Todo apunta a que las elecciones de este año constituyen un paso significativo en la gestación de un nuevo ciclo político que se inauguró con el 15-M de 2011. La voracidad de las elites económicas y la torpeza de los políticos al romper el pacto social ha activado energías ciudadanas muy potentes que parecen dispuestas a “tomar las instituciones” para cambiar un escenario marcado por la descomposición democrática, la corrupción económica y el aumento de la desigualdad.
Las ciudadanías movilizadas, a partir de nuevas fuerzas políticas y plataformas electorales como Podemos, Ciudadanos, Barcelona en Comú, Ahora Madrid y otras, apuestan hoy claramente por la regeneración política y la recuperación del bienestar social en torno a la satisfacción pública de las necesidades básicas, cuestiones sobre las que centran con fuerza su ofensiva electoral. Sus programas, sin embargo, son más débiles a la hora de cuestionar las lógicas socioeconómicas y de plantear el desbordamiento general de los ecosistemas que soportan la vida y, muy especialmente, en lo referente al binomio energía-cambio climático.
Centrándonos en la crisis ecológica y su impacto para la humanidad, lo cierto es que los mensajes de las instituciones científicas más reconocidas urgen a afrontar el tema con decisión: en 2011, veinticinco Premios Nobel advertían en Estocolmo que “estamos transgrediendo los límites planetarios… y que el tiempo para las dilaciones ha terminado”, y los expertos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas reafirmaban el año pasado, en su Quinto Informe de Evaluación, que “la contención del cambio climático pasa por un giro copernicano a nivel tecnológico, institucional y humano de inicio inmediato”.
En Europa, el mensaje es el mismo: la Agencia Europea de Medioambiente insistía hace unas semanas en que “la UE va a necesitar políticas nuevas y mucho más ambiciosas si quiere conseguir sus objetivos medioambientales en 2050”; y en nuestro país, siete mil académicos, científicos, profesionales y ciudadanos firmaban el manifiesto “Última llamada” para reclamar la necesidad de actuar de forma decisiva e inmediata.
Por otra parte, el último número de la Revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global dedicado a municipios y participación ciudadana, insiste en sus páginas en que cualquier proyecto de reequilibrio ecológico pasa por la acción proactiva de ciudades y ciudadanías. Por tanto, surgen preguntas que no podemos evitar. ¿No sería más oportuno aprovechar las próximas elecciones para empezar a reconstruir una cultura política capaz de afrontar el conjunto de los retos, incluido el ecológico, que el próximo futuro depara al país? El hecho cierto de que la sociedad española, desinformada al respecto, no considera prioritaria esta cuestión, ¿justifica que se eluda la crisis global ecológica del debate electoral?
Es más, ¿acaso no se trata de una problemática que, bien enmarcada, sería capaz de movilizar a mayorías sociales, tal y como se manifestaba en diversas ciudades del mundo en septiembre del año pasado en torno al cambio climático? Si la hoja de ruta de la Agencia Europea de Medio Ambiente propone más de 10 billones de euros en los próximos decenios para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, con la correspondiente creación de puestos de trabajo, ¿no es un tema clave e incluso una oportunidad para afrontar la actual situación de crisis?
Más allá del drama de fondo, deberíamos ser conscientes de que afrontamos un auténtico cambio de época, convertir las amenazas reales en desafíos y oportunidades, y ser capaces de convocar a la ciudadanía a reconstruir un pacto social de mayorías para abordar un ambicioso proyecto de renacimiento, a nivel nacional y europeo, en torno a una sociedad más democrática, sobria, solidaria, justa y ecológicamente sostenible.
Tal y como recordaba hace unos días la exministra de Medio Ambiente Cristina Narbona, formamos parte de las primeras generaciones que hemos comprendido la extraordinaria dimensión del reto ecológico, y todo indica que podemos ser la última que tiene la posibilidad de afrontarlo para evitar un auténtico drama humano. Seamos conscientes del momento que nos ha tocado vivir y dejemos de mirar hacia otro lado cuando pensamos y decidimos sobre nuestras ciudades y pueblos.