la pandemia”. ¿Y si te hubiera tocado un cáncer? Pues es que lo que te ha tocado es un virus que ha llegado a ser letal y con alta incidencia de contagios respecto a otros. Lo peor no es lo que hacen los irresponsables, es su potencial destructor para otras personas. Ciudadanos y personal sanitario.

Hay gente que todavía no sale de casa, que aún no ha abrazado a sus nietos entre los abuelos que ha dejado vivos la masacre de los ancianos cuando el sistema prioriza los activos sobre los jubilados. Claro que hay cansancio, y ansiedad, y se incrementa con los estúpidos, los insolidarios, los políticos que no tienen otro objetivo que amarrar su silla y tumbar la del enemigo y los periodistas que trabajan con y para ellos.

Lo vimos al principio en aquel marzo que desató el pánico y les dio por vaciar las estanterías, especialmente de papel higiénico. Por “no perder el verano”, perdimos otoño e invierno de momento y tampoco se salvó el verano. Y estamos ya repitiendo la hazaña con diciembre. Es suicida. Hay muchos más trabajadores afectados que los de la restauración: multitud de autónomos, la cultura, muchos a los que no alcanzan las medidas que sí ha puesto en marcha este Gobierno. Fue un daño inesperado que habrá que ir reparando y mucho mejor con el consenso y el trabajo de todos.

La pandemia es mundial, el destrozo en vidas y economías, evidente, brutal, palpable. Más grave la recesión en los países que aplicaron duras políticas neoliberales, como Argentina o España dice la OCDE entre los países desarrollados, aunque recuperable en otras circunstancias. 63 millones de contagios, casi un millón y medio de muertos: como decenas de bombas que han dejado en pie el decorado de calles, edificios, campos, montañas, ríos y mares. La población que necesita ayuda humanitaria ha aumentado un 40% con la pandemia, ¡un 40%! 235 millones de personas. Pero las bolsas suben, el IBEX registró el lunes la mayor subida de la historia pensando en las vacunas que llegan y que pueden dar un cambio radical a la situación. Pero todavía no están y 300 muertos al día de media es una cifra absolutamente insoportable.

Otro objeto de controversia, las vacunas, para la población irracional. Llenos de miedos y odios también se dejan invadir, con riesgo de su vida y de las de otras personas. Las vacunas llevan dos siglos salvando vidas.

El problema afecta al mundo entero y hace falta tener el cerebro prácticamente licuado para tragarse los bulos y acusaciones insidiosas que lanzan medios y políticos de la oposición a los gobiernos que, en el mundo entero, buscan honestamente salir, todos, lo mejor parados de la situación. Los Bolsonaro persisten en su delirio, como los millones de votantes del Trump derrotado. Quienes en España se aferran a la deriva de los políticos dañinos están en el mismo barco, el que entorpece soluciones.

La labor de ciertos medios termina siendo eficaz por su insistencia. El Gobierno de coalición suma ya 189 diputados a los presupuestos generales del Estado que ha elaborada, 13 más de la mayoría absoluta y 22 más que en la investidura. El clima de inestabilidad que reflejan gran parte de los medios, ¿se corresponde con la realidad? Son los Presupuestos más sociales de la historia de nuestro país ¿tiene motivos el grueso de la población, que se beneficia, de experimentar el rechazo que al que le inducen? ¿Qué memez es esa de que cada vez suman más los enemigos de España como equiparando España a su labor de involución, cuando no de robo y manipulación… a los españoles?

Un virus se extiende en pandemia mundial. Los daños son sobrecogedores. Se arbitran medidas de apoyo en muchos países y a nivel global. Llegan las vacunas como tratamiento, con todas las variables que puedan incidir sobre su alcance. Hay una meta a la que dirigirse. La sociedad mundial se ha encontrado con un reto mayúsculo cuando más debilitada estaba, en proporciones significativas, por la comodidad, la frivolidad, el egoísmo que no mira a los desfavorecidos que había y hay, por la puerilidad. Y, víctimas de intereses espurios, se dejan utilizar como pocas veces en la historia y disponiendo de mucha más información.

En la Edad Media había antivacunas que creían que la pandemia se arreglaba matando gatos, que eran precisamente los que se comían a las ratas que extendían los virus. Los obtusos de hoy obran de forma muy parecida. Más aún, a veces da la sensación de que son quienes las alimentan surtiéndoles de sus quesos favoritos.