La cruzada mojigata contra la mandanga

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“(...) 'cause everybody quiere la mandanga como El Fary”. Saske, Mario Santoro, 'Algo que decir', 2020

El listón lo puso Aznar por los cielos cuando dijo, refiriéndose a la DGT, en la entrega de premios de una bodega en 2007, que: “¿Quién te ha dicho a ti [repito, a la DGT] las copas de vino que tengo o no tengo que beber?, déjame que las beba tranquilo”. Podría parecer una conversación entre un sacerdote y su sacristán, pero no. En el PP tienen una capacidad muy genuina para defender posiciones legítimas desde la más mezquina de las perspectivas. Dice Ignacio Dancausa, líder de las Nuevas Generaciones de los populares, que “ya está bien normalizar las drogas blandas”, y yo lo secundo. Cómo no iba a hacerlo, con los dilemas tan simplistas que propone.

Hay que tener cuajo, pachorra y el rostro como una losa de wolframio para decir esto tres meses después de anunciar unas negociaciones para que te inviten a chupitos en un reservado gracias al carné del partido. A mí, ese cambio de opinión, me lleva a pensar que alguien ha tenido una resaca de las de desayunar en la UCI, aunque en realidad Dancausa no hablaba del alcohol, precisamente, sino de la marihuana. 

Todos conocemos los efectos secundarios del consumo de cannabis: problemas con la memoria a corto plazo, con el sueño, la ansiedad, una pequeña pero escalofriante probabilidad de desencadenar un episodio psicótico… y también te puede producir un bajón de azúcar que se soluciona con un colacao, pero esa es otra historia. No estoy aquí para posicionarme sistemáticamente en contra de lo que pueda decirse desde el PP, pero me ha llamado mucho la atención el cómo han dirigido el foco a una sustancia que es prácticamente inocua en su consumo diario si la comparas con la inmensa mayoría de las drogas, empezando por el alcohol. Prueba a beberte media botella de orujo al día, a ver cuánto aguantas. Los de NNGG han pasado de firmar acuerdos de colaboración con “las mejores discotecas de Madrid” a firmarlas con, al parecer, la DEA. 

Aquí, de nuevo, brecha de clase. La diferencia entre un pobre y un rico en lo que a droga se refiere es que el pobre suele bajarse al parque a pillar y al rico se lo lleva el camello a su casa. Eso, y lo que se consume, claro. La marihuana cuesta alrededor de 5 euros el gramo –seguramente a un chaval de Maristas le cobren 15, pero esa es otra historia también– y la cocaína ronda los 60. Un mozo de almacén no tiene el mismo acceso a la droga que Beltrán Rodrigáñez de los Etcéteras. Por la razón que sea, de las cantidades industriales de analgésicos que tienen que tomar las kellys o las personas de la hostelería para soportar el dolor físico de sus trabajos precarios no se acuerdan nunca.

Que no os engañen: el problema con las drogas es el narcotráfico; apuntar a cualquier otra cuestión enarbolando la salud pública es demagogia pura. Cuando uno piensa en el lado oscuro de las drogas, lo primero que se le viene a la cabeza es El Chapo Guzmán, Pablo Escobar, la mara salvatrucha o Johnny Depp. Lo de poner a media policía nacional a investigar al Kike, ese chaval de tu barrio que vende posturitas de Moby Dick después de salir del curro, está guay para la foto en el periódico, pero arreglar, lo que es arreglar, pues no arreglas nada. Además, ¿qué ejemplo pretenden dar con el Rasputín de Valladolid pululando por ahí, si tiene el codo como un resorte de feria?

De la marihuana les ha faltado decir que sus miasmas y aromas luciferinos poco menos que invocan un Amanojaku. “Un ejemplo lo hemos visto en las últimas décadas… en los últimos años en Estados Unidos, como ha habido Estados en los que se ha legalizado la marihuana, lo que ellos llaman una droga blanda, y en muy poco tiempo, todos lo hemos visto (...) cómo están las calles allí”, dice, mientras aparecen imágenes de las calles de Filadelfia atestadas de adictos al fentanilo. Para droga zombi las cañas en una terracita que aceptaron muchos mientras el abuelo se asfixiaba en una residencia. 

De las fotos con narcotraficantes a las pachanguitas contra las drogas. Los ochenta vuelven fuertes. Y no es que estén necesariamente en contra de las drogas, sino que les sirve de gasolina para mantener vivas sus antorchas inquisidoras. Si el Fary viviese, pediría al PP que dejase a los chavales “camelar como ellos camelan” y estaría en contra de su cruzada mojigata contra la mandanga.