No lo dirán públicamente, pero la moral en las filas del PP y de Ciudadanos está por los suelos en estos primeros días de la campaña electoral. La mayoría de sus dirigentes y sus asesores asumen en privado que Pedro Sánchez va a seguir siendo presidente del gobierno después del 28 de abril.
Las tendencias de las encuestas apuntan en esta dirección, aunque algunas todavía introducen cierta capacidad de suspense. El escenario de una victoria rotunda del PSOE, que le permita gobernar bien con Podemos o bien con Ciudadanos, ha vuelto a sorprender a la derecha que se veía ya muy cerca de la Moncloa cuando convocó la concentración de Colón hace solo dos meses.
Paradójicamente, aquella foto y el éxito andaluz de las tres derechas, descabalgando al PSOE de la Junta, pueden acabar siendo un espejismo al haber provocado la reacción del voto de izquierdas. El PSOE no va a dejar de agitar el justificado miedo a Vox en las próximas dos semanas y Abascal tendrá su noche de gloria en el debate a cinco con el presidente. Cuanto más Vox, menos PP y menos Ciudadanos. Por eso, los socialistas han sacrificado el debate a cuatro en RTVE y, por supuesto, el cara a cara con Casado.
En el PSOE esconden las encuestas, que les disparan muy por encima del 30%, para no desmovilizar al electorado y sueñan con una investidura en la que no dependan de los independentistas catalanes. En Ferraz tratan de contener la euforia, pero ya hay quinielas sobre los cambios en el próximo gobierno.
En el PP, la alarma es máxima; tanto que el equipo de Casado se daría ya por satisfecho con mantener la segunda posición, aunque sea por un puñado de votos frente a Ciudadanos e, incluso, frente a Vox. La obsesión con el partido de Abascal provoca patinazos como el de los no nacidos de la candidata a la Comunidad de Madrid o la decisión de mandar a Aznar a provincias a intentar meter de nuevo en la botella al monstruo que se les ha escapado. Es una buena penitencia para un Aznar que fue el principal responsable del crecimiento de Vox frente a Rajoy. El liderazgo y la línea política de Casado puede salir cuestionado de las urnas, pero nadie ve ahora mismo una alternativa clara aunque las miradas se volverán a girar hacia Feijóo.
Ciudadanos arrancó la campaña convirtiendo a Rivera en un holograma. Se agradecen las innovaciones, pero no sé si la idea era la más oportuna para un partido señalado por su escapismo. Los naranjas han logrado enderezar un poco la campaña centrándose en la política económica e intentando reengancharse a las clases medias liberales, pero la polarización de los próximos días les puede perjudicar.
Unidas Podemos también ha recuperado algo de pulso tras la vuelta de Pablo Iglesias y su cruzada contra las cloacas, los poderosos y los medios que, curiosamente, le encumbraron hace ahora cuatro años. Los enemigos exteriores siempre son eficaces para disimular las heridas internas que volverán a sangrar después del 28 de abril. De momento es curioso que el mismo Pablo Iglesias que aparecía incluso en las papeletas electorales, ahora ha desparecido del cartel.
Y Vox es, de momento, el gran vencedor de la campaña. Es el partido de moda, el del megáfono, el nombre que hay que poner en los titulares para que las noticias tengan más visitas y el que está contaminando con su chapapote ideológico la política española. Por desgracia, la derecha los necesita para gobernar y la izquierda, para derrotar a la derecha.