Con una participación del 82%, el resultado electoral del jueves en Catalunya no es discutible, aunque sería injusto soslayar la irregularidad de la convocatoria y la disfunción que ha supuesto la ausencia de los dos principales candidatos independentistas. Esto es especialmente cierto en el caso de ERC, que ha echado en falta la voz de Junqueras y no ha conseguido desprenderse de cierto tono melancólico que ha perjudicado su campaña. Por el contrario, los herederos de CDC han conseguido arracimar el voto en torno a la idea de la restitución del presidente exiliado. Existe una mayoría soberanista, sí, pero nadie sabe si Puigdemont volverá, o si Junqueras saldrá de prisión. Tampoco se sabe si se negociará un acuerdo con la CUP, con los Comuns (opción preferente para ERC), o si se formará un bipartito en minoría con apoyos externos, com acaba de sugerir Marta Pascal, jefa de filas del PDECAT, unas siglas que ayer resucitaron por arte de magia. Lo que parece evidente es que el independentismo quiere gobernar con la república en el horizonte pero sin hojas de ruta ni calendarios. Las heridas, reales y simbólicas, del 1 de octubre son demasiado recientes y, junto a la hiperactividad de los jueces, han resultado un deprimente baño de realidad para la parte más movilizada e ilusionada de la sociedad catalana. Desde este punto de vista, el gobierno Rajoy ha conseguido su objetivo: En las concentraciones soberanistas se grita llibertat más que independència. Se piensa en los encarcelados, y no en la emancipación nacional. Es una victoria parcial del 155.
Así pues, el dinosaurio del independentismo sigue ahí, con su 47% de los votos, inasequibles a la intimidación. Pero hay otro dinosaurio que se resiste a desaparecer; es más, se ha hecho un lifting y apunta maneras de depredador. Paradójicamente, el triunfo de Inés Arrimadas se ha erigido sobre el sacrificio del PP. Si Rajoy no se hubiera mostrado tan inflexible con los independentistas, no habríamos tenido este otoño tan conflictivo, que esparció el miedo entre los votantes españolistas menos movilizados. Con un candidato que genera rechazo y una campaña de perfil bajo, el PP regaló la victoria a Ciudadanos, quién sabe si a cambio de no hablar de corrupción durante una buena temporada. El derroche publicitario y los apoyos mediáticos han hecho el resto.Pero el éxito de Arrimadas ha desertizado sus alrededores, de manera que no tiene quien la apoye. La semilla de su éxito la recogerá, a lo mejor, Albert Rivera en el tablero español. Catalunya puede ser palanca de poder, como lo fue para el PSOE. Pero a C’s, que es más un aparato electoral que un partido, le queda mucho para convertirse en el PSC de Maragall.
El independentismo ha superado una difícil prueba de estrés. En las peores condiciones y con una movilización extrema de sus adversarios, ha mantenido una sólida mayoría absoluta. Aunque hay un gran rechazo a las injerencias del Estado y un sentimiento de agravio muy extendido en esta renovada mayoría, se diría que el nuevo mandato es administrar la victoria con más tiento y menos prisas. Pero si la vía represiva se mantiene, la conflictividad se recrudecerá. Y el cartucho del 155 ya está quemado.