Crónica de un pueblo y de su agenda informativa
Imaginad un pueblecito de mil habitantes. El debate político y social gira en torno a los problemas locales que más les afectan: el urbanismo, el funcionamiento de su centro de salud, el estado del alcantarillado, la próxima construcción de un centro de la tercera edad, la rehabilitación de la biblioteca, la reforma del parque infantil o la contratación de un nuevo policía municipal.
Sin embargo, un buen día, a las tres de la mañana, un vecino borracho tras cuatro o cinco gintonics, desde la barra de la discoteca insulta al alcalde porque no le deja techar el corral o dice que habría que pegarle un tiro al maestro porque suspendió a su hijo. Por supuesto, nadie le toma en serio o quizás le responde otro vecino, igual de borracho, diciendo que el cura es un “maricón”. Lo habitual y lógico es que, al día siguiente nadie se acuerde de estos comentarios, la vida sigue igual, los temas que preocupan seguirán siendo, como es lógico y sensato, los primeros que señalamos. Creo que esta es una escena que, a buen seguro, se produce todas las semanas en cientos de pueblos de España.
El problema surge si, tras las declaraciones del primer borracho, un vecino las denuncia en el cuartel de la Guardia Civil. No se puede tolerar que se insulte al alcalde o se amenace de muerte al maestro. El boletín municipal de noticias, ni siquiera llega a ser periódico, informa profusamente del asunto porque suelen difundir todas las denuncias que se registran en el cuartel, el cronista habitual dedica al tema el editorial.
Por su parte, el partido del alcalde lleva el asunto al Pleno municipal, quiere que el resto de los partidos condene esos insultos contra el alcalde. Igualmente, el sindicato de los maestros elabora un manifiesto de apoyo al amenazado.
No termina aquí el asunto. La cofradía del pueblo pide que se sancione al vecino que ha llamado “maricón” al cura y califica el hecho de ofensa a los sentimientos religiosos. Por su parte, la asociación LGTB del pueblo ha pedido que el Pleno apruebe una moción de condena a la homofobia por recurrir al término “maricón” para referirse al sacerdote.
El juez de paz ha citado al vecino que dijo, cuando estaba borracho, que iba a pegarle un tiro al maestro. No se sabe qué ha declarado pero por el pueblo circulan todo tipo de comentarios y versiones.
Dos días después, el nombre del vecino que insultó al alcalde aparece escrito en la pared de la verbena en el centro de una diana, lo que genera una nueva denuncia en el cuartel por amenazas. En las redes sociales el asunto está que arde, el Facebook del Ayuntamiento está saturado de comentarios de todo tipo, indignación de unos, apoyo de otros. Un funcionario debe dedicar una hora al día a borrar insultos del muro.
Ni que decir tiene que el debate y las discusiones entre los vecinos están centradas en estos asuntos. La rehabilitación de la biblioteca se ha parado porque no pudo debatirse en el Pleno municipal, ocupado con estos nuevos temas. El alcalde ha considerado que el ambiente está muy crispado para contratar ahora a otro policía municipal, lo que podría interpretarse como una debilidad del ayuntamiento ante las amenazas físicas. El gobierno municipal ha decidido aplazar la construcción del centro de mayores al percibir que la demanda social ha disminuido al centrarse en el debate sobre las amenazas e insultos al alcalde, maestro y el cura. Hasta parece que, con tanta discusión, la gente ya no se queja del fétido olor que desprendía el alcantarillado y que se iba a reformar.
Ahora solo nos resta una duda. ¿Y si a alguien le interesaba que la famosa discusión de los borrachos del bar se produjera solo para que todo esto sucediera?
Bienvenidos a la nueva sociedad de la información del siglo XXI y la forma en que esta nueva sociedad dirige la agenda de los asuntos en los que nos ocupamos.
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