Hay un término que autores como Antonio Damasio atribuyen a gran parte de la casuística del desarrollo humano, la homeostasis. La homeostasis es un concepto que describe la capacidad de regular los sistemas para que permanezcan en un equilibrio que les permite evolucionar. Y seguramente será fruto del confinamiento, que a una le da vueltas la cabeza buscando un porqué, pero veo en la homeostasis algunas de las cosas buenas que puede llevar aparejada la mayor crisis sanitaria de la era actual.
En primer lugar, esta crisis nos está devolviendo la condición de humanos. Fue Yuval Harari quien en uno de sus best sellers nos hacía soñar con la posibilidad de ser dioses, inmortales, gracias a una ciencia que evoluciona de forma frenética y que sueña con la posibilidad del elixir de la eterna juventud. Esta crisis nos ha devuelto de un plumazo la condición de vulnerables, de mortales que deben asumir su condición para ser conscientes de la importancia de un gesto hasta hace unas semanas tan baladí como lavarse las manos. Primera lección, somos vulnerables y debemos dejar de soñar con ser dioses.
En segundo lugar, esta crisis está despertando la humanidad de la que estaban despojadas grandes amasijos de personas, como las grandes ciudades. Muchos ciudadanos se sorprendían de encontrar mensajes de sus vecinos a los cuales no ponían ni cara, en los que se ofrecían a ayudar con la compra u otros menesteres cotidianos a los que normalmente no les damos importancia. El anonimato es lo que tiene la gran ciudad, desconocidos por todos lados que no se giran para saber si necesitas algo, por ese código no escrito que dicta que aquí cada uno sobrevive como puede. Esta crisis nos está despertando de un letargo social en el que nos habíamos sumido por voluntad propia. Somos seres sociales y esta crisis nos lo está recordando, así que, lección dos.
En tercer lugar, esta crisis está permitiendo resituar la jerarquía de las cosas importantes y devolver al Estado su importancia en un momento donde su papel era cada vez más pequeño y menospreciado. La imagen en Moncloa de los altos funcionarios y políticos que han asumido la crisis más complicada de los últimos tiempos muestra que la responsabilidad la asumen aquellos que se han preparado para ello. Confianza en las instituciones que muchas veces hemos criticado por ineficaces y sobredimensionadas, hoy se hacen imprescindibles en una crisis que fue de salud pública, pero que ha tornado en económica y social; vamos, una crisis global por su dimensión planetaria y por el conjunto de ámbitos a los que afecta. Así que, lección tres: viva lo público que nos protege del abismo del caos.
En cuarto lugar, el tiempo. Los eruditos afirmaban con gran acierto que el tiempo era el lujo del siglo XXI. El instante era la nueva medida horaria, todo era para ayer, la sensación de agobio, de no poder disfrutar nada con el tiempo requerido, vamos, un tempus fugit pero a cámara rápida, pero digo era. Estamos todos confinados con más tiempo que ganas de disfrutarlo y el agobio ha pasado de ser por no tener tiempo a por tener demasiado. La lección no era la falta de tiempo, era la incapacidad de saber organizarlo, disfrutarlo. Lección cuatro: el tiempo no vuelve y pasa a la velocidad que nos permitimos percibirlo.
Me extendería mucho más, porque no sé si esta sociedad líquida que Bauman con gran acierto teorizaba, tras la crisis del coronavirus se tornará en sociedad sólida, la que vuelve a lo importante, la que prioriza lo sustantivo y no da por sentado lo que hemos conseguido como sociedad. Veremos. Tengo la impresión de que nada será igual, ni la estructura económica, ni las condiciones laborales, ni el ámbito social, ni la opinión pública, todo con un barniz de humildad como si esta crisis fuera homeostática, porque al menos yo, estoy extrayendo algunas lecciones. Somos demasiado humanos.