Pocos lugares tan apropiados como España para probar que Oscar Wilde tenía razón: el patriotismo suele ser la virtud que se arrogan los depravados. Llamar “policía patriótica” a la banda de chantajistas al mejor postor que, al parecer, tenía montada el comisario Villarejo y los suyos supone, en sí mismo, un acto de pura depravación. También, de paso, una manera de amortiguar la gravedad y el alcance del escándalo de corrupción policial que ha estallado en el corazón del Estado: a fin de cuentas, si era una policía tan mala no sería.
Durante décadas, en lo más profundo del Estado, con el apoyo, el reconocimiento y la cobertura de gobiernos socialistas y populares, el comisario Villarejo y su banda montaron presuntamente una red de espionaje, chantaje y calumnia que alquilaba sus servicios al mejor postor. Empleando gratis todas las estructuras de seguridad e información del Estado sirvieron a los intereses inconfesables de políticos, banqueros y periodistas. Todos se beneficiarían y todos hicieron negocio. Unos se libraron o dañaron a sus rivales, otros blindaron su poltrona y otros consiguieron audiencia y notoriedad. Es un hecho indiscutible que merece y exige limpiar y depurar las responsabilidades, como se dice ahora, sin complejos.
No todos han sufrido por igual el daño de la actividad criminal de esta delincuencia patriótica sumergida en las cloacas del Estado. Los principales damnificados se encuentran entre las filas de Podemos y el nacionalismo, a quienes se les ha aplicado sistemáticamente la presunción de culpabilidad y se han visto indefensos una y otra vez ante calumnias y mentiras, redifundidas una y otra vez en horario de máxima audiencia. Villarejo y los suyos le han resultado muy útiles al bipartidismo. Es otro hecho indiscutible. También exige clarificación.
La lista de responsabilidades pendientes y asuntos oscuros que, por pura higiene democrática, debe esclarecerse resulta demasiado larga para que el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, se limite a asegurarnos que ya no opera banda alguna de delincuentes facturando desde la cabeza de la seguridad del Estado. Hasta que las ventanas de ese Ministerio no se abran de par en par y entren la luz del día y el aire limpio, no habrá paz para los demócratas.
Conviene recordar que si Villarejo está a disposición de la Justicia no es, precisamente, gracias a una investigación interna o por los controles anticorrupción del propio Ministerio del Interior. Villarejo comparece ante el juez por una chiripa derivada de la operación Kitchen y un chapucero intento por hacerse con la información que pudiera tener Luis Bárcenas contra el Partido Popular. Su palabra vale poco en este asunto, excelentísimo señor ministro. Tampoco nos sirve que se jubile a unos o se releve a puestos administrativos a otros. Preferimos una investigación independiente que nos devuelva la confianza y la paz.