El adelanto de las elecciones catalanas a septiembre, el viaje de Rajoy a Grecia, el acuerdo entre el PP y el PSOE para apoyar un paquete de medidas antiterroristas, el anuncio del fin del copago farmacéutico, los rumores de una disolución anticipada del parlamento andaluz… Aunque cada una de estas noticias de los últimos días, particularmente la catalana, tiene su propia razón de ser y su autonomía, todas terminan por inscribirse en la campaña electoral que domina hasta el último resquicio de la vida política española. De ahí el interés en vislumbrar a cuál de los partidos contendientes tienden a beneficiar, o a perjudicar, unas y otras. Aunque sólo sea provisionalmente, que muy pronto pueden ocurrir nuevas cosas que obliguen a modificar el vaticinio.
Empezando por las elecciones catalanas, da la impresión de que a Rajoy le ha gustado que Esquerra no se haya salido con la suya y que no se celebren en marzo, como pedían los republicanos. Porque el PP se evita así afrontar las municipales y autonómicas tras un batacazo formidable de sus correligionarios en Cataluña, que prevén todos los sondeos y que le habría hecho daño en las urnas del resto de España. Por otra parte, la lectura oficial que La Moncloa ha hecho de la decisión de Artur Mas gira en torno a la idea de que ésta supone el fracaso del proyecto de avanzar rápidamente hacia la independencia. Los cronistas del PP no han tardado mucho en repetir hasta el aburrimiento ese mensaje.
Que seguramente es falso. Porque tras las elecciones de septiembre, y con un nuevo reparto de fuerzas, esa marea puede perfectamente volver a ponerse en marcha. Pero que va a servir a Rajoy para vender que su firmeza en la materia, su negativa a conceder nada a Mas, ha triunfado. Y no va a dejar de decirlo de aquí a que se celebren las municipales y autonómicas.
Las tornas se vuelven en el caso del PSOE. Porque ahora van a ser los socialistas los que tengan que cargar con el baldón de un fracaso rotundo en Cataluña, que si no surgen inesperadas dinámicas que contradigan el signo de los sondeos, se producirá sólo dos o tres meses antes de las generales. Por otra parte, y si los pronósticos demoscópicos se cumplen, y no cambian tras las municipales y autonómicas, las elecciones catalanas podrían ser un buen trampolín de lanzamiento de las aspiraciones de Podemos en las generales.
El viaje de Rajoy a Grecia no es un hecho decisivo, pero sí puede dar pie a algunas interpretaciones. Primero, hace pensar que, al menos en terreno político, no es tan cierto lo de que “España no es Grecia” y, por tanto, que las inquietudes de la derecha no son muy distintas en ambos países. Segundo, compromete no poco a nuestro presidente: Porque si Samaras pierde las elecciones, también Rajoy habrá perdido un poco. Tercero, plantea el interrogante de si en estos momentos no había otro gobernante menos tocado en su propio país que estuviera dispuesto acudir en ayuda de sus correligionarios griegos. ¿Tanto han caído las esperanzas en la posibilidad de derrotar a Siriza?
En todo caso, lo que parece bastante claro es que los resultados griegos van a influir en el panorama español. Si Alexis Tsipras pierde o si, luego, no puede formar gobierno y hay que convocar nuevas elecciones, el PP aplaudirá con fuerza y esa derrota se convertirá en punto importante de su campaña electoral. Si ocurre lo contrario, Podemos podrá contar con una baza muy útil para la suya.
Con respecto al acuerdo PP-PSOE en materia de medidas antiterroristas, cabe decir, ante todo, que la iniciativa responde, sobre todo, a intereses políticos en clave interna. Como ocurre con buena parte del contenido de los paquetes que en ese mismo sentido se han aprobado o anunciado en distintos países europeos, empezando por Francia. Lo que todos ellos pretenden es transmitir a los sectores más moderados del electorado que sus gobiernos se mantienen firmes frente al terrorismo o que están dispuestos a lo que sean para combatirlo. En el caso de Hollande o de Cameron, ese mensaje está destinado a callar la boca a sus respectivas ultraderechas. En el de Rajoy, a consolidar lo máximo posible el voto el sector más conservador del PP. Que si vuelve a votarle en masa le puede dar la victoria en las generales, aunque fuera sin la mayoría absoluta.
Lo que no está claro es qué provecho puede sacar el PSOE de ese acuerdo. Seguramente lo único que consigue es que el PP no se lance a denunciarlo por irresponsable. Eso podría haberle costado votos en las franjas más moderadas de su electorado. Por el contrario, no parece que su gesto vaya a entusiasmar a aquellos votantes socialistas que han dado o pueden dar la espalda al partido porque creen que el PP y el PSOE están en el mismo barco.
El anuncio del fin del copago farmacéutico que ha hecho el ministro Alonso no sería un hecho muy relevante salvo porque indica que el PP está dispuesto a hacer lo que sea a fin de caer simpático a su electorado potencial. Las rebajas fiscales de su colega Montoro van en esa misma dirección. Y cabe suponer que habrá más novedades de índole similar. El Boletín Oficial del Estado da para mucho en una campaña. Y a la oposición, particularmente al PSOE, le queda ahí muy poco terreno de maniobra, salvo el de denunciar el electoralismo de una u otra medida, lo cual no suele dar para mucho.
Por último, poco se puede decir sobre el adelanto electoral andaluz porque Susana Díaz ha rechazado esa posibilidad. Pero el asunto podría reabrirse, y hasta en breve, por culpa de la confusa pero intensa batalla interna que vive IU. Una guerra intestina que debe estar contribuyendo no poco a la caída que IU sufre en los sondeos. Y que podría llegar a un punto a partir del cual la organización podría partirse.
En definitiva y resumiendo mucho la crónica política de las últimas dos semanas, que el PP está jugando sus bazas. Que Podemos no está sufriendo ningún nuevo accidente de recorrido e, incluso, que las cosas no le están yendo mal. Y que, en cambio, el PSOE no sale muy bien parado de los últimos acontecimientos.