El filósofo francés Michel Onfray ha renunciado a publicar su nuevo libro, Penser l’islam, cuyo lanzamiento estaba previsto para el próximo enero. El autor de Tratado de ateología (2006) se ha visto en el centro de la diana mediática y en el tsunami de las redes sociales tras denunciar los bombardeos franceses en respuesta a los atentados yihadistas en París y preguntarse si no hay “cancilleres, diplomáticos, países con los que se pueda emprender otra cosa que no sea bombardear al Estado Islámico”.
En el libro que no saldrá publicado, Onfray analiza las “guerras colonialistas” iniciadas y promovidas por Occidente, y la “política islamófoba emprendida por Francia, siguiendo a la OTAN, a lo largo de los años”. En su cuenta de Twitter escribió: “Derecha e izquierda, que han sembrado internacionalmente la guerra contra el islam político, cosechan nacionalmente la guerra del islam”. Ha tenido que cerrarla.
El filósofo del llamado hedonismo ético, que ha culpado siempre a las religiones monoteístas de llenar el mundo de sufrimiento y pone ahora un necesario énfasis en la diferencia entre violencia y práctica privada de la religión coránica, se queda sin libro y sin Twitter. Su editorial ha explicado la decisión en un comunicado donde afirma que “en el contexto actual ya no es posible ningún debate sereno”. Onfray dice que en Twitter se llegó a la “histeria” contra él. “Volveré a mis estudios. Comentar los comentarios, eso no me interesa”, ha declarado.
Todo lo sucedido con Onfray nos cuenta algo, muy interesante y muy preocupante, sobre lo que nos está sucediendo, y que también podemos extrapolar a la España preelectoral. Si en Francia -el país del debate- el debate se ha vuelto imposible, qué podemos esperar de una España donde su presidente del Gobierno se niega a debatir con sus principales adversarios políticos. Rajoy no tiene hueco en la agenda para enfrentarse dialécticamente a los candidatos de las principales fuerzas políticas y para mostrarse, así, ante sus gobernados, pero sí para ir a la radio a comentar un partido de fútbol y a dar collejas a su hijo por impertinente. Fútbol y collejas, la quintaesencia cultural y educativa de tiempos preconstitucionales.
Rajoy también tendrá tiempo para jugar al fútbol con Bertín Osborne, que se ha convertido en el candidato de la televisión pública para grabar en el imaginario colectivo el prototipo del español que conviene a la ideología del Gobierno. No sabemos si su encuentro tendrá lugar en la presunta casa del cantante-presentador-playboy o en la mismísima Moncloa, donde vive el presidente que no acude a debates políticos, pero queda clara nuestra miseria política. (Pedro Sánchez ya fue a donde Bertín, y el espectáculo fue de desolación testosterónica: dos machitos jugando al ping-pong y haciendo risas cómplices sobre ligues y tías. La declaración política de mayor calado del candidato socialista fue que Esperanza Aguirre le había dicho una vez que tiene las piernas muy bonitas. Provocó una carcajada en el españolote modelo. Suponemos que con Rajoy hablará sobre las piernas de los futbolistas; de qué, si no).
A un espectáculo similar hemos asistido con la firma del pacto antiyihadista. Lejos, como pide el filósofo Onfray, de abrir un debate de Estado sobre la violencia yihadista; sobre todos sus motivos; sobre la manera de combatirla –si fuera posible la honestidad de tener en cuenta todos los factores (también los intereses políticos, geopolíticos y económicos de Francia, y el interesado cierre de filas de Alemania, Italia, Bélgica y el Reino Unido en apoyo a los bombardeos franceses)-; sobre las fuentes de financiación y venta de armas a ISIS; sobre si este país quiere apoyar la guerra de Hollande y por qué clama “no en nuestro nombre”; sobre las diferencias entre terrorismo y guerra; sobre las distintas formas de terrorismo; sobre el Trío de la Azores. Lejos de todo ello, se propone un pacto que pone en jaque derechos y libertades civiles y que daría carta blanca a intervenciones militares, sin aportar, como propone Podemos, herramientas para cortar la financiación internacional al ISIS y para coordinar de manera eficaz los servicios de inteligencia europeos.
Iglesias tiene razón cuando señala que ni el endurecimiento del Código Penal ni los bombardeos han disminuido la amenaza terrorista. Considera que es el momento de los estadistas, aquellos a los que Onfray hace su llamamiento. Este es el debate sereno que propone Onfray, y ni siquiera es posible en Francia, que fue el país de los debates. El filósofo dice que él solo es un ciudadano que quiere “poner las cosas en perspectiva” para “salvar la paz”. Un planteamiento que no puede ser más sensato y constructivo. Sin embargo, la respuesta que ha encontrado en Francia es una cerrazón y una histeria que solo alimentan a la ultraderecha y a la xenofobia, y que generará mayor frustración y mayor violencia.
Es paradójico que Onfray fuera acusado de islamófobo cuando publicó su Tratado de ateología y ahora sea acusado de defender al ISIS. Esa paradoja, esa incapacidad para poner las cosas en perspectiva, es la peligrosa pendiente por la que se está deslizando Europa. Jaleada por la histeria pandillera de las redes y propiciada por mandatarios, como Rajoy, que rechazan el debate. Aquí, el presidente del Gobierno tendría que estar explicando por qué Europa no avala sus Presupuestos y de dónde van a salir los 8.000 millones que faltan. Debería estar dando la cara sobre los recortes de las pensiones a los jubilados, víctimas propiciatorias de esos desajustes electoralistas. Debería estar hablando de paro, de pobreza, de trabajadores con salarios por debajo del 60% de la renta media, de una desigualdad solo equiparable en Europa a Letonia. De corrupción ni hablamos. Ni de paz: el vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado, lo considera “buenismo retrógrado”. No, Rajoy no debatirá sobre todo eso. Quedará con Bertín para jugar al fútbol. Frente a una cámara pública.